Me hubieras dejado morir.

04 —¡Señor, hable con la señora, quizás la convenza para que venda! Sugirió un peón de la hacienda. 

—Terminen con esto, saldré a caminar a la orilla del mar, no dejen la cerca así, cierren hasta el último hueco. Ordenó antes de marcarse, no le dio importancia a las palabras de su empleado. 

El joven se sentía agobiado, ese lugar le trae malos recuerdos, su primer y único amor lo conoció ahí, pero fue algo pasajero. Bueno para ella, porque él sí se enamoró. 

Recordando esos momentos de su juventud, el joven caminó, bajo la luz de luna, era una vista increíble, algo que se ve pocas veces. 

«¡Ay!» el hombre suspiró profundo, cuando de pronto vio una mujer caminar hacia el mar. 

Frunciendo el ceño, detuvo el paso y metió sus manos a los bolsillos. Mientras se preguntó. ¿Qué loca se acerca al mar en la noche? Luego, hizo un gesto con la cabeza y continuó su camino. 

—¡No me importa, de por sí, no es nada mío, si se ahoga, es su problema! Ángel realmente no vio el rostro de la chica. Las únicas personas que le interesan son su madre, hermana, y un sobrino que tiene a su cargo. Esa historia la conocerán muy pronto. 

Resulta que pasó de lejos, pero algo dentro de él lo inquietó, y al voltear, ya no vio más a la chica. 

—¿Qué se hizo? El joven dio un giro de 360°, echó un vistazo a todo a su alrededor y no vio a nadie. Esa parte del mar era de su propiedad, y nadie podía pasar. Se puede decir que era una zona restringida y no solamente por los rockefeller, sino que también por la policía y guardacostas. El mar suele ser peligroso en ese sitio. 

—¿Será posible? En ese momento, Ángel tiró su sombrero, se quitó la camisa, y corrió hacia el mar. 

—¡Señorita! ¡Señorita! Gritaba mientras nadaba entre las agresivas olas. Ángel odia el mar, quizás es por eso que también odia la hacienda. 

En medio de las agresivas olas, observó una manta blanca que era arrastrada por la corriente, y supuso que sería la chica. 

 —¡Señorita! A gran velocidad y fuerza, nadó hasta ella, y la sujetó del cuello para sacarla del mar. Le costó trabajo poder mantenerse a flote, pues viejos recuerdos salieron a reducir justo en ese momento. 

Al llegar a la orilla, la cargó en sus brazos y la bajó hasta que estuvieron en una parte seca. 

—Señorita, por favor, despierte. El joven le palmeó la mejilla e intentaba reanimarla. Sin embargo, la mujer no reaccionaba, al parecer tragó agua. Ante tal situación, le aplicó primeros auxilios, y al no tener éxito, pensó que lo mejor era darle respiración de boca a boca. 

Antes de poner sus labios sobre ella, le corrió el cabello que le cubría el rostro, y justo en ese instante se percató de que era la misma chica que había salvado esa mañana. 

—«Es la esposa de Miller». Ángel lo pensó para darle respiración, después de todo era la esposa de su enemigo. 

—¡Al diablo!. Se dijo cuando la vio pálida. Tras inclinarse, puso sus labios sobre los de la mujer, y continuó aplicando la maniobra.

—Vamos, respira, por favor, ¿cómo puedes ser tan tonta de venir a morir en mi territorio? 

Por un momento, el joven sintió pánico de que ella muriera en sus brazos. 

—¡Cof, cof! Melany tosió un poco de agua y, al abrir los ojos, miró el apuesto rostro del joven. 

—¡Tú! Ella lo señaló con el dedo e intentó sentarse. 

—¡Tampoco me agrada verte, y mucho menos me agradó la idea de darte respiración de boca a boca! ¡Eres la esposa de ese patán! Ese fue un pensamiento pasajero, ya que luego le advirtió.

—¿Sabes que no puedes morir aquí? Sería un fastidio ver este lugar repleto de policías. 

—¿Qué? Gua cala… ¿Me besaste? Ahora se me pegará lo charral, voy a oler a chivo. ¿Quién te dio permiso de salvarme? 

La joven aún no concordaba bien las ideas. Sin embargo, sí podía ofender a Ángel. 

—¡No seas malagradecida, por tu culpa estoy empapado, tengo sal por todo mi cuerpo, y encima, ahora tengo que escucharte! El joven se puso de pie, y cuando estaba por marcharse, la escuchó llorar.  

—«Me hubieras dejado morir». ¿Para qué vivir? Si él no me cree. Melany intentó quitarse la vida al arrojarse al mar, quizás creyó que era su única escapatoria. 

—¡Y ahora menos que le creerá! El joven levantó la mirada y observó las luces de las linternas que se acercaban. No eran sus hombres, pues entraron por el lado opuesto de su hacienda.

—¡Aléjate de ella! Le gritó Fabricio desde la distancia, pues, reconoció a Ángel en cuanto lo vio. 

En ese instante, los hombres de Fabricio apuntaron a Ángel, y parecían dispuestos a disparar. 

Ángel levantó las manos en son de paz, por ahora está desprotegido, sería un tonto si se enfrenta a todos él solo. 

—¡Caballeros, no se los aconsejo, esta es mi propiedad, y ustedes la están invadiendo! Fabricio no pretendía pisar la tierra de los Rockefeller, pero le informaron que la chica había corrido hacia ese lugar. 

—¡Fabricio! Melany se amarró el cabello, y se levantó del suelo. —¡No es su culpa!, caminaba por aquí y me acerqué mucho al mar. En ese momento se levantó una gran ola, y me arrastró. Ese joven me salvó de morir ahogada. 

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