CAPITULO 90

—Señor Sullivan, ¿me escucha? —El camarero me veía con rareza. Entretanto, volví del letargo que significó rememorar el día que conocí a la que deseaba como mi esposa.

—Perdón, ¿decía? —indagué para que formulara otra vez sus palabras.

—Le preguntaba si deseaba ordenar la bebida —repitió.

—Ah, por supuesto. Traiga una botella del vino español habitual —ordené.

El joven asintió, retirándose con elegancia.

Busqué en el interior de mi chaqueta el papel en el que transcribí lo que Liam sugirió para pedirle a Ana que fuera mi esposa. No podía utilizar palabras que salieran de mi corazón porque no me lo podía permitir. Era simplemente imposible.

Me casaría con ella porque sabía que era la indicada, la mujer perfecta para mí. Con

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