La noche fue solitaria, pero Norah tenía los ojos clavados afuera, hacia el jardín por donde una vez anduvo. Se fue a acostar temprano con un pequeño de dolor en la cabeza, y tal vez en el pecho. No había terminado su cena, el apetito se le había ido con la pesadez y confusión de los sentimientos que la hacían temblar. Ese hombre, su esposo, no la amaba. Ella lo sabía, pero aun así, guardaba una esperanza para ella misma. Creía que esa hermosa emoción que los invadió el día de su boda, y a la mañana siguiente podría hacer echar raíces para después crecer y florecer. Aún tenía un poco de anhelo, pero este pronto se apagó los siguientes días. La luz de la luna se colaba por las cortinas y ella segu&ia
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