Traiciones: Sin mirar atrás
Traiciones: Sin mirar atrás
Por: Milka
Capítulo 1
Fui descubierta por un tipo mayor cuando estaba pescando por la mañana. Accidentalmente su anzuelo se quedó enganchado en mi ropa, y por más que intentó, no pudo sacarme con su caña. Al acercarse, vio que yo estaba como que ahogada en el agua. Asustado, dejó caer la caña de pescar y salió corriendo a llamar a la policía buscar ayuda.

Cuando la policía me sacó del agua pantanosa, apenas me quedaba un hilo de vida.

Por lo que los médicos que participaron en mi rescate llegaron a pensar que yo no terminaría sucumbiendo a tal desgracia.

Al notificar ellos a mi familia, ellos también me dieron por perdida y ni siquiera les importo nada.

Sin embargo, de alguna manera, gracias a una resistencia y resiliencia increíble, logré sobrevivir por obra de milagro.

Comparado con el dolor de la caída en ese instante, el tormento que sentí al despertar, con mi cuerpecito todo maltrecho, fue casi que insoportable.

El cuerpo humano tiene 206 huesos, y yo tenía 108 vueltos nada. Los rápidos del rio me habían maltratado hasta el alma, y llegue a pensar si en verdad valía la pena vivir bajo semejante dolor.

Si me movía o alguien me tocaba, oh madre mía que me dolía todo.

Cuando las enfermeras me ponían sueros, con solo presionar ligeramente la piel de mi mano para encontrar la vena, el dolor era tan intenso que yo sudaba del miedo para no verlas.

Después de soportar a duras penas el suero que me inyectaban, estaba a punto de dormirme cuando el asistente de David entró.

—Señora Esmeralda, el señor David me pidió que me la llevase para que se pudiese usted disculparse con la señorita Luna. Por favor, acompáñeme si se siente ya mejor.

Desde la cama, sin poder moverme, lo miré en estado de shock. Por un momento, mi cerebro, aún afectado por el trauma, no podía procesar semejante barbaridad que estaba escuchando.

—Señora, le pido por favor si en serio usted ya se siente mejor que se levante y venga conmigo. Usted sabe el humor volátil que tiene David. Usted misma sabe lo que le pasó a la señorita Luna por su culpa, y cuánto tiempo la mantuvieron en cautiverio, y eso lo tiene aún colérico.

—Déjeme recordarle pues algo que usted bien sabe, la señorita Luna es el tesoro del señor David.

El tono del asistente era muy respetuoso, pero estaba lleno de impaciencia y desprecio hacia mí.

Cuando finalmente reaccioné, no pude evitar ser irónica.

¡Pues semejante esposo el que tengo!

Cuando los secuestradores no me dieron más opción que tirarme al rio, él decidido salvar a su amor dejándome a mi suerte con una muerte segura en ese río caudaloso.

Y ahora, sin importar que acabara de salir del peligro y que ni siquiera pudiera mover un dedo, tenía la desfachatez de aún pedirme que me disculpara con su antiguo amor.

Con dificultad abrí la boca, y con una voz áspera le respondí al asistente:

—Dígale al David que no pienso disculparme. Si desea mis disculpas, mis mayores disculpas es dejarle el camino libre para él y para la señorita Luna. Les deseo de todo corazón una vida llena de alegría y que puedan conformar una bonita familia.

Después de eso, cerré los ojos, incapaz de decir una palabra más.

Para ser con todas ustedes sincera me dolía y mucho. Mi cuerpo me dolía, y mi corazón y alma también, por eso prefería mejor dormir bajo analgésicos que estar despierta bajo tanto dolor y rechazo.

El suero que me habían puesto tenía calmantes, así que me dormí rápidamente.

No sé cuánto tiempo pasó. Pero cuando volví a abrir los ojos, me encontré con la mirada enfurecida de David.

Esa mirada de rabia sin una pizca de comprensión hacia mí, me hizo temblar de miedo.

—¿Por qué coños no fuiste a disculparte con Luna? Sabes muy bien que fue por tu culpa, que ella fue secuestrada y ahora se siente mal.

—Además, te he dicho mil y una veces que entre ella y yo no hay nada. ¿Por qué la insultas así?

—¿Podrías dejar de imaginar cosas? No todo el mundo gira a tu alrededor y alrededor de tus chismes.

Lo miré fijamente, y de repente sentí que ese hombre que en otrora llegué a amar, ahora ya no lo reconocía.

Hubo un tiempo en que, si me cortaba un poco la mano pelando verduras, él se preocupaba hasta llorar.

Ahora, con mi cuerpo envuelto en vendas como una momia, incapaz de mover siquiera una mano, parecía que no lo veía. Solo se preocupaba por el estado de Luna.

No pude evitar responderle:

—David, mira por favor, date cuenta el estado en el cual yo me encuentro. Estoy grave. Y ni una mano puedo mover, menos valerme por mí misma para disculparme con ella.

Pensé que al decirle eso, al menos me miraría, sintiendo un poco de culpa por haberme dejado a mi propia suerte y no tener compresión de mi en semejante estado.

Pero quién diría...

Él sonrió lleno de sarcasmo:

—Si estas herida, es algo que tú misma te buscaste, ¿no?

Lo miré en estado de shock, incapaz de decir nada más. Solo pude reír.

Siete años de relación habían terminado así.

Tal vez mi risa era demasiado amarga, porque lo vi mirarme con una expresión como de compasión hacia mí. Sin embargo, esa suavidad fue reemplazada rápidamente por un gesto de burla.

—Esmeralda, déjame decirte que siempre me ha sorprendido mucho tu manera de actuar.

—Y ese showsito tuyo con las vendas y las fracturas si que parece real —dijo mientras tiraba de las vendas.

Con el dolor que sentía por una ligera presión, que él tirara de las vendas me dejó sin aliento.

Antes de que pudiera recuperarme, me sujetó el brazo con fuerza:

—¿Ah y qué es esta mierda? ¿Sangre? Pues no parece. ¿Sangre de utilería quizás? Esmeralda, en verdad no tienes límites.

Mis huesos, que apenas estaban sanando se sintieron como ceder ante su presión.

El dolor fue tan intenso que por un momento sentí que mi corazón dejó de palpitar.

En un instante, el sudor me empapó, como si acabara de salir del agua. Y me puse super pálida.

Intenté abrir la boca para suplicarle que me dejara en paz, pero el dolor era tan insoportable que ni siquiera podía mover los labios.

Pero al final David, al notar mi palidez, pareció darse cuenta de que algo andaba mal.

—Pero...

Pero justo cuando iba a decir algo, sonó su celular.

El tono especial lo hizo dejar de mirarme y contestar la llamada.

—Quédate donde estás, voy para allá en un momento.

Sin mirarme otra vez, salió apresuradamente, sin darse cuenta de que, en su prisa, había desconectado uno de los tubos conectados a mi cuerpo.

Inmediatamente, sentí que me faltaba el aire.

Luché con todas mis fuerzas para llamarlo, para pedirle que buscara un médico.

Pero no importaba cuánto lo intentara, no podía emitir ningún sonido.

Cada vez era más difícil respirar, como si alguien estuviera apretándome el cuello.

Cuando la oscuridad me envolvió, pensé que en serio me iba a morir.

Quién lo diría, no morí a manos de los secuestradores ni al caer y golpearme contra las rocas. Pero al final, estaba a punto de morir por las manos del hombre que una vez tanto amé.

El hombre al que había amado con todo mi ser y le había dado todo de mí.

En ese momento, el dolor en mi corazón superó a todos los demás dolores.

Un dolor tan intenso que me hizo no querer volver a amar jamás.

...

Por alguna razón, el destino parecía disfrutar torturándome.

Y no morí.

Una vez más, fui salvada y los médicos me elogiaron por mi mucha resistencia.

—Por suerte, la enfermera jefa decidió venir a revisarla antes de irse. Descubrió su condición a tiempo y la llevó a urgencias. Si se hubiera retrasado unos minutos, no habría sobrevivido.

El médico me miró con admiración:

—Eres la persona con la mayor suerte que he conocido.

Lo miré, sin saber qué decir. Solo pude devolverle una sonrisa como un gesto de aprecio.

Después de esta vez, no sé por qué, pero sentí un vacío en mi corazón, como si hubiera olvidado algo importante. Sin embargo, al repasar mi vida, no parecía haber olvidado nada.

Simplemente no recordaba cómo se había desconectado el tubo.

El médico me dijo que con heridas tan serias era bastante normal olvidar algunas cosas y que no debía preocuparme. Lo más importante ahora era recuperarme.

Creí que tenía razón, así que no le di más vueltas al asunto.

Debido al daño adicional, mi estado era aún peor, y tuve que pasar más de dos meses en cama antes de poder moverme.

Cuando finalmente pude moverme, mis manos y pies seguían sintiéndose torpes.

Tenía mucha sed, pero no podía alcanzar el vaso en la mesa. Después de mucho esfuerzo, y casi que, sudando, logré agarrarlo, solo para derramarlo en el suelo.

Miré el agua derramada, sintiendo aún más sed.

Justo cuando intentaba servirme otra vez, un tipo alto irrumpió en la habitación.

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