El lugar era hermoso y muy elegante. La música de piano sonaba suavemente, mezclándose con el ruido de cubiertos chocando contra platos y el murmullo débil de los comensales. Un delicioso aroma llenaba las fosas nasales de Avery, una mezcla de queso gratinado, pan recién horneado y tierra mojada, ya que afuera estaba lloviendo. Un joven de unos veinte años se acercó a la mesa sosteniendo una botella de vino, dispuesto a llenar las copas de las damas. Avery hizo un gesto con la mano, cubriendo su copa, y negó con la cabeza. —No, gracias —le dijo al joven. —Vamos, tómate una copa —insistió Looren. Avery negó nuevamente con la cabeza. —Hoy apenas es lunes. No quiero alcohol en mi sistema —respondió la rubia de manera tajante. Looren tomó su copa de cristal, la acercó a su nariz, inhaló profundamente, bebió y saboreó el vino. —Mmm... delicioso —dijo—. ¿Estás segura de que no quieres probarlo? Está realmente bueno. —Ya dije que no —la voz de Avery subió un tono—. Deja de insistir.
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