Todos los capítulos de Hasta que te Encontré. Serie Chicos malos 1 : Capítulo 31 - Capítulo 40
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31.- Leila.
Su voz es solo un susurro, sube la mano izquierda hasta mi cabeza sosteniéndola — He querido hacerlo y no logro apartarme de ti – su aliento caliente me acaricia los labios y muero por que me bese, pero no lo hace. Por el contrario deja caer los brazos, sin dejar de mirarme y sin despegar su frente de la mía. Se ve… diferente, inseguro… vulnerable. Entonces me alejo de él, no sé si es un truco, pero su pecho no para de subir y bajar, tiene los puños apretados y la mandíbula también. Extiendo la mano para que me devuelva mis cosas y lo entiende porque asiente y se la baja del hombro. Da un paso atrás una vez que tomo la mochila de su mano, sus brazos tintados me atraen con una fuerza de la que no tengo control y el lirio rojo que adorna su cuello hace que llore aún más porque no tengo idea de que quiere de mí y eso hace que me plantee q
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32.- Leila.
Salgo de allí prometiéndole llamar cuando llegue a mi casa, cruzo el pasillo y se encuentra en absoluto  silencio porque todo el mundo se encuentra en clases. Camino buscando la puerta de salida y en un rincón escucho algo, voy a por ello y recibo un empujón que me lleva hacia la pared haciendo que golpee la frente contra la piedra, gimo y me separo tocando el sitio donde me duele y estoy sangrando. Trato de correr y no puedo porque una mano tira de mi brazo tan fuerte que me hace gemir, no quiero hacer ruido porque no tengo idea de quién es, me arrastra hacia afuera de la facultad hasta un callejón; ni caigo al piso porque me sostiene y estoy muriendo de miedo porque la cabeza me da vueltas y no sé lo que está pasando. Sin embargo cuando nos detenemos sacudo el brazo para echar a correr y se me hace imposible. Un cuerpo grande vuelve a empujarme, ahora contra la pared de piedra y grito, pero me tapa la boca. Sea quien sea
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33.- Jonás.
— ¡Jonás, por favor! – se lo que va a decirme — No lo lastimes – se encuentra arrodillada en medio de la cama.                                   La veo y ¡uf, siento calor! Tiene un corte en la frente y otro en el labio, ese malnacido la golpeó ¿y ella no quiere que lo lastime? Definitivamente no me conoce. — ¡No lo haré! – Sonríe —, no tanto – se cubre la boca con las manos ante mi seriedad — ahora debo irme, no quiero que tu padre me encuentre aquí – asiente con los labios cubiertos. Me acerco como si fuese un imán, destapo sus labios y delante del maricón de su “casi hermano”, los ro
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34.- Jonás.
El chico se acerca y el sujeto mira el tamaño sin estar excitado, gime y sus lágrimas caen en el piso, me importa una mierda que llore sangre, lo va a pagar. — ¡Hey J! – Frank me habla —  ¿No crees que es mucho? – señala al profe y luego me mira con… no sé con qué diablos, pero se equivoca. — No amigo mío, creo que es exactamente lo que necesita para aprender que ninguna chica se merece sus mierdas – resoplo — ¡Peque, acércalo! – Me acomodo al lado del profe — ¡Abre la boca maldito o te arranco la ropa solo para verte llorar! – Siseo en su oído — ¡cuidadito con lo que haces porque tu culo es quien va a sufrir cualquier consecuencia! – Marshall obedece temblando y le entrego el teléfono a Robert — ¡Ahora sí chicos, que
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35.- Jonás.
Me recuesto en una tumbona en el área de la piscina, he pensado en irme al ático unos días, pero luego de lo que le voy a soltar al profe se vería sospechoso. Al cabo de un rato llegan los chicos junto a un Jeremy Marshall cabizbajo y con los ojos rojos de llorar. Sé que los chicos no le han hecho nada, pero un castigo de este calibre para un hombre heterosexual es la peor humillación que puede haber ¡y sin haberse burlado ninguno! Eso no lo iba a permitir por supuesto, eso es algo serio. — ¡Por ahí vienen unas pizzas Jonás, tu eres el de la pasta! – saco un fajo de dinero de la cartera y se lo entrego a Elvis. — ¡Siéntate con nosotros Jeremy! – Lo invito sonriente y niega — hablemos de algo importante – obedece y se sienta. — Debo irme a mi casa – expresa con voz rota.
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36.- Jonás.
Parqueo el auto en la plaza correspondiente y al salir la veo a ella, es Leila que se encuentra esperándome en la jardinera sentada. Debe tener más o menos una hora ahí porque me retrasé para saltarme la hora de Filosofía. Se ve preciosa con un vaquero negro y la blusa color rosa pálido, montada en unos tacones de diez centímetros, sofisticada y con clase. No debería estar aquí, en principio. — ¡Hola, llegas… tarde! – no me acerco. — ¿Qué haces aquí Leila? – sé que soy un grosero, pero ella… no la quiero aquí. ¡Y menos incordiándome con presiones de mierda! — ¿Qué? – Sus ojos se abrieron como platos — Yo… solo… quería decirte… — ¡No
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37.- Leila.
— ¡Ya, enana ya! – me consuela Charles, no he podido dejar de llorar. — Es que… es horri… horrible lo que me dijo – el solo hecho de imaginarme al profesor… haciendo ¡Oh Dios tengo arcadas de nuevo! Vomito de nuevo y mi amigo me enrolla el cabello con la liga que tengo en la mano ¿Por qué tiene que ser tan asqueroso y grotesco? ¡No lo entiendo! — ¡Nena tienes que calmarte! – niego. — ¡No puedo! El dolor no cesa, solo quiero llorar – me abrazo a él nuevamente. Su teléfono suena y lo saca del bolsillo, lee un mensaje y pone los ojos en blanco para luego guardarlo de nuevo. — ¿Qué fue lo que te dijo, para ponerte de ese modo? – pregunta con preocupación. Su te
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38. Leila.
Llegamos a la casa y la verja se abre de manera automática como el de la mía, pero este lo hace lateralmente. Al bajar del auto mi amigo se echa la llave al bolsillo y me toma de la mano, su madre ya nos espera en la puerta y me abraza cálidamente. — ¡Reina! – Siempre me ha llamado así — ¡Tiempo sin verte! ¿Tienes hambre? – Niego — Cielo ¿no es muy temprano? – pregunta con el ceño arrugado. — ¡Hola Ma! Si bueno, es que ambos salimos porque los profesores no llegaron – asiente sin creerle una palabra. — ¿Y Alice? – pregunta y yo lo miro a los ojos ¿Qué pasa? — Ella… tenía algo que hacer… con su mamá – tartamudea. — ¡Ay por Dios Tontín, se iban
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39. Leila.
Mi estómago dio un vuelco, sentí náuseas y mareos. Todo eso junto a una sensación de vértigo que me aplastó como una mosca. No puedo verlo, es peligroso; va a lastimarme ¡lo sé! Pero la ansiedad me mata, no sé qué tiene, quiero, necesito verlo. Me cubro el estómago con los brazos y Charles me abraza. — No tienes que bajar si no lo deseas Nena – sube mi rostro. — Te voy a traer un té Reina, para que te calmes un poco – sonrío lo mejor que puedo. — ¡Gracias Sra. Francis! – ella sale de la habitación hacia la cocina. — ¡Quédate aquí por favor! – sale de la habitación también. Doy pequeños recorridos por lo que creo son más de diez minutos y mi ansiedad aumenta. No pue
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40.- Jonás.
Se ve asustada, nerviosa ¡y va en pijama! ¿Qué coño hace en pijama en la casa del Tontón? Creo que este tío y yo tenemos que hablar, me cae bien y me agrada que la proteja hasta de mí pero… ¿Qué ande por ahí en pijama? Respiro profundo para calmarme y preguntarle como una persona civilizada, no quiero asustarla más de lo que está. No me aparto de la ventana y la veo casi adherida a la puerta cerrada a su espalda sopesando la posibilidad de quedarse o salir de la habitación, casi puedo escuchar como chirrean los engranes de su preciosa cabecita calculando el momento exacto para echar a correr lejos de mí. Se lo agradecería mucho. De ese modo me ahorraría la difícil tarea de tener que alejarme, ya que veo: es casi imposible. — ¡Ho… hola! – pronuncia casi inaudiblemente. — ¡H
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