—Suéltame… por favor, Hans, ¡suéltame, me estás lastimando! —le suplicó Aitana, pero los ojos del hombre sólo estaban nublados por la frustración, la impotencia, y la ira.—Tú me has lastimado más —aseguró él—. Tú me has hecho esperarte por años, me has hecho sufrir por años, pero eso ya terminó. Para eso nos casamos. Ya es hora de que vengas conmigo.—¡Yo no voy contigo a ningún lado! ¡Yo no soy Lianna! ¡Tienes que entender, yo no soy Lianna! ¡Mi nombre es Aitana, no soy tu esposa, no tengo nada que ver contigo, y no voy a ir a ningún…!Tenía que decirlo, Aitana tenía mucho y todo qué decir, pero todo quedó interrumpido en el justo segundo en que la palma de Hans chocó contra su rostro, lanzándola al suelo.Jamás en s
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