ANTONIO
Bianca me miró con suma curiosidad, aguardando que le narrara mi desafortunada experiencia amorosa.
—¿Y bien? —insistió ansiosa y reí negando.
—Tenía diecinueve años y ella treinta —entornó los ojos muy sorprendida.
—Eran muchos los años que te llevaba… —asentí—. ¿Y funcionó?
—Duramos casi tres años. Yo me había instalado a Londres para asistir a la universidad y al poco tiempo de conocernos, se había mudado a mi piso. Sin embargo, cuando estaba cursando el último año de la carrera, todo se desmoronó. Ella sabía que estaba enamorado y mi intención era traerla a Roma conmigo, comprometerme y hacerla mi esposa —el rostro desencajado de Bianca era de la absoluta incredulidad—. Pero un día regresé de la universidad y ella ya no estaba allí, al igual que todas sus cosas. Pasé medio año tratando de encontrarla y, al final de esos meses, aún habría dado todo lo que tenía para que volviera conmigo porque la amaba profundamente
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BIANCAHabía tomado el último metro que me llevaría a Ciampino desde la estación de Roma Termini, y estaba temblando de los nervios cuando el taxi me dejó frente a la casa de los Costa.Tomé con mi mano tiritando las llaves de mi cartera y la introduje apenas en la cerradura de la puerta principal. Al ingresar, suspiré aliviada porque no había nadie, pero maldije mi suerte cuando, al subir los primeros peldaños de la escalera, mi tía Gloria bramó furiosa mi nombre.Resignada, volví a bajar y tuve que voltearme a verla a la cara para enfrentar de una manera esquiva sus reproches.—¡¿Qué es lo que te sucede, Bianca?! ¿Te ha deslumbrado tanto el dinero?—No sé de qué estás hablando, tía. Por cierto, hola, me da gusto verte también. —repliqué con sarcasmo y l
ANTONIOCuando Vitto me informó que Bianca había solicitado permiso para retirarse de la oficina porque debía ir a casa de sus tíos, no la busqué porque creí que debía darle su espacio.Era lógico que se sintiera confundida, siendo presionada por su ex prometido, por su familia y por mí.Mi plan era simple; la dejaría ver que entre el infierno de su familia y el infierno que le ofrecía yo, escogerme a mí era su mejor opción para quemarse.Mis planes de viajar a París el fin de semana con ella, habían fracasado, pero no le haría mal a toda la situación que ella se tomara un respiro. Cuando la asfixiaran en aquella familia de locos, volvería mansa a mí.—¿Tus planes han salido tan bien? —oí en la puerta del despacho que ocupaba en la casa. Era sábado de mañana y a
ANTONIO—¿Qué sucede, muchacho? —el abuelo ingresó a mi despacho, mirando todo el desastre que había causado.—¡El maldito de Lucca me está chantajeando! —bramé furioso y el abuelo asintió—. ¿No dirás nada? ¡No puedo hacer lo que pide!—¿Ni siquiera por Lisa? —increpó, frunciendo el ceño y resoplé con fastidio.—Quiere que me case… ¿puedes creerlo?—¿Y eso qué? —el abuelo se encogió de hombros como si fuera lo más natural del mundo—. Búscate una muchacha adecuada y cásate, ¿o lo dejarás ganar?—Debes estar bromeando…—En absoluto. Ya estás en edad de casarte y tener hijos.—Sabes que no creo en el matrimonio.—Tómalo como un
BIANCA¿Había oído bien?Sorprendida, abrí desmesuradamente los ojos, y se me cortó la respiración.Antonio, al darse cuenta de que me había dejado petrificada con sus palabras, prosiguió:—Quiero una esposa y, en su momento, hijos —musitó sus palabra con una calma impresionante—. También te quiero a ti, Bianca y al parecer, los dos queremos las mismas cosas en este momento de nuestras vidas. ¿Por qué no buscarlas juntos?Pestañeé varias veces sin comprender la explicación de Antonio para decir que ambos queríamos lo mismo. La garganta se me secó y tuve que humedecerme varias veces los labios con la lengua mientras mi mente seguía nublada por aquella abrupta propuesta.—Ya tenemos la pasión, sin la cual un matrimonio de conveniencia no tiene esperanza de prosperar. T&uac
ANTONIO—Bianca se tomará una licencia de un mes, Vitto. Así que encárgate de resolver los pendientes que dejó.—¿Hasta dónde llevarás este juego peligroso, Antonio? —preguntó molesto.—Nada más y nada menos que hasta el altar, mi querido Vitto —dije divertido y el susodicho palideció por completo.—¡¿Qué?! ¿Hasta el altar? ¿Qué quieres decir con eso?—Que la señorita Lombardo es la futura señora de De Santi.—Debes estar bromeando…—Sabes que nunca bromeo.—No entiendo absolutamente nada…—Es simple: la señorita Lombardo me gusta para esposa y ella está buscando un marido.—No creo que Bianca haya aceptado casarse contigo solo por eso…—Agrégale a l
BIANCADía de la boda…—Es un vestido magnífico. Por supuesto, nosotros no nos podíamos haber permitido algo así —dijo secamente mi tía Gloria mientras acomodaba mi velo y yo me miraba al espejo del tocador—. Supongo que, con la cantidad de gente importante que va a asistir, Antonio quiere que tengas un aspecto especial. Pero tu tío y yo nos vamos a sentir completamente fuera de lugar sentándonos en la mesa principal. No hemos hecho nada para ayudar. Claro, que todo se ha hecho con tantas prisas...Por el espejo, miré extrañada a mi tía, porque se comportaba de un modo amable conmigo.Lo que Antonio les había dicho sobre Lucía y Leo, la había afectado mucho. La familia Costa se había molestado con el comportamiento de su única hija; la traición de esos dos había sido un t
BIANCACaminé nerviosa a su lado y temblé cuando tomo mi mano y mi cintura para iniciar el baile.—No me culpes por estar aquí, Bianca. Fue Lucía quien quiso venir —suspiró hondo—. ¡Cielo Santo! ¿Qué nos ha pasado? Ésta debería de ser nuestra boda…—Tú sabes exactamente lo que ha pasado, Leonardo. Lo quisiste de ese modo…—Lo sé, pero me siento como alguien quien han empujado a este circo por pura diversión.—¿Qué?—Alguien me ha metido en este lío adrede —afirmó—. La semana pasada descubrí que alguien me había estado siguiendo, preguntándole por mis pasos y hábitos a mis compañeros de trabajo. ¡Pagaba muy bien cualquier información sobre mis movimientos!—¿Estás ebrio
BIANCACuando el avión aterrizó y debíamos salir, las piernas me temblaban e intentaba no llorar. Mientras caminábamos, Antonio incluso se atrevió a tomar mi mano, pero lo aparté y deseé golpearlo. Nunca antes en mi vida había experimentado semejante rabia.En el coche no fue distinto y en cuanto nos adentramos en la lujosa residencia de la familia De Santi, Antonio cerró la puerta y despachó a todo el personal para dejarnos a solas.—Tenemos que hablar...—Leonardo me había pedido lo mismo. Tal vez si lo hubiera escuchado, habríamos solucionado nuestro problema. ¿No lo crees? —lo provoqué.—Ahora ya es un poco tarde para que pienses en ese imbécil porque ya estás casada conmigo —zanjó furioso.—Casarte conmigo no era parte del juego, ¿verdad? —desvió l