—¡Por Dios! Te haré mía y jamás, óyeme bien, jamás te dejaré ir. —Mis palabras fueron tan desesperadas, tan posesivas por mi nuevo descubrimiento, que necesitaba hacerle saber que estaría ligada a mí por siempre. Sus días, sus noches y todo lo que la rodeaba, me pertenecían. Sería mía hasta que el aliento se nos fuera y todavía después si se podía.Ya sin poder contenerme, la hice mía despacio, buscando que su cuerpo se acostumbrara a mí, aunque aquello me torturaba.Era un simple mortal, un ser humano que tenía límites, el cual agonizaba en el proceso de hacer suya a la mujer que apenas descubrió que amaba. El solo pensar en ese sentimiento, volvió trémulo mi organismo. Gotas de sudor resbalaron de mi rostro para caer sobre el hermoso cuerpo de mi mujer.Noté cómo pequeña
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