Han sido horas de angustia infinita. Mientras Basima se debate entre la vida y la muerte, afuera, en el jardín, los invitados de la boda están celebrando nuestra unión. A través de la ventana, escucho las risas y la alegría. Me suenan falsas porque cada uno de ellos tiene una cuenta pendiente con el mercado de esclavas, un vacío interior que no se llena con colores, danzas, panderos o bebidas. Ahmed ha justificado nuestra ausencia con la excusa de que le ha urgido hacer el amor conmigo. A partir de hoy, seré conocida por los pasillos como la chingona con fuego uterino que no ha sido capaz de esperar a que la fiesta terminase para consumar el matrimonio. ¡Si supiesen cuánto la mentira dista la verdad! La oleada de miedo que me inunda me impide respirar, pensar, ver, sentir… El flácido cuerpo de Basima descansa sobre la cama de Ahmed. De vez en vez, le sobreviene un suave temblor y murmura algunos sonidos; pero luego, retorna a un estado de inconsciencia. Procuro mantener húmedos sus c
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