Capítulo 2
Al ver los pedazos de vidrio en el suelo, el tipo al parecer se irrito. Su arrogancia hacía que la atmósfera del hospital se sintiera aún más fría.

—¿Cómo se te ocurre hacer un berrinche en medio de un hospital? ¿Cuándo vas a empezar a comportarte como una adulta?

Yo no respondí nada, solo no podía creerlo.

¿Berrinche?

¿Quién es él como para hablarme de esa manera?

Parecía que iba a decirme más cosas, pero se acordó de algo.

—Luna no quiere salir del hospital y ni siquiera volver a casa, ella se siente bastante dolida por tus dramas. Está tan triste que piensa irse. Hoy, no importa lo que pase, tienes que ir a disculparte con ella y convencerla de que se quede.

Después, se me acercó rápidamente y trató de levantarme de la cama. Por reflejos, me aparté de él y de su mano.

—¿Y quién es usted? ¡No le conozco y por favor no se me acerque!

Aunque ahora podía moverme, mis heridas no habían sanado por completo, y tenía pánico de que alguien me tocara.

El tipo se enojó.

—Esmeralda, ¿qué estupidez haces?

—¿Hacer qué? No lo conozco y será mejor que salga de inmediato o de lo contrario…

Antes de que pudiera terminar de hablar, él hombre me agarró bruscamente por los hombros.

—Esmeralda, si sigues actuando así, ¡me voy a enojar en serio!

Su agarrón fue tan fuerte que sentí que en cualquier momento me rompería los huesos que apenas estaban sanando. Era más sensible en dolor que otros. Cualquier cosita ya me causaba moretón y dolor, por lo que tener huesos rotos era algo que ni siquiera quería recordar, mucho menos volver a soportar.

El miedo me invadió, y no pude controlar el grito que salió de mí.

Creo que lo asusté; se quedó paralizado y, sin darse cuenta, me agarró con menos fuerza. Aproveché el momento para presionar el botón de emergencia junto a mi cama varias veces, llamando a las enfermeras para que me salvaran.

Los médicos y enfermeras llegaron rápido, y yo me escondí detrás de ellos, temblando de pies a cabeza y rogándoles que llamaran a la policía.

Cuando escuchó que quería llamar a la policía, las cejas del tipo, gruesas y perfectas, mostraron evidentes su enojo.

—Esmeralda, ¿qué pendejadas estás diciendo?

No entendía por qué conocía mi nombre ni por qué actuaba como si me conociera, pero tampoco me importaba. En ese momento, lo único que quería era que la policía se lo llevara de inmediato.

Seguí rogando al médico que llamara a la policía.

Al ver que insistía en llamar a la policía, los ojos de David Vaillant, con su característico brillo, empezaron a mostrar irritación.

—Esmeralda, ¿puedes ya parar este show?

Mientras decía esto, miró al médico y le pidió que no se uniera a mi "teátrico de mierda". Afirmó que él era mi esposo, no un delincuente, ni mucho menos un aparecido.

Al escuchar que decía ser mi esposo, mi deseo de que la policía arrestara a este lunático creció aún más.

Tenía heridas, pero mi cerebro estaba intacto. ¿Cómo podía no saber si estaba casada o no? ¡Mi esposo! ¡Qué mentira tan descarada!

Pensé que simplemente era un loco que me había confundido con alguien más. Pero, para mi sorpresa, después de que la policía verificó la información, resultó ser en serio mi esposo.

Esto me dejó con los ojos muy abiertos, incapaz de procesar la situación. Le pedí a la policía que verificara otra vez.

Sin embargo, sin importar cuántas veces lo comprobaran, el hombre frente a mí era, sin lugar a dudas, mi esposo según la ley.

Me quedé atónita, no sabía qué pensar o decir.

De repente, recordé que, después de mi segunda lesión, desperté con la sensación de haber olvidado algo importante.

Pero… ¿cómo podía ser? Si recordaba hasta los detalles de cuando tenía tres años, ¿cómo era posible que hubiera olvidado algo tan grande como estar casada y tener un esposo?

Eso carecía de ningún sentido.

Ni siquiera los médicos podían explicar mi caso.

—¿Te acuerdas de todo, menos de mí? —me preguntó, mirándome con una mezcla de superioridad, desprecio y burla, como si estuviera segura de que todo era una actuación mía.

Su mirada me hizo sentir incómoda.

Justo cuando iba a pedirle que se fuera, sin importar si era mi esposo o no, sacó un montón de informes médicos y los tiró sobre mi cama.

—Esmeralda, ahora sí que te pasaste de la raya. No sólo has falsificado expedientes médicos para quedarte aquí fingiendo estar enferma, sino que ahora finges tener amnesia.

Desde que volvió Luna, no has hecho más que causar problemas, y ahora incluso finges haber perdido la memoria.

Ni yo ni el médico sabíamos qué estaba pasando ni qué decir.

¿Falsificar informes médicos para fingir estar enferma y no salir del hospital?

—Te lo advertí antes. No importa cuánto finjas o cuánto drama hagas, no servirá de nada. Será mejor que dejes de comportarte así.

—Esta noche, como máximo hasta esta noche, si no sales del hospital para disculparte con Luna, no vuelvas nunca más.

Dicho esto, mi esposo se fue, sin darme la oportunidad de decir una palabra.

Después, los médicos me miraron con ojos llenos de compasión.

Compasión por haberme casado con alguien así. Había estado gravemente herida, al borde de la muerte, y después de más de dos meses en cama, apenas podía moverme. Sin embargo, mi esposo ni siquiera se había molestado en venir a verme. Más bien, creía que estaba fingiendo todo.

Frente a las miradas compasivas del médico, yo no pude decir nada.

Recién enterada de que estaba casada por la ley, no sabía cómo describir lo que sentía.

Sólo podía preguntarme, ¿cómo podía recordar cosas tan lejanas de mi infancia, pero olvidarme de algo tan importante como estar casada y tener esposo?

Por más que le daba vueltas, no encontraba una explicación.

Pensar tanto sólo hizo que me doliera la cabeza.

Siempre he odiado el dolor, así que cuando no encontré una respuesta, decidí dejar de pensar en ello.

Tal vez, no era importante y ya.

Desde pequeña, mi memoria siempre ha sido selectiva. Sólo recuerdo lo que es importante o útil. Las personas y cosas irrelevantes, las descarto.

Con esta idea en mente, dejé de pensar en mi "esposo" y me centré en mi recuperación.

Esa noche, recibí una llamada telefónica.

—Esmeralda, regresa ahora mismo. Si no vuelves pronto…

Al darme cuenta de que era mi supuesto esposo, colgué antes de que pudiera terminar lo que iba a decir.

Desde que ocurrió el accidente, habían pasado más de dos meses y él nunca vino a verme ni una sola vez. Siendo un esposo frío y sin corazón que no se preocupaba por lo que me pasara, nuestra relación claramente era un matrimonio por conveniencia sin amor en el medio.

Un marido sin ton ni son que todavía se atrevía a darme órdenes tal cual dictador de pacotilla. ¡Pero qué descaro!

Decidí bloquear su número y puse el celular a un lado, para no tener que escuchar llamadas tan inútiles.

Después de eso, bebí el vaso de agua que me había tomado mucho esfuerzo llenar.

...

Al mirar que le rechazaban la llamada, David se quedó desconcertado.

Siempre había sido él quien colgaba las llamadas de Esmeralda. Ella nunca se atrevía a colgarle; siempre le rogaba que no lo hiciera, que escuchara lo que tenía que decir, que volviera a verla.

Pero ahora, ella había colgado sin siquiera esperar a que terminara de hablar.

Y al recordar lo que sucedió esa mañana en el hospital, la forma en que ella lo miraba como si fuera un completo extraño, junto con esos informes médicos que parecían tan reales, una inexplicable irritación comenzó a crecer dentro de él.

—David, ¿ella aún se niega a perdonarme y regresar?

—¿Qué hacemos entonces? ¿Debería pues intentar hablar con ella de nuevo? Todo es mi culpa. Si hubiera sido más fuerte y no me hubiera desmayado cuando fui a verla al hospital, tal vez habría aguantado más tiempo y dejado que ella desahogara su enojo. Tal vez entonces no estaría tan molesta.

El tono lleno de culpa de Luna, que asumía toda la responsabilidad, hizo que David se viera aún más irritado.

¿Todavía tenía fuerzas para desquitarse con ella? ¿Qué tanto podía pasar?

—No le hagas caso

—Pero...

—No hay peros, la culpa no es tuya, es solo de ella.

David dijo en un tono cortante:

—Si tiene el valor y la dignidad que afirma tener, pues que no vuelva nunca jamás.

—Es mejor que me vaya, no quiero molestarle— Ella sollozó

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