Cuando Bianca Lombardo descubrió en la cama a su prometido con otra mujer, no dudó un segundo en aceptar la propuesta «desinteresada» de Antonio De Santi, su atractivo y mujeriego jefe.
Ellos le harían creer al ex de Bianca que ambos mantenían un amorío, con el único propósito de herir su orgullo. Sin embargo, Bianca no sabía del juego que tenía entre manos Antonio, quien a su vez la ayudaba para su propio beneficio: debía ganar una apuesta hecha con su mejor amigo, Lucca.
Mientras Bianca deseaba vengarse por una traición, Antonio deseaba ganar aquella apuesta que consistía en llevársela a la cama.
¿Bianca lo perdonará cuando sepa toda la verdad?
ANTONIO DE SANTILlegué a mi oficina como todos los días, evadiendo con una excusa a Valentina, mi última conquista, quien se empecinaba en que le pusiera un anillo en el dedo.—Antonio, ¿te encuentras bien? —me recibió Vitto, mi mano derecha desde que el abuelo me puso al mando de la exportadora.—Sí, solo tuve un pequeño malentendido con la señorita Rivelli —ambos nos montamos al elevador—. Por favor, ocúpate de que no me la vuelva a encontrar de esta manera. Tuve que prometerle que cenaríamos juntos para que me dejara cruzar la maldita puerta.—Te ha estado llamando insistentemente y ya no sabemos que decirle, Antonio. Deberías hablar seriamente con ella.—Sí… solo que temo me manipule con sus amenazas y termine cediendo para darle el gusto.—Pues debes hacer algo porque dentro de poco
ANTONIO3 meses después…—Vitto, ¿has hecho lo que te he pedido? —pregunté, mientras revisaba unos documentos.—Aun no, Antonio.—¿Y qué esperas?—Creo que es demasiado inapropiado… Bianca no lo soportará.—¿Entonces te parece bien que se case con ese hombre? Creí que la considerabas tu amiga.—Y lo hago —suspiró—. Pero me cuesta escoger entre ese hombre y tú.—¿Cómo dices? —dejé de lado los papeles y lo increpé.—¡Qué no sé si es mejor dejar que siga con sus planes con Leonardo o que te salgas con la tuya por una apuesta!—¿Prefieres que se case con ese imbécil y que viva una vida de mentiras?Vitto bufó y se tomó de
ANTONIOEra evidente que mi plan había rendido sus frutos y ahora tenía a la señorita Lombardo completamente vulnerable frente a mí, con una taza llena de brandy que se la tendí y bebió por completo. Sonreí internamente.—¿Dónde se encuentra Vitto? —pregunté, aunque sabía de sobra que estaba en el hospital acompañando a su esposa.—Supongo que debe estar en el hospital; su esposa dio a luz anoche.—Entonces, me temo que tendrá que ocupar su lugar, Bianca —repliqué con suavidad.—Como ordene —susurró nerviosa, poniéndose de pie con una tableta en la mano.—Relájese, no será nada demasiado complicado. Sólo quiero que se ocupe de un par de cartas —le expliqué y asintió, siguiéndome a mi despacho—. Tome asiento, Bianca
BIANCACuando me miré al espejo luego de que los estilistas terminaran de arreglarme y colocarme el vestido, me sorprendí por la trasformación en la que me habían sometido. Estaba irreconocible.—El coche la espera, señorita Lombardo —avisó una de las mujeres que me había ayudado mientras yo seguía contemplando mi imagen en el espejo de cuerpo entero.—Gracias, ya bajo.Mis ojos centelleaban brillosos, aunque tristes por el dolor que estaba atravesando. Sonreí negando y respiré hondo para evitar que las lágrimas salieran y arruinaran mi maquillaje.Tomé el neceser dorado que hacia juego con mis zapatos y bajé con cuidado hasta la calle, donde me esperaba una limosina blanca.—Buenas noches, señorita Lombardo —saludó el hombre elegante, ataviado en un traje negro mientras su mano enguantada ab
ANTONIOLa mañana siguiente…Bianca estaba tumbada en mi cama, envuelta en sábanas blancas de seda.Sonreí al recordar la noche, cuando totalmente desinhibida por el alcohol, había decidido disfrutar de la fiesta.Había dicho unos cuantos disparates y llorado amargamente en otro momento, regresando a la efusividad de un instante a otro.Al llegar al piso de la compañía, la tuve que cargar desde el coche al elevador, y de allí hasta llegar al ático.La deposité con suavidad en la cama. Estaba profundamente dormida y parecía un ángel en todo su esplendor.Aparté despacio un mechón de pelo de su cara y toqué su sedosa piel. Suspiré cansado, aunque satisfecho con lo que fue la noche.Si bien no resultó ser una mansa gatita, estaba seguro que con mi pro
ANTONIOApenas me había podido contener, cuando el precioso y recién descubierto cuerpo de Bianca, yacía desnudo bajo mi anatomía.Era explosivamente hermosa por donde se la viese. Me había quedado maravillado al verla en la fiesta, pero quedé embrujado cuando pude saborear de su cuerpo de una manera más íntima. Sin embargo, jamás esperé que, al hundirme en su húmeda intimidad, me topara con aquella barrera que confirmaba su castidad.Me detuve de inmediato y la vi con absoluta incredulidad porque en pleno siglo veintiuno, era impensable toparse con una mujer sin experiencia.—Por Dios, Bianca… Eres virgen… —afirmé confundido, mirándola con intensidad a los ojos—. Si no quieres que siga…—¡No, Antonio! —intervino de inmediato—. No te detengas… por favor…
BIANCA Sentí el frío subir por mi espalda y supe que mi rostro debía estar blanco como un papel. —Lo despacharé de inmediato y puedes verlo fuera de la oficina cuando termine tu jornada laboral —prosiguió—. Si hubiera sabido lo que sucedió entre Antonio y tú, no le habría dicho que estabas aquí. —No lo hagas. Iré a verlo. —Antonio se pondrá furioso si se entera. —Sé que no se admiten visitas personales, pero será rápido y además, el señor De Santi no está aquí. No tiene por qué enterarse. —Hazlo bajo tu responsabilidad —me advirtió y asentí, yendo a la oficina de Vitto sola. Cuando abrí la puerta, lo vi de pie, irreconocible. Parecía como si no hubiera dormido en toda la noche. Estaba muy pálido y con los ojos inyectados en sangre. Cerré la puerta y me quedé de pie, mirándolo con un extraño sentimiento. —Bianca… —susurró, acercándose a mí. Retrocedí dos pasos y se detuvo—. Necesito explicarte las cosas…
ANTONIO Bianca me miró con suma curiosidad, aguardando que le narrara mi desafortunada experiencia amorosa. —¿Y bien? —insistió ansiosa y reí negando. —Tenía diecinueve años y ella treinta —entornó los ojos muy sorprendida. —Eran muchos los años que te llevaba… —asentí—. ¿Y funcionó? —Duramos casi tres años. Yo me había instalado a Londres para asistir a la universidad y al poco tiempo de conocernos, se había mudado a mi piso. Sin embargo, cuando estaba cursando el último año de la carrera, todo se desmoronó. Ella sabía que estaba enamorado y mi intención era traerla a Roma conmigo, comprometerme y hacerla mi esposa —el rostro desencajado de Bianca era de la absoluta incredulidad—. Pero un día regresé de la universidad y ella ya no estaba allí, al igual que todas sus cosas. Pasé medio año tratando de encontrarla y, al final de esos meses, aún habría dado todo lo que tenía para que volviera conmigo porque la amaba profundamente