Capítulo 5
Todo el mundo estaba descansando. Solo dos luces de noche, débiles y titilantes, iluminaban el pasillo y la entrada. Gabriel caminó hacia la puerta principal, pero antes de que pudiera salir, las luces del salón se encendieron.

—¿A dónde crees que vas a estas horas? —Isabela, que había estado escuchando desde el pasillo, apareció de repente—. ¿Qué asunto tan importante tienes como para dejar sola a Regina?

Gabriel apretó el teléfono en su mano, ignorando la incomodidad que lo invadía. Isabela, aunque firme, siempre sabía distinguir entre lo urgente y lo importante. Si decía que era por algo relacionado con la empresa, probablemente no se opondría.

—Yo…— Gabriel comenzó a hablar, pero en ese momento Regina salió corriendo. La mirada de Gabriel se volvió fría al instante.

Regina casi tropezó al bajar las escaleras. Mientras caminaba, intentaba atarse el cabello apresuradamente. Al ver a Isabela, frenó su paso.

—Mamá, mi hermano está mal. Me llamaron del hospital, tengo que ir ahora.

Isabela la miró, preocupada por su palidez.

—Oh, ya veo. Entonces vayan rápido. Gabriel, maneja rápido, pero con cuidado.

Solo entonces Regina notó a Gabriel, parado en la entrada. Su expresión era sombría, como si temiera que ella lo expusiera. No tenía intención de hacerle pasar vergüenza, aunque podría haberlo hecho, revelando que él estaba a punto de ir a ver a su amante.

—Vámonos —dijo Gabriel, con frialdad.

Isabela los acompañó hasta la puerta, y Regina no tuvo más opción que subirse al auto de Gabriel.

—No quería ir contigo. Déjame en la esquina y tomaré un taxi.

—¿Maldijiste a tu hermano solo por llevar la contraria? —replicó Gabriel, creyendo que Regina había inventado una excusa para justificar su salida.

Regina no respondió. Miró hacia la ventana, sintiéndose agotada y decepcionada. Sabía que aunque le dijera la verdad, que su hermano realmente estaba en peligro, a Gabriel no le importaría. Después de todo, ella, su esposa, no tenía ningún valor para él.

El silencio los envolvió durante el trayecto. Cuando llegaron a una zona donde podía conseguir un taxi, Regina se bajó rápidamente y tomó el primer vehículo disponible para llegar al hospital.

—¡Doctor, cómo está mi hermano!

El médico la miró con una expresión sombría.

—El paciente ha estado en coma durante tres años. Sus funciones corporales están fallando severamente. Debe estar preparada para lo peor.

Las manos de Regina comenzaron a temblar. Tuvo que intentarlo varias veces antes de lograr llamar a su padre, Francisco Camelia.

—Tomás está en la sala de emergencias —dijo con voz quebrada.

Francisco respondió con frialdad:

—Avísame cuando haya algo definitivo.

—Si no vienes ahora, podrías no llegar a despedirte de él —replicó Regina, su voz llena de desesperación.

—Los doctores siempre exageran. Cada vez dicen lo mismo, y él ha sobrevivido tres años —respondió Francisco con indiferencia, para luego cambiar de tema abruptamente—. ¿Le mencionaste a Gabriel lo de Postres Camelia en el World Trade Center?

El pecho de Regina se oprimió. Cada palabra le costaba un enorme esfuerzo. Finalmente, murmuró:

—Dijo que lo iba a considerar.

Francisco siempre conseguía lo que quería porque Gabriel solía cumplir cualquier petición de Regina. Esta vez, cuando ella le dijo que “lo iba a considerar”, fue solo un pretexto para obligarlo a llevarla al hospital.

—Regina, no te dejes llevar por las emociones. ¿Crees que Tomás no sufre estando así? —Francisco cambió de tono, tratando de sonar más razonable—. Él quería irse con dignidad. Lo que estás haciendo ahora va contra su deseo.

Regina colgó sin decir nada. Apretó el teléfono y se sentó en el pasillo, tratando de contener el temblor en sus manos.

Francisco siempre había preferido a los hombres. Su madre sufrió varios abortos antes de poder concebir a Tomás, y cuando por fin lo logró, a los cuarenta años, murió por una embolia de líquido amniótico. Ese mismo año, Francisco ya quería volverse a casar, pero Regina lo convenció de guardar luto por su madre. Tres años después, volvió a insistir, pero ella se opuso nuevamente.

Sabía que Francisco tenía otra mujer fuera del hogar. Esa mujer solo buscaba el dinero, y nunca cuidaría a Tomás. Apenas una semana después, ocurrió el accidente: Tomás sufrió un choque que lo dejó vivo, pero con las piernas paralizadas.

Desde entonces, Francisco lo había abandonado por completo. Regina continuó sus estudios mientras cuidaba de su hermano, soñando con graduarse, conseguir un buen trabajo y ofrecerle a Tomás una vida digna.

Pero el día de su graduación, Tomás intentó suicidarse saltando desde el balcón. Si Regina no se hubiera casado con Gabriel, pidiéndole que hiciera todo lo posible para salvarlo, Francisco habría firmado la autorización para cesar el tratamiento. Todos estos años, Gabriel había cubierto los gastos médicos, y Regina sabía que si se divorciaba, Tomás quedaría sin protección y Francisco actuaría sin ningún límite.

***

En el hospital de la ciudad, en la zona VIP, Gabriel salió del ascensor y se encontró con la agente de Emilia esperando afuera, visiblemente frustrada.

—¿Qué pasa? —preguntó Gabriel.

—Solo algunas fotos, pero ella se ha estado culpando desde el mediodía. No ha comido nada. Le rogué para que te llamara, y cuando lo hizo, se arrepintió y no para de llorar. Nada de lo que digo sirve para consolarla.

Emilia estaba sentada en la cama, de espaldas a la puerta. Pensó que era su agente quien había entrado y habló entre sollozos:

—Por favor, déjame sola. No insistas más. Cargaré con cualquier culpa, no metas a Gabriel en esto. Él está casado, su esposa se enojaría si se entera.

Sus palabras estaban impregnadas de tristeza. Su cuerpo se veía frágil, encorvado, dando una impresión de vulnerabilidad que conmovía.

—Sé que cuando me fui al extranjero hubo razones externas, pero también sé que fui cobarde. Ahora que él está casado y tiene una vida estable, no quiero causar problemas entre ellos. Deberíamos contactar a la prensa y…

Cuando se giró y vio a Gabriel, su expresión se tornó aún más lastimera.

—Gabriel, pensé que no vendrías.

Gabriel la miró con seriedad, su voz distante.

—¿Qué pasó?

—Es algo que puedo resolver sola, de verdad no es tan grave —respondió Emilia, tratando de restarle importancia.

—No es cualquier cosa —intervino la agente, interrumpiendo a Emilia—. Ayer hubo un accidente de tráfico. Un autobús se volcó y una mujer embarazada no recibió atención a tiempo. Perdió al bebé. Todo hubiera quedado allí, pero los medios se enteraron de que Emilia estaba herida y llegaron al hospital. Cuando vieron que solo tenía un golpe en la frente, empezaron a cuestionar si había usado su estatus para recibir un trato preferencial, lo que provocó que no atendieran a la mujer a tiempo. Y eso no es todo…

Los ojos de Gabriel se oscurecieron y una sombra de ira se formó en su expresión.

—Sal de aquí —ordenó Emilia a su agente. Luego miró a Gabriel—. Puedo disculparme públicamente. Puedo resolver esto. No tienes que preocuparte por mí.

—¿Hay algo más? —preguntó Gabriel, con la voz fría.

—No… no hay más…

—Dilo.

Emilia dudó y miró hacia la puerta. La agente había regresado.

—Los medios tienen fotos de usted abrazando a Emilia y acompañándola toda la noche. Dicen que ella provocó el accidente para fingir una reconciliación contigo, usando una estrategia de lástima. Incluso hablan de un supuesto anuncio de matrimonio.

Los ojos de Gabriel se enrojecieron levemente, pero su rostro seguía inalterable.

Emilia no sabía cómo interpretar su reacción. Trató de tantear el terreno con cuidado.

—Si esto afecta mi carrera, será un castigo del destino, y lo aceptaré.

Gabriel sacó un encendedor del bolsillo y comenzó a girarlo en su mano. Encendió la llama, solo para apagarla de inmediato. La luz tenue proyectó sombras cambiantes sobre sus rasgos duros.

Después de unos momentos, finalmente habló.

—Emilia, eres una figura pública. Debes ser más estricta contigo misma. No puedes permitir que un momento de debilidad destruya la reputación que tanto te ha costado conseguir.

Emilia se quedó congelada, sin palabras. Había pensado que la llegada de Gabriel, en plena noche, era señal de preocupación. Recordaba cómo, en el pasado, si el agua estaba demasiado caliente, él cambiaba los vasos una y otra vez para que estuviera perfecta. Esta noche, en cambio, no había consuelo. Solo reproches. Algo… había cambiado.

—Gabriel… —murmuró Emilia con un tono de tristeza—. ¿Estás molesto porque te llamé? Solo quería disculparme contigo en persona, no pensé que esto se complicaría tanto.

Gabriel guardó el encendedor en su bolsillo.

—Entrega la grabación de tu cámara del auto a los medios, si realmente eres inocente.

Luego se giró y salió del cuarto, dejando solo su sombra en el pasillo. Apenas se fue, un cojín voló y golpeó a la agente.

—Te dije que este plan no funcionaría y no me creíste. ¿Ahora qué? ¡¿Cómo se supone que me acerque a él ahora?! —gritó Emilia, su voz cargada de furia.

La agente abrazó el cojín, murmurando en voz baja.

—Deberías haberle dicho que estos años separados no has dejado de pensar en él, que al verlo te sentiste abrumada y por eso ocurrió el accidente… Si le muestras ese lado sentimental, seguro que lo conmoverías.

Emilia soltó una risa amarga al recordar algo.

—No sirve de nada. Cuando estaba en la ambulancia, le pedí que me abrazara porque tenía frío, y no movió ni un músculo.

La agente se quedó en silencio unos segundos, confusa.

—Pero cuando te fuiste, él se ahogó en alcohol, y fue eso lo que permitió que Regina se metiera en su vida, ¿no es así?

La mirada de Emilia se oscureció.

—Lo que pasó entonces… no es necesariamente lo que todos piensan.

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