Cuando miré a Amber, logré ver un resumen de la vida insignificante que llevaba en aquella época. No iba a negar que me había deslumbrado como un crío por esa maldita mujer, porque lo había hecho. Pero en ningún punto, absolutamente, se comparaba lo que sentí por ella con lo que sentía por Ana.—Señor, lo lamento, pero esta mujer dice que usted la espera. En todo caso, no la pude detener —explicó con temor Margaret. Para entonces, Amber ya estaba en medio de la oficina, a mitad de camino para llegar a mi escritorio.Me encontraba de pie, listo para rodear el mueble y salir a su encuentro para arrastrarla hacia la salida de la empresa.—Está bien, Margaret, pero grábate bien el rostro de la señorita, pues de ahora en más no quiero que vuelva a pisar esta empresa y mucho menos mi oficina.—Entendido, señor, y lo lamento.
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