BIANCA
Día de la boda…
—Es un vestido magnífico. Por supuesto, nosotros no nos podíamos haber permitido algo así —dijo secamente mi tía Gloria mientras acomodaba mi velo y yo me miraba al espejo del tocador—. Supongo que, con la cantidad de gente importante que va a asistir, Antonio quiere que tengas un aspecto especial. Pero tu tío y yo nos vamos a sentir completamente fuera de lugar sentándonos en la mesa principal. No hemos hecho nada para ayudar. Claro, que todo se ha hecho con tantas prisas...
Por el espejo, miré extrañada a mi tía, porque se comportaba de un modo amable conmigo.
Lo que Antonio les había dicho sobre Lucía y Leo, la había afectado mucho. La familia Costa se había molestado con el comportamiento de su única hija; la traición de esos dos había sido un t
BIANCACaminé nerviosa a su lado y temblé cuando tomo mi mano y mi cintura para iniciar el baile.—No me culpes por estar aquí, Bianca. Fue Lucía quien quiso venir —suspiró hondo—. ¡Cielo Santo! ¿Qué nos ha pasado? Ésta debería de ser nuestra boda…—Tú sabes exactamente lo que ha pasado, Leonardo. Lo quisiste de ese modo…—Lo sé, pero me siento como alguien quien han empujado a este circo por pura diversión.—¿Qué?—Alguien me ha metido en este lío adrede —afirmó—. La semana pasada descubrí que alguien me había estado siguiendo, preguntándole por mis pasos y hábitos a mis compañeros de trabajo. ¡Pagaba muy bien cualquier información sobre mis movimientos!—¿Estás ebrio
BIANCACuando el avión aterrizó y debíamos salir, las piernas me temblaban e intentaba no llorar. Mientras caminábamos, Antonio incluso se atrevió a tomar mi mano, pero lo aparté y deseé golpearlo. Nunca antes en mi vida había experimentado semejante rabia.En el coche no fue distinto y en cuanto nos adentramos en la lujosa residencia de la familia De Santi, Antonio cerró la puerta y despachó a todo el personal para dejarnos a solas.—Tenemos que hablar...—Leonardo me había pedido lo mismo. Tal vez si lo hubiera escuchado, habríamos solucionado nuestro problema. ¿No lo crees? —lo provoqué.—Ahora ya es un poco tarde para que pienses en ese imbécil porque ya estás casada conmigo —zanjó furioso.—Casarte conmigo no era parte del juego, ¿verdad? —desvió l
ANTONIODesde que había regresado de Sudamérica, tuve la extraña sensación de que nada sería como esperaba y todos esos pensamientos estaban cobrando vida desde el mismísimo momento en que el imbécil ex prometido de Bianca, se apareció en mi boda.Me habían carcomido los celos cuando el muy cínico la sacó a bailar y peor aún, cuando se había prácticamente apretado contra su cuerpo para supuestamente acusarme de haber orquestado el final de su insípida historia de amor.Ahora mi esposa me culpaba prácticamente de toda su desgracia amorosa y estaba seguro que en cualquier momento, aunque era un caballero, explotaría y le diría todas sus verdades.—Estás acostumbrado a comprar todo cuanto deseas y a utilizar tus influencias para cumplir tus caprichos. Esta vez, yo he sido el juguete de turno y lo má
Cuando Bianca Lombardo descubrió en la cama a su prometido con otra mujer, no dudó un segundo en aceptar la propuesta «desinteresada» de Antonio De Santi, su atractivo y mujeriego jefe.Ellos le harían creer al ex de Bianca que ambos mantenían un amorío, con el único propósito de herir su orgullo. Sin embargo, Bianca no sabía del juego que tenía entre manos Antonio, quien a su vez la ayudaba para su propio beneficio: debía ganar una apuesta hecha con su mejor amigo, Lucca.Mientras Bianca deseaba vengarse por una traición, Antonio deseaba ganar aquella apuesta que consistía en llevársela a la cama.¿Bianca lo perdonará cuando sepa toda la verdad?
ANTONIO DE SANTILlegué a mi oficina como todos los días, evadiendo con una excusa a Valentina, mi última conquista, quien se empecinaba en que le pusiera un anillo en el dedo.—Antonio, ¿te encuentras bien? —me recibió Vitto, mi mano derecha desde que el abuelo me puso al mando de la exportadora.—Sí, solo tuve un pequeño malentendido con la señorita Rivelli —ambos nos montamos al elevador—. Por favor, ocúpate de que no me la vuelva a encontrar de esta manera. Tuve que prometerle que cenaríamos juntos para que me dejara cruzar la maldita puerta.—Te ha estado llamando insistentemente y ya no sabemos que decirle, Antonio. Deberías hablar seriamente con ella.—Sí… solo que temo me manipule con sus amenazas y termine cediendo para darle el gusto.—Pues debes hacer algo porque dentro de poco
ANTONIO3 meses después…—Vitto, ¿has hecho lo que te he pedido? —pregunté, mientras revisaba unos documentos.—Aun no, Antonio.—¿Y qué esperas?—Creo que es demasiado inapropiado… Bianca no lo soportará.—¿Entonces te parece bien que se case con ese hombre? Creí que la considerabas tu amiga.—Y lo hago —suspiró—. Pero me cuesta escoger entre ese hombre y tú.—¿Cómo dices? —dejé de lado los papeles y lo increpé.—¡Qué no sé si es mejor dejar que siga con sus planes con Leonardo o que te salgas con la tuya por una apuesta!—¿Prefieres que se case con ese imbécil y que viva una vida de mentiras?Vitto bufó y se tomó de
ANTONIOEra evidente que mi plan había rendido sus frutos y ahora tenía a la señorita Lombardo completamente vulnerable frente a mí, con una taza llena de brandy que se la tendí y bebió por completo. Sonreí internamente.—¿Dónde se encuentra Vitto? —pregunté, aunque sabía de sobra que estaba en el hospital acompañando a su esposa.—Supongo que debe estar en el hospital; su esposa dio a luz anoche.—Entonces, me temo que tendrá que ocupar su lugar, Bianca —repliqué con suavidad.—Como ordene —susurró nerviosa, poniéndose de pie con una tableta en la mano.—Relájese, no será nada demasiado complicado. Sólo quiero que se ocupe de un par de cartas —le expliqué y asintió, siguiéndome a mi despacho—. Tome asiento, Bianca
BIANCACuando me miré al espejo luego de que los estilistas terminaran de arreglarme y colocarme el vestido, me sorprendí por la trasformación en la que me habían sometido. Estaba irreconocible.—El coche la espera, señorita Lombardo —avisó una de las mujeres que me había ayudado mientras yo seguía contemplando mi imagen en el espejo de cuerpo entero.—Gracias, ya bajo.Mis ojos centelleaban brillosos, aunque tristes por el dolor que estaba atravesando. Sonreí negando y respiré hondo para evitar que las lágrimas salieran y arruinaran mi maquillaje.Tomé el neceser dorado que hacia juego con mis zapatos y bajé con cuidado hasta la calle, donde me esperaba una limosina blanca.—Buenas noches, señorita Lombardo —saludó el hombre elegante, ataviado en un traje negro mientras su mano enguantada ab