ANTONIO
Era evidente que mi plan había rendido sus frutos y ahora tenía a la señorita Lombardo completamente vulnerable frente a mí, con una taza llena de brandy que se la tendí y bebió por completo. Sonreí internamente.
—¿Dónde se encuentra Vitto? —pregunté, aunque sabía de sobra que estaba en el hospital acompañando a su esposa.
—Supongo que debe estar en el hospital; su esposa dio a luz anoche.
—Entonces, me temo que tendrá que ocupar su lugar, Bianca —repliqué con suavidad.
—Como ordene —susurró nerviosa, poniéndose de pie con una tableta en la mano.
—Relájese, no será nada demasiado complicado. Sólo quiero que se ocupe de un par de cartas —le expliqué y asintió, siguiéndome a mi despacho—. Tome asiento, Bianca. —le ordené y se tambaleó cuando intentó hacerlo.
BIANCA
De repente me sentí aterrorizada porque mi jefe se diera cuenta del estado en el que me encontraba. Haberme embriagado de repente no me estaba cayendo nada bien.
En presencia de ese hombre parecía incluso una locura y que él lo descubriera podría ser espantoso. Era un ogro cuando se trataba de cuestiones de trabajo.
Desorientada, miré a mi alrededor y me di cuenta de que él estaba de pie, muy cerca de mí. Mis manos temblaron y me obligué a controlar mis dedos apretándolos contra la tableta.
El señor De Santi no tomó asiento, sino que se dirigió a los grandes ventanales detrás de su escritorio y me miró desde allí.
—¿Comenzamos? —preguntó y parpadeé sorprendida porque él jamás preguntaba ni pedía permiso para nada.
Insegura, afirmé y él comenzó a dictar despacio y haciendo largas pausas, pero me seguía resultando imposible mantener despejada la cabeza y mis pensamientos tomaron un rumbo que solo me lastimaba más.
«¿Desde cuándo me engañaban?», me pregunté.
Entonces recordé las pequeñas señales que siempre percibía al menos una vez por semana en el piso. Había dos copas de vino casi vacías en el dormitorio de Lucía, lo que me llevaba a pensar que sus encuentros siempre eran durante la hora del almuerzo, cuando yo me encontraba trabajando en la oficina.
—¿Lo apuntó todo? —la voz gruesa y potente de mi jefe me trajo a la realidad. Miré la tableta que sostenía con mis manos temblorosas y entrecerré los ojos porque no había escrito nada y solo deseaba encontrar calma y control e lo que duraba la jornada laboral con el ogro.
Él se acercó despacio, observó la tableta y se limitó a mirarme.
—La carta no era tan importante, después de todo —emitió con una suavidad que me sorprendió.
Levanté la mirada lentamente y me topé con los ojos brillantes de él, sorprendiéndome por la sinceridad que vi en ellos. Apoyó sus caderas en el borde de su escritorio, colocándose demasiado cerca para mi incomodidad. Extendió su mano y me quitó la tableta, dejándolo con todo cuidado sobre su escritorio.
—Algo anda mal con usted, Bianca…
—No, señor. Solo me siento un poco mareada —respondí para salirme de aquella incómoda situación.
Antonio De Santi enarcó una ceja y fijó sus ojos felinos en mi mano izquierda.
—No lleva su anillo de compromiso —observó con suspicacia y palidecí por completo—. Tengo entendido que esta mañana ha recibido una llamada urgente para que volviera a su casa. ¿Qué ha pasado? —susurró con interés, como si de verdad quisiera oírme. Pero más me sorprendió descubrir que deseaba contárselo y soltar todo el veneno que tenía dentro.
—¿Desea tomarse el resto del día? —preguntó al no obtener ni media palabra de mí. Negué de inmediato porque no tenía a dónde ir y a mi piso no podía volver.
—No, estoy bien aquí.
—¿Qué sucedió? —volvió a insistir.
—Encontré en mi cama, a mi prometido con mi prima…
Tan pronto como solté aquello, me arrepentí de haber revelado mi intimidad y más a ese hombre que detestaba.
—Pues ha tenido suerte —dijo él con naturalidad. Fruncí el ceño.
—¿Suerte?
—Habría sido mucho peor si lo hubiera descubierto después de la boda, ¿no lo cree?
—Pues ya no habrá boda… —tragué grueso. Quería llorar.
—No debería; ninguna mujer podría perdonar semejante traición. Después de todo, ¿cómo iba a poder confiar de nuevo en él? —me mordí la lengua y bajé la mirada. Lo oí suspirar—. ¿Así que estaba pensando en darle otra oportunidad? —preguntó extrañado.
—No… por supuesto que no —musité apenas. Estaba segura que nunca más sería capaz de confiar en Leonardo.
Sin embargo, seguía sin poder creer que estuviera sosteniendo aquella conversación con mi jefe; quien no era precisamente popular por su preocupación e interés en los problemas personales de sus empleados. Lo que era más, el credo de la empresa era que los mejores empleados dejaban su vida personal antes de entrar por la puerta y nunca, nunca, permitían que ellos interfirieran en su trabajo.
—¿Por qué se preocupa? —indagué con curiosidad.
—¿Tiene a alguien más en quién confiar? —increpó, como si supiera que no tenía a nadie más.
—No, pero...
—Nada de lo que me haya dicho saldrá de aquí —dijo él, mirándome fijamente.
—Gracias… —repliqué con voz temblorosa tratando de ocultar mi incredulidad, ya que esa era una parte de su carácter que nunca había pensado ver, que ni había soñado que existiera.
—Ha tenido una experiencia traumática y naturalmente me preocupa.
—No necesito su lástima… —mascullé dolida.
—Lo último que usted inspira es lástima —dijo sonriendo—. Debería estar celebrando su libertad. La vida es demasiado corta como para andar con tristezas y remordimientos. Ya ha desperdiciado dos años de ella con ese intento de periodista. El futuro tiene que ofrecerle posibilidades mucho más entretenidas.
—¿Cómo sabe que Leonardo es periodista? —pregunté confundida.
—¿No lo es? —replicó con naturalidad—. Tiene las fachas de un periodista.
Fruncí el ceño porque me pareció demasiada casualidad que supiera el oficio de mi ahora ex prometido. Sin embargo, su cambio drástico de tema me hizo dejar de lado el asunto.
—¿Tiene donde quedarse? Tengo entendido que comparte un piso con su prima… —Lo miré desconcertada por toda la información que manejaba ese hombre—. Me lo dijo Vitto —añadió seguramente por mi expresión y asentí.
—Vivía con ella… —susurré.
—Seguramente no desea regresar —murmuró el señor De Santi y asentí. De inmediato colocó unas llaves sobre mis piernas y lo miré desconcertada—. Puede utilizar el departamento de la compañía hasta que encuentre otro sitio donde mudarse.
Me extrañó ese ofrecimiento porque el piso que se encontraba en el último piso del edificio, era un ático utilizado sólo por los miembros de la familia De Santi.
—No puedo, señor. Lo siento, pero no es correcto…
—No tienes a donde ir y ese sitio está deshabitado. ¿Cuál es el problema?
Me sonrojé al extremo y asentí, dando por hecho que aceptaba su oferta. Era mejor tragarme mi orgullo que pasar por la penosa situación de lidiar con lucía en aquellos momentos.
—Se lo agradezco mucho.
—No tienes por qué —rodeó el escritorio y tomó asiento en su imponente sillón—. Tengo una cena esta noche. ¿Por qué no viene conmigo? No debería quedarse sola en estos momentos.
Sin querer ser grosera, sonreí sarcástica.
—Estaré bien, señor.
—Haré que la recoja un coche a las siete —dijo él como si no me hubiera escuchado.
—Es que no tengo nada que ponerme —me excusé. No estaba de humor para ninguna fiesta.
—Le enviaré un vestido, no se preocupe por algo tan trivial. Ahora retírese, vaya a descansar al departamento y luego enviaré a alguien que la ayude a arreglarse y le provea el vestido.
—Pero yo...
—Usted hará lo que le acabo de ordenar y asunto terminado. Vamos, vaya —me enseñó la puerta con la mano y resignada, seguí sus órdenes.
Sin embargo, cuando estuve a punto de apagar el ordenador y marcharme al piso del ático, el teléfono empezó a sonar. Dudé por un momento, pero luego respondí.
—Industrias De Santi, buenas tardes.
—¿Dónde has estado, Bianca? —era Vitto—. No importa; necesito que me hagas un favor. Antonio me dijo que le llevara ayer unos papeles a Lucca para que los firmara, pero se me olvidó hacerlo. Están en el cajón derecho de mi escritorio. Toma un taxi y llévaselos de inmediato, por favor.
Respiré profundamente y luego suspiré.
—Está bien.
—Eres un ángel. Gracias.
Me recordé que debía conversar con Vitto acerca de extender mi contrato porque ya había anunciado que solo trabajaría hasta el día de mi boda. Sin embargo, las cosas habían cambiado y todo se salió de control
Debía conservar mi empleo y conseguir un nuevo sitio donde vivir.
Luego de hacerle firmar los papeles al señor Romano, regresé a la oficina y un Antonio furioso aguardaba por mí.
—¿Dónde te has metido?
—Fui… fui a la licorera Romano a llevar unos documentos que me pidió Vitto.
—Lo siento… —musitó más calmado—. Me hubieras avisado que saldrías. Estaba preocupado porque te ocurriera algo al salir a la calle sola en ese estado —en ese instante me di cuenta que el señor De Santi me estaba tuteando—. Mejor ve a descansar; en un par de horas, lo estilistas irán a al ático con tu vestido y a ayudarte a alistarte para esta noche.
—Está bien, señor —tomé mis cosas con la intención de marcharme, pero mi nombre en sus labios me detuvo.
—¡Bianca! —me volteé a verlo—. ¿Lucca te ha dicho algo? —fruncí el ceño—. Digo, si ha enviado algún mensaje para mí.
—Ninguno, señor —suspiró aliviado.
—Excelente —musitó satisfecho—. Puedes marcharte.
ANTONIO
Estaba desesperado porque Bianca llegara. El maldito de Lucca me había enviado un texto diciendo que ella se encontraba con él en su oficina y que estaba al tanto del juego en el que la estaba envolviendo.
Lucca era mi mejor amigo, pero estaba tan ardido con la propuesta del abuelo, que por un instante comencé a temer que me mandara de frente y arruinara mis planes para ganar la apuesta. Sin embargo, suspiré tranquilo cuando la misma Bianca me había informado que mi amigo no le mencionó absolutamente nada.
***
El Rome Cavalieri Hotel estaba atestado de personas importantes y paparazzis.
La fiesta se debía al cumpleaños número dieciocho de mi hermana pequeña, Lisa, quien sería oficialmente presentada en sociedad por mi abuelo, don Carlo De Santi.
Lucca no acudiría ya que se nos podría ir a la m****a todos los planes si la caprichosa de mi hermana se ponía en evidencia y dejaba vislumbrar todo el plan del abuelo. Así que el astuto viejo le encomendó una cena de trabajo en Florencia, por lo que no se aparecería ni por casualidad durante la velada.
Debía de asumir que mi pequeña caprichosa se había convertido en una hermosa mujer. Era esbelta, alta, elegante y de una incomparable belleza. Lástima que Lucca no la vería ataviada en el vestido color plata que llevaba puesto y que hacían centellear sus ojos pardos.
Sin embargo, la ansiedad me carcomía no solo porque mi única hermana estaría disponible para el asecho de hombres mujeriegos como yo, sino porque esperaba impaciente la llegada de Bianca, expuesta con el vestido rojo sinuoso que había escogido personalmente para ella.
El abuelo brindó unas palabras antes del baile de apertura con su nieta y entonces, uno de mis guardias personales me susurró al oído que la señorita Lombardo había llegado.
La garganta se me había secado cuando la vi ingresando al salón de eventos, completamente transformada.
Se quedó de pie mirando a ambos lados mientras los invitados la devoraban con la vista y el murmullo de las mujeres preguntándose quien era, se oía a diestra y siniestra.
Bianca Lombardo llevaba un vestido rojo ajustado hasta las rodillas que se abría en forma de campada desde allí y hasta el piso, con un tajo profundo que llegaba casi a la ingle de su pierna derecha. Su espalda estaba descubierta y su extensa cabellera azabache caía en ondas sobre su hombro izquierdo.
Sin las tontas gafas que utilizaba habitualmente, sus ojos esmeraldas brillaban igual o más que la mismísima joya en todo su esplendor.
Me acerqué a paso seguro hasta ella, con mis manos reposando en su cintura besé la comisura de sus labios y susurré a su oído:
—Que hoy sea una noche inolvidable. Concédeme el honor de bailar conmigo.
BIANCACuando me miré al espejo luego de que los estilistas terminaran de arreglarme y colocarme el vestido, me sorprendí por la trasformación en la que me habían sometido. Estaba irreconocible.—El coche la espera, señorita Lombardo —avisó una de las mujeres que me había ayudado mientras yo seguía contemplando mi imagen en el espejo de cuerpo entero.—Gracias, ya bajo.Mis ojos centelleaban brillosos, aunque tristes por el dolor que estaba atravesando. Sonreí negando y respiré hondo para evitar que las lágrimas salieran y arruinaran mi maquillaje.Tomé el neceser dorado que hacia juego con mis zapatos y bajé con cuidado hasta la calle, donde me esperaba una limosina blanca.—Buenas noches, señorita Lombardo —saludó el hombre elegante, ataviado en un traje negro mientras su mano enguantada ab
ANTONIOLa mañana siguiente…Bianca estaba tumbada en mi cama, envuelta en sábanas blancas de seda.Sonreí al recordar la noche, cuando totalmente desinhibida por el alcohol, había decidido disfrutar de la fiesta.Había dicho unos cuantos disparates y llorado amargamente en otro momento, regresando a la efusividad de un instante a otro.Al llegar al piso de la compañía, la tuve que cargar desde el coche al elevador, y de allí hasta llegar al ático.La deposité con suavidad en la cama. Estaba profundamente dormida y parecía un ángel en todo su esplendor.Aparté despacio un mechón de pelo de su cara y toqué su sedosa piel. Suspiré cansado, aunque satisfecho con lo que fue la noche.Si bien no resultó ser una mansa gatita, estaba seguro que con mi pro
ANTONIOApenas me había podido contener, cuando el precioso y recién descubierto cuerpo de Bianca, yacía desnudo bajo mi anatomía.Era explosivamente hermosa por donde se la viese. Me había quedado maravillado al verla en la fiesta, pero quedé embrujado cuando pude saborear de su cuerpo de una manera más íntima. Sin embargo, jamás esperé que, al hundirme en su húmeda intimidad, me topara con aquella barrera que confirmaba su castidad.Me detuve de inmediato y la vi con absoluta incredulidad porque en pleno siglo veintiuno, era impensable toparse con una mujer sin experiencia.—Por Dios, Bianca… Eres virgen… —afirmé confundido, mirándola con intensidad a los ojos—. Si no quieres que siga…—¡No, Antonio! —intervino de inmediato—. No te detengas… por favor…
BIANCA Sentí el frío subir por mi espalda y supe que mi rostro debía estar blanco como un papel. —Lo despacharé de inmediato y puedes verlo fuera de la oficina cuando termine tu jornada laboral —prosiguió—. Si hubiera sabido lo que sucedió entre Antonio y tú, no le habría dicho que estabas aquí. —No lo hagas. Iré a verlo. —Antonio se pondrá furioso si se entera. —Sé que no se admiten visitas personales, pero será rápido y además, el señor De Santi no está aquí. No tiene por qué enterarse. —Hazlo bajo tu responsabilidad —me advirtió y asentí, yendo a la oficina de Vitto sola. Cuando abrí la puerta, lo vi de pie, irreconocible. Parecía como si no hubiera dormido en toda la noche. Estaba muy pálido y con los ojos inyectados en sangre. Cerré la puerta y me quedé de pie, mirándolo con un extraño sentimiento. —Bianca… —susurró, acercándose a mí. Retrocedí dos pasos y se detuvo—. Necesito explicarte las cosas…
ANTONIO Bianca me miró con suma curiosidad, aguardando que le narrara mi desafortunada experiencia amorosa. —¿Y bien? —insistió ansiosa y reí negando. —Tenía diecinueve años y ella treinta —entornó los ojos muy sorprendida. —Eran muchos los años que te llevaba… —asentí—. ¿Y funcionó? —Duramos casi tres años. Yo me había instalado a Londres para asistir a la universidad y al poco tiempo de conocernos, se había mudado a mi piso. Sin embargo, cuando estaba cursando el último año de la carrera, todo se desmoronó. Ella sabía que estaba enamorado y mi intención era traerla a Roma conmigo, comprometerme y hacerla mi esposa —el rostro desencajado de Bianca era de la absoluta incredulidad—. Pero un día regresé de la universidad y ella ya no estaba allí, al igual que todas sus cosas. Pasé medio año tratando de encontrarla y, al final de esos meses, aún habría dado todo lo que tenía para que volviera conmigo porque la amaba profundamente
BIANCAHabía tomado el último metro que me llevaría a Ciampino desde la estación de Roma Termini, y estaba temblando de los nervios cuando el taxi me dejó frente a la casa de los Costa.Tomé con mi mano tiritando las llaves de mi cartera y la introduje apenas en la cerradura de la puerta principal. Al ingresar, suspiré aliviada porque no había nadie, pero maldije mi suerte cuando, al subir los primeros peldaños de la escalera, mi tía Gloria bramó furiosa mi nombre.Resignada, volví a bajar y tuve que voltearme a verla a la cara para enfrentar de una manera esquiva sus reproches.—¡¿Qué es lo que te sucede, Bianca?! ¿Te ha deslumbrado tanto el dinero?—No sé de qué estás hablando, tía. Por cierto, hola, me da gusto verte también. —repliqué con sarcasmo y l
ANTONIOCuando Vitto me informó que Bianca había solicitado permiso para retirarse de la oficina porque debía ir a casa de sus tíos, no la busqué porque creí que debía darle su espacio.Era lógico que se sintiera confundida, siendo presionada por su ex prometido, por su familia y por mí.Mi plan era simple; la dejaría ver que entre el infierno de su familia y el infierno que le ofrecía yo, escogerme a mí era su mejor opción para quemarse.Mis planes de viajar a París el fin de semana con ella, habían fracasado, pero no le haría mal a toda la situación que ella se tomara un respiro. Cuando la asfixiaran en aquella familia de locos, volvería mansa a mí.—¿Tus planes han salido tan bien? —oí en la puerta del despacho que ocupaba en la casa. Era sábado de mañana y a
ANTONIO—¿Qué sucede, muchacho? —el abuelo ingresó a mi despacho, mirando todo el desastre que había causado.—¡El maldito de Lucca me está chantajeando! —bramé furioso y el abuelo asintió—. ¿No dirás nada? ¡No puedo hacer lo que pide!—¿Ni siquiera por Lisa? —increpó, frunciendo el ceño y resoplé con fastidio.—Quiere que me case… ¿puedes creerlo?—¿Y eso qué? —el abuelo se encogió de hombros como si fuera lo más natural del mundo—. Búscate una muchacha adecuada y cásate, ¿o lo dejarás ganar?—Debes estar bromeando…—En absoluto. Ya estás en edad de casarte y tener hijos.—Sabes que no creo en el matrimonio.—Tómalo como un