BIANCAHabía tomado el último metro que me llevaría a Ciampino desde la estación de Roma Termini, y estaba temblando de los nervios cuando el taxi me dejó frente a la casa de los Costa.Tomé con mi mano tiritando las llaves de mi cartera y la introduje apenas en la cerradura de la puerta principal. Al ingresar, suspiré aliviada porque no había nadie, pero maldije mi suerte cuando, al subir los primeros peldaños de la escalera, mi tía Gloria bramó furiosa mi nombre.Resignada, volví a bajar y tuve que voltearme a verla a la cara para enfrentar de una manera esquiva sus reproches.—¡¿Qué es lo que te sucede, Bianca?! ¿Te ha deslumbrado tanto el dinero?—No sé de qué estás hablando, tía. Por cierto, hola, me da gusto verte también. —repliqué con sarcasmo y l
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