BIANCA
Cuando me miré al espejo luego de que los estilistas terminaran de arreglarme y colocarme el vestido, me sorprendí por la trasformación en la que me habían sometido. Estaba irreconocible.
—El coche la espera, señorita Lombardo —avisó una de las mujeres que me había ayudado mientras yo seguía contemplando mi imagen en el espejo de cuerpo entero.
—Gracias, ya bajo.
Mis ojos centelleaban brillosos, aunque tristes por el dolor que estaba atravesando. Sonreí negando y respiré hondo para evitar que las lágrimas salieran y arruinaran mi maquillaje.
Tomé el neceser dorado que hacia juego con mis zapatos y bajé con cuidado hasta la calle, donde me esperaba una limosina blanca.
—Buenas noches, señorita Lombardo —saludó el hombre elegante, ataviado en un traje negro mientras su mano enguantada ab
ANTONIOLa mañana siguiente…Bianca estaba tumbada en mi cama, envuelta en sábanas blancas de seda.Sonreí al recordar la noche, cuando totalmente desinhibida por el alcohol, había decidido disfrutar de la fiesta.Había dicho unos cuantos disparates y llorado amargamente en otro momento, regresando a la efusividad de un instante a otro.Al llegar al piso de la compañía, la tuve que cargar desde el coche al elevador, y de allí hasta llegar al ático.La deposité con suavidad en la cama. Estaba profundamente dormida y parecía un ángel en todo su esplendor.Aparté despacio un mechón de pelo de su cara y toqué su sedosa piel. Suspiré cansado, aunque satisfecho con lo que fue la noche.Si bien no resultó ser una mansa gatita, estaba seguro que con mi pro
ANTONIOApenas me había podido contener, cuando el precioso y recién descubierto cuerpo de Bianca, yacía desnudo bajo mi anatomía.Era explosivamente hermosa por donde se la viese. Me había quedado maravillado al verla en la fiesta, pero quedé embrujado cuando pude saborear de su cuerpo de una manera más íntima. Sin embargo, jamás esperé que, al hundirme en su húmeda intimidad, me topara con aquella barrera que confirmaba su castidad.Me detuve de inmediato y la vi con absoluta incredulidad porque en pleno siglo veintiuno, era impensable toparse con una mujer sin experiencia.—Por Dios, Bianca… Eres virgen… —afirmé confundido, mirándola con intensidad a los ojos—. Si no quieres que siga…—¡No, Antonio! —intervino de inmediato—. No te detengas… por favor…
BIANCA Sentí el frío subir por mi espalda y supe que mi rostro debía estar blanco como un papel. —Lo despacharé de inmediato y puedes verlo fuera de la oficina cuando termine tu jornada laboral —prosiguió—. Si hubiera sabido lo que sucedió entre Antonio y tú, no le habría dicho que estabas aquí. —No lo hagas. Iré a verlo. —Antonio se pondrá furioso si se entera. —Sé que no se admiten visitas personales, pero será rápido y además, el señor De Santi no está aquí. No tiene por qué enterarse. —Hazlo bajo tu responsabilidad —me advirtió y asentí, yendo a la oficina de Vitto sola. Cuando abrí la puerta, lo vi de pie, irreconocible. Parecía como si no hubiera dormido en toda la noche. Estaba muy pálido y con los ojos inyectados en sangre. Cerré la puerta y me quedé de pie, mirándolo con un extraño sentimiento. —Bianca… —susurró, acercándose a mí. Retrocedí dos pasos y se detuvo—. Necesito explicarte las cosas…
ANTONIO Bianca me miró con suma curiosidad, aguardando que le narrara mi desafortunada experiencia amorosa. —¿Y bien? —insistió ansiosa y reí negando. —Tenía diecinueve años y ella treinta —entornó los ojos muy sorprendida. —Eran muchos los años que te llevaba… —asentí—. ¿Y funcionó? —Duramos casi tres años. Yo me había instalado a Londres para asistir a la universidad y al poco tiempo de conocernos, se había mudado a mi piso. Sin embargo, cuando estaba cursando el último año de la carrera, todo se desmoronó. Ella sabía que estaba enamorado y mi intención era traerla a Roma conmigo, comprometerme y hacerla mi esposa —el rostro desencajado de Bianca era de la absoluta incredulidad—. Pero un día regresé de la universidad y ella ya no estaba allí, al igual que todas sus cosas. Pasé medio año tratando de encontrarla y, al final de esos meses, aún habría dado todo lo que tenía para que volviera conmigo porque la amaba profundamente
BIANCAHabía tomado el último metro que me llevaría a Ciampino desde la estación de Roma Termini, y estaba temblando de los nervios cuando el taxi me dejó frente a la casa de los Costa.Tomé con mi mano tiritando las llaves de mi cartera y la introduje apenas en la cerradura de la puerta principal. Al ingresar, suspiré aliviada porque no había nadie, pero maldije mi suerte cuando, al subir los primeros peldaños de la escalera, mi tía Gloria bramó furiosa mi nombre.Resignada, volví a bajar y tuve que voltearme a verla a la cara para enfrentar de una manera esquiva sus reproches.—¡¿Qué es lo que te sucede, Bianca?! ¿Te ha deslumbrado tanto el dinero?—No sé de qué estás hablando, tía. Por cierto, hola, me da gusto verte también. —repliqué con sarcasmo y l
ANTONIOCuando Vitto me informó que Bianca había solicitado permiso para retirarse de la oficina porque debía ir a casa de sus tíos, no la busqué porque creí que debía darle su espacio.Era lógico que se sintiera confundida, siendo presionada por su ex prometido, por su familia y por mí.Mi plan era simple; la dejaría ver que entre el infierno de su familia y el infierno que le ofrecía yo, escogerme a mí era su mejor opción para quemarse.Mis planes de viajar a París el fin de semana con ella, habían fracasado, pero no le haría mal a toda la situación que ella se tomara un respiro. Cuando la asfixiaran en aquella familia de locos, volvería mansa a mí.—¿Tus planes han salido tan bien? —oí en la puerta del despacho que ocupaba en la casa. Era sábado de mañana y a
ANTONIO—¿Qué sucede, muchacho? —el abuelo ingresó a mi despacho, mirando todo el desastre que había causado.—¡El maldito de Lucca me está chantajeando! —bramé furioso y el abuelo asintió—. ¿No dirás nada? ¡No puedo hacer lo que pide!—¿Ni siquiera por Lisa? —increpó, frunciendo el ceño y resoplé con fastidio.—Quiere que me case… ¿puedes creerlo?—¿Y eso qué? —el abuelo se encogió de hombros como si fuera lo más natural del mundo—. Búscate una muchacha adecuada y cásate, ¿o lo dejarás ganar?—Debes estar bromeando…—En absoluto. Ya estás en edad de casarte y tener hijos.—Sabes que no creo en el matrimonio.—Tómalo como un
BIANCA¿Había oído bien?Sorprendida, abrí desmesuradamente los ojos, y se me cortó la respiración.Antonio, al darse cuenta de que me había dejado petrificada con sus palabras, prosiguió:—Quiero una esposa y, en su momento, hijos —musitó sus palabra con una calma impresionante—. También te quiero a ti, Bianca y al parecer, los dos queremos las mismas cosas en este momento de nuestras vidas. ¿Por qué no buscarlas juntos?Pestañeé varias veces sin comprender la explicación de Antonio para decir que ambos queríamos lo mismo. La garganta se me secó y tuve que humedecerme varias veces los labios con la lengua mientras mi mente seguía nublada por aquella abrupta propuesta.—Ya tenemos la pasión, sin la cual un matrimonio de conveniencia no tiene esperanza de prosperar. T&uac