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INTRODUCCIÓN
—Es increíble que no puedas hacer una cosa por ti misma. En serio, Abigail. ¿Tengo que recordarte cada cosa a cada instante? –exclamó Theresa Livingstone a su hija—. Te dije claramente que tenías que venir en ayunas, ¿es que no puedes mantener esa boca cerrada? Si tu padre no fuera un hombre que gana dinero, nos habrías arruinado hace tiempo porque no paras de comer y comer. ¡Mírate! ¡Avergüenzas!Abigail apretó los dientes sin decir nada, y luego miró fuera del auto en el que iban a través de la ventanilla. No había querido ir en ayunas a la cita de ahora porque nunca era necesario, y tampoco era como si hubiese acabado con las reservas de la casa; ¡sólo se había tomado un jugo de naranja! La regañina de su madre no sólo era injusta, sino también innecesaria, pues nunca le hacían un examen que requiriera ir en ayunas.
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1
 —¡A que no adivinas a quién vimos anoche en la gala! –exclamó Candace Chandler, la menor de las cuatro hermanas Livingstone sentándose en el mueble de la sala de su madre mientras ésta tejía algo, y mirando a Charlotte y Christine que conversaban en voz baja mientras tomaban su té y hojeaban revistas de moda. Charlotte la miró sin mucho interés; ella no había ido a la gala, y por lo tanto no tenía mucho que compartir acerca de ella.—¿Al presidente de los Estados Unidos?—No seas tonta, el presidente está de gira por Europa. ¡¡A Maurice Ramsay!! –al escuchar el nombre, Abigail levantó de inmediato la cabeza y miró a su hermana menor fijamente.—¿Ese? –preguntó Theresa—. ¿En una reunión social? No me digas que… ¿piensa volver?—No lo
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2
—Parece que alguien intentó colarse –rio Marissa ocupándose del velo del vestido de novia de Diana para que entrara al auto que los llevaría al sitio de la recepción. Se hallaban a la salida de la iglesia, y aún había mucha gente allí viendo cómo se despedían los novios y se internaban en el auto.—Pero la iglesia es un sitio público –dijo Meredith mirándola interrogante—. Cualquiera puede asistir a la ceremonia.—Elegimos un día como este para que no hubiese intrusos, y aun así…—Ya decía yo que había más gente de la esperada –dijo David, mirando en derredor—. Pero como no conozco a ninguno, no sabría decir quién es quién.—No exageres, conoces casi a la mitad –lo riñó Marissa echándole malos ojos, y él sólo sonri&oac
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3
 Abigail esperaba a su madre en la cafetería de la clínica donde el doctor John Frederick tenía su consultorio. Se arrebujó un poco con su chaqueta de lana, pues estaba siendo un día frío, y se dedicó a mirar lejos perdida en sus pensamientos. Hacía un mes había visto a Maurice, y los pocos instantes en que lo tuvo delante venían a su memoria una y otra vez. A veces para suspirar, hoy, para dejarla demasiado inquieta.Los años habían pasado sobre él. Se veía mayor, aunque debía tener treinta y un años, pero sus ojos no brillaban, su sonrisa no era fácil, y había amargura en el fondo de su alma. Todo tenía una justificación, pero eso mismo no dejaba de preocuparla.¿Cómo podría ella acercarse a él? Lo había intentado ya, pero había sido nefasto, él simplemente creyó
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4
Maurice entró al edificio donde tenía su pequeño apartamento y caminó esquivando el elevador, que estaba fuera de servicio por reparación, aunque dudaba que fueran a arreglarlo en un futuro cercano. En las escaleras se encontró a Helen, que venía con su niña en brazos y lo detuvo.—Tienes visita esperando fuera de tu puerta –le informó.—¿Visita? –preguntó él—. ¿David? ¿Daniel?—No, una mujer…—¿Diana? ¿Michaela, Marissa?—No. Míralo tú mismo. Yo sólo digo que es muy guapa. No sabía que te gustaban pelirrojas—. Helen siguió de largo y no pudo ver que Maurice había palidecido. Se quedó allí, con los pies en diferentes escalones sintiéndose de repente sin fuerza para avanzar.Una pelirroja. Había muchas p
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5
 Abigail vio el taxi alejarse sabiendo que no tenía caso seguir corriendo. Además, su estado físico a causa de su asma era tan malo, que tuvo que detenerse. Acababa de tener un ataque ahora, no podía provocar otro tan pronto.Sus ojos se humedecieron y miró en derredor. Las cosas habían salido terriblemente mal. Había sospechado que Maurice la rechazaría al primer intento, pero no imaginó que le fuera a ir así. ¿Y ahora, qué haría?Miró el sobre médico en sus manos y lo apretó con fuerza. Hacía unas semanas, había encontrado esto en la cafetería de una clínica, y lo había duplicado tan bien con su propio nombre que no parecía falsificado.De adolescente, había leído una novela donde la protagonista había conseguido así casarse con el amor de su vida, y habían sido
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6
Maurice llegó a eso de las dos de la tarde al edificio con aire distraído. Estaba pensando en la ropa que necesitaba comprar y el tedio que le daba empezar a dar vueltas por las tiendas para ello. Pero ahora que debía proyectar la imagen de un próspero hombre de negocios, sus jeans y camisetas habían pasado a la historia. Tal vez también debía quitarse la barba.Se paseó las manos por ella sintiendo un poco de pesar; se había acostumbrado a llevarla, así que decidió posponerlo.Al llegar al piso donde estaba su apartamento la vio, y de inmediato dio la media vuelta. Ella corrió a él.—¡Por favor! –suplicó—. ¡Eres mi única esperanza! –Maurice se volvió a girar y caminó en derredor como si buscara algo—. ¿Qué… qué pasa?—Estoy buscando las cámaras.&md
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7
 “Nadie te amará jamás como te amo yo”, había dicho ella, y esas palabras habían quedado flotando como un molesto eco rebotando alegremente en las paredes del apartamento de Maurice.Éste yacía sentado en el suelo, deseando hoy más que nunca un trago.¿Qué le había pasado? ¿Cómo había perdido el control de esta manera?Aunque rememoraba cada instante en su mente, era consciente de que a cada paso él pudo haberse detenido, pero no quiso. Simplemente no quiso.Había violado a una mujer aquí, en su puerta, y ella había salido llorando.Está bien, oficialmente no era una violación, pues él le había abierto una y otra vez la salida, pero él había sido rudo… con una virgen, por Dios.No podía excusarse a sí mismo diciéndose que se lo hab
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8
Theresa Livingstone dejó su revista cuando una de las muchachas del servicio le anunció que un joven buscaba a su hija.—¿A Christine? –preguntó Theresa un poco intrigada. ¿Qué joven buscaría a su hija ya casada? Esperaba que no se estuviera metiendo en problemas.—Eh… no lo dijo. Sólo dijo: la hija—. Theresa frunció el ceño confundida. Dejó la revista en el sillón en el que estaba y se levantó para ir al vestíbulo. Cuando vio al hombre quedó paralizada. Era Maurice Ramsay, el mismísimo Maurice Ramsay, vestido con una camisa de líneas azul y blanco desabrochada sobre una franela blanca de manga larga para proteger sus brazos del sol del verano, pantalones jean y zapatos negros. Tenía unos guantes sin dedos en la mano y miraba todo en derredor con cierto desdén.—¿Qué busca aqu&iacu
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9
Hubo un largo silencio mientras ambos miraban el cielo terminar de oscurecerse y las luces reflejarse sobre las aguas. El viento cálido alborotaba los cabellos rojos de Abigail, pero ella no se molestaba en retenerlos, y Maurice se descubrió a sí mismo mirándola.Ella tenía una belleza de la que Stephanie carecía. A Stephanie, su mujer, había que mirarla por el deleite de los ojos, pues era preciosa. Cada curva de su cuerpo, cada ángulo de su rostro, cada movimiento de sus cabellos parecía destinados a cautivar, a llamar la atención; pero luego del paso del tiempo, y de haber estado casado con ella un año, y de haber conocido lo peor de su alma, había tenido que reconocer que, toda esa belleza sólo se limitaba a lo material, a lo físico. Él había amado un espejismo.Abigail era diferente, lo sentía en sus huesos. Pero ya se había equivocado terr
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