Gabriel, mientras atendía la llamada, le lanzó a Regina una mirada cargada de desprecio y burla. ¿Cómo se atrevía ella, si hasta el personal del edificio no la respetaba? ¿Cómo osaba exigirle el divorcio?Regina soltó un resoplido y, frente a Gabriel, lanzó los guantes sucios directo al rostro de la administradora. La mujer, sin poder reaccionar a tiempo, dejó caer su bolígrafo al suelo.—¡Oye, si no sabes lo que tienes que hacer, te sugiero que te vayas a morir y luego reencarnes! ¡Tal vez así, en la próxima vida, no tengas la cabeza llena de basura! Y una cosa más: aunque me corras, nunca entrarás a la Villa Número Siete. Él prefiere mujeres falsas y provocadoras. Tú eres lo suficientemente falsa, pero ya estás demasiado vieja, vieja bruja.Sabía que pronto se mudaría de ahí. No tenía motivos para reprimir su ira y, de paso, lanzó una indirecta sobre los gustos de Gabriel. Muy bien.Los ojos de Gabriel se endurecieron de repente. Sus nudillos se pusieron blancos de tanto apretar el t
—¡Si no fuera por sus artimañas, jamás te habrías casado con ella! —Angélica replicó con evidente desdén—. Por más tónicos que mamá le dé, no servirán de nada. Tú nunca has querido que quede embarazada.Regina, que acababa de salir de la cocina con las manos aún húmedas, escuchó la conversación y decidió retroceder antes de ser vista.—Ni siquiera puedo decirle a mis amigos que estás casado. ¡Es ridículo! ¡Mira cómo es ella! ¡Todos se reirían de ti! Emilia es una estrella ahora, mamá ya no se opondría. Si me lo dices, yo hablaré con ella por ti.—Emilia está en el auge de su carrera… —Gabriel encendió un cigarrillo, la mirada perdida.Así que era eso. No quería divorciarse para no dañar la imagen de Emilia. Siempre, siempre, ponía el bienestar de Emilia por encima de todo.Regina sintió un nudo en la garganta. Sus ojos se llenaron de una sequedad dolorosa. Su dignidad ya había sido pisoteada por Gabriel, y salir ahora solo arruinaría cualquier fachada de compostura que aún pudiera cons
Todo el mundo estaba descansando. Solo dos luces de noche, débiles y titilantes, iluminaban el pasillo y la entrada. Gabriel caminó hacia la puerta principal, pero antes de que pudiera salir, las luces del salón se encendieron.—¿A dónde crees que vas a estas horas? —Isabela, que había estado escuchando desde el pasillo, apareció de repente—. ¿Qué asunto tan importante tienes como para dejar sola a Regina?Gabriel apretó el teléfono en su mano, ignorando la incomodidad que lo invadía. Isabela, aunque firme, siempre sabía distinguir entre lo urgente y lo importante. Si decía que era por algo relacionado con la empresa, probablemente no se opondría.—Yo…— Gabriel comenzó a hablar, pero en ese momento Regina salió corriendo. La mirada de Gabriel se volvió fría al instante.Regina casi tropezó al bajar las escaleras. Mientras caminaba, intentaba atarse el cabello apresuradamente. Al ver a Isabela, frenó su paso.—Mamá, mi hermano está mal. Me llamaron del hospital, tengo que ir ahora.Isab
Regina estaba sola, sentada en el pasillo del hospital, perdida en sus pensamientos. Fue la voz de la enfermera la que la hizo reaccionar.—Ya terminó la reanimación.Tomás había vuelto, una vez más, del borde de la muerte, pero el médico le pidió a Regina que estuviera preparada. Los signos vitales de Tomás estaban en niveles críticos; podía irse en cualquier momento.Regina hizo una reverencia para agradecer al médico y regresó a la habitación. Comenzó a masajear los brazos de su hermano, mientras le decía a la enfermera:—Ve a descansar un poco. Quiero quedarme a solas con él.La enfermera, que conocía lo orgullosa que era Regina y sabía que no le gustaba mostrarse vulnerable, asintió.—Estaré en la sala de té al lado. Si necesitas algo, llámame.Las piernas de Tomás habían sido amputadas a la altura de las rodillas. Sus músculos estaban tan atrofiados que sus piernas eran más delgadas que sus brazos. Nadie conocía a Tomás mejor que Regina. Aunque el dolor lo atormentaba, siempre se
De camino a ver a Jean, Regina escuchó que había llegado un lote nuevo de jalea real de alta calidad a una conocida tienda. Recordó cómo Yuliana le había mencionado que el director Luis Góngora, quien había sido un gran apoyo para ella, adoraba la jalea real de sabor a equinácea. Yuliana acababa de conseguir el contrato para componer la banda sonora de la nueva película de Luis y quería mostrarle su agradecimiento.Regina giró el volante para estacionar, pero un Lamborghini rojo apareció de la nada y le arrebató el lugar. La conductora, torpe y apresurada, salió sin decir nada y se fue. Regina suspiró y dejó su auto un poco más lejos. Caminó hacia la tienda, solo para encontrar a la misma mujer dentro.—¡Bienvenida! —dijo la dependienta con una sonrisa—. ¿En qué puedo ayudarla?—Quisiera ver la jalea real de equinácea que acaba de llegar —pidió Regina.—Lo siento mucho —respondió la dependienta—, ya vendimos las dos últimas botellas. Pero tenemos una variedad de acacia que también es m
Regina le lanzó un beso al aire.—Vamos, no te enfades. Ya sea Turquía, Tokio o París, te acompañaré donde quieras.Los puños de Gabriel se cerraron, sus nudillos crujieron como ramas secas bajo presión. Su rostro se volvió más duro, casi tallado en piedra. Sentía que su comentario había sido inofensivo, pero ahora que Regina le pagaba con la misma moneda, todo le molestaba. Una ola de rabia y frustración lo invadió.La dependienta, sintiendo el ambiente helado que emanaba del hombre, evitó cualquier movimiento que pudiera llamar la atención sobre ella. Gabriel, con voz fría, finalmente dijo: —¿Quieres usar mi tarjeta? Te la niego.Aunque nunca le había restringido el gasto, Regina rara vez gastaba dinero en sí misma, destinándolo casi siempre para la costosa atención médica de su hermano. Y a pesar de todos los lujos que Gabriel le ofrecía, ella casi nunca los aceptaba. Claro, ella podría tener un pequeño “cofre secreto”, pero enfrentarse a él de esta manera, claramente la pondría a p
Regina tuvo una buena noche de sueño. Al día siguiente, se levantó llena de energía para encontrarse con Jean.Yuliana también tenía una cita en el estudio de grabación, que estaba en el mismo edificio. Ambas fueron juntas, pero luego se separaron: Regina se dirigió a la torre A y Yuliana a la torre D.—Hola, ¿podrías ayudarme a activar el ascensor? Voy al séptimo piso.—Claro… —respondió la recepcionista, avanzando, pero se detuvo—. Las audiciones para la nueva serie están en la torre D.En los últimos días, muchas personas habían venido a audicionar para el papel que interpretaba Emilia, y era común que se equivocaran de lugar.Pero esta mujer era diferente. La recepcionista nunca había visto a nadie con tanta clase, con un maquillaje tan ligero y natural que la hacía destacar sobre aquellas que parecían depender del bisturí.Regina sonrió levemente.—Voy al estudio de Jean.La recepcionista la acompañó hasta el ascensor, observándola mientras subía, llena de curiosidad.El estudio d
Regina entrecerró los ojos, su voz ahora era un susurro cortante.—Tú no tienes derecho a saberlo.El ceño de Gabriel se frunció más, sabiendo que seguir la discusión solo lo haría perder el control. Apretó los puños y cambió de táctica.—Mi madre preguntó por tu hermano. Quería saber cómo está. Busca una excusa y dile algo.—No es necesario —contestó Regina, su tono tan frío como el suyo—. Una vez que termine con los papeles, lo diré todo. Ya me aguanté tres años; nadie me va a manipular de nuevo.—¿Aguantarte? —Gabriel la miró con incredulidad, su expresión se ensombreció aún más—. ¿De qué te has quejado? ¿De tu estilo de vida? Todo lo que has tenido, ¿te parece poco? Hasta mi madre te trata mejor que a su propia sobrina. ¿Qué quieres? ¿Quieres que te dé el mejor local del centro comercial para Postres Camelia, así ya no haces escándalo?El dolor en el pecho de Regina era como una punzada. Sus labios temblaron, pero no dijo nada. Bajó la mirada, ocultando las lágrimas que amenazaban