—¡¿Cuándo vamos a firmar el divorcio?!Regina lo persiguió hasta la puerta, pero un destello blanco casi la ciega cuando algo voló hacia ella. Apenas alcanzó a ver que era la bolsa de compras antes de que la voz impaciente de Gabriel ya se escuchara desde el fondo de las escaleras.—Cuando me den ganas.Hernán sujetó el techo del auto mientras Gabriel se subía.—Últimamente han habido incidentes con mujeres solteras tomando transporte por aplicación —le dijo en voz baja.Gabriel echó un vistazo hacia el tercer piso donde estaba el salón y se metió al coche.—Si le pasa algo, será su mala suerte.Regina salió con la bolsa en la mano, pero ya no había ni rastro del Maybach. Gabriel estaba loco. Le había dicho que no quería la cadena y, aun así, se la había lanzado. Aunque no la quisiera, tampoco iba a dejarla tirada en la calle.Se quedó en la acera esperando un taxi, cuando de pronto un Volkswagen negro se detuvo junto a ella.—Señora Navarro, justo andaba por la zona. Permítame llevarl
Los rumores sobre Emilia y Gabriel inundaban los medios. Emilia no los desmentía, lo cual era prácticamente una confirmación. Javier parecía desesperado por obtener dinero, quizás porque temía que si Gabriel dejaba a Regina, perdería cualquier posibilidad de sacarle provecho.El World Trade Center estaba lleno de profesionales de élite, incluidos abogados destacados. Antes de regresar al estudio, Regina decidió visitar a uno de ellos, un abogado conocido, para explicarle su situación.—Quiero dividir la mitad de los bienes —dijo Regina con determinación.El abogado Miguel suspiró, un sudor frío cubriéndole la frente.—Eso va a ser complicado. Los abogados de Gabriel son implacables.—¿Y si cedo en algunos puntos? —preguntó Regina, más interesada en fastidiar a Gabriel que en el dinero.Miguel dudó un momento antes de responder.—El problema principal es si el señor Navarro está dispuesto a aceptar el divorcio. Si no quiere, el proceso puede alargarse. Y sin pruebas claras de algún erro
Ahora que Gabriel le pedía directamente que le preparara la maleta, y con un tono más suave que en días anteriores, Regina sintió una punzada amarga en el pecho. Ninguno de los dos dijo nada. La línea se llenó de silencio mientras ambos sostenían sus teléfonos.Había un chiste que se había hecho popular en internet:“Si tu esposo te diera cien mil al mes pero no volviera a casa, ¿lo aceptarías?”.Los comentarios más votados decían:“Dudar aunque sea un segundo sería una falta de respeto al dinero”.Siguiendo esa lógica, Gabriel sería un candidato ideal. No le restringía nada, le daba una casa lujosa, coches caros y sirvientes. Además, él mismo era guapo, exitoso, y aunque había una gran diferencia entre sus posiciones sociales, había satisfecho todos los recursos que la familia Camelia necesitaba.En comparación con esos hombres que ganaban poco, traían problemas y no destacaban en nada, Gabriel parecía una buena opción. Javier decía que Gabriel era fiel, pero fiel solo a Emilia. Mient
Esa misma noche, Regina regresó a la Villa Número Siete. Cuando estaba cerca de la entrada del vecindario, recibió una llamada de la Casa Navarro. Ni siquiera tuvo tiempo de estacionarse antes de que la llamada se cortara. Supuso que era un error y siguió su camino a casa.Siempre que Gabriel viajaba, Regina preparaba tres conjuntos completos: ropa interior, camisas, trajes. Combinaba los colores de forma que resaltaran lo mejor de Gabriel: chaquetas oscuras, camisas claras, diferentes corbatas, prendedores, relojes y gemelos. Quería que Gabriel se viera imponente, pero sin caer en excesos, por eso se tomaba el tiempo de buscar el detalle perfecto para cada prenda.Pero hoy, todo era diferente. Sin interés, eligió las tres combinaciones como si estuviera en una fábrica, colocándolas en la maleta sin más. Cuando guardaba el collar de rubíes en el cajón, notó que faltaban algunas joyas. Estaba a punto de revisarlo, cuando el teléfono volvió a sonar. Esta vez, era Olimpia, la empleada de
—¿Es Gabriel? —preguntó Isabela, intentando voltear la cabeza—. ¿Acaso habían planeado salir? Anda, atiéndelo, yo puedo encargarme.—No te preocupes, mamá, que él espere un momento.Terminado de atender a Isabela, Regina finalmente devolvió la llamada. Apenas descolgó, la voz de Gabriel resonó, llena de ira.—¡Regina! ¿Acaso te volviste loca?Por poco se le cae el teléfono de la sorpresa. ¿De dónde venía tanto enojo?Le sonrió a Isabela y salió al pasillo para hablar.—¿Qué te pasa? ¡Estás loco!—¿Esto es lo que llamas prepararme la maleta? ¿Me estás tomando el pelo? —La voz de Gabriel se oía grave, llena de desdén.Esa mañana, al revisar la maleta, notó que faltaban las cosas que Regina siempre le preparaba: el masajeador para el cuello, la máscara para los ojos… cosas que ella consideraba detalles. Detalles que él nunca había necesitado realmente, pero cuya ausencia ahora le resultaba insultante. Encima, las tres combinaciones de ropa eran iguales, las corbatas incluso del mismo colo
—¿Qué te ha hecho mi madre para que insistas en hablar de divorcio justo cuando está tan enferma? Regina, ¿puedes actuar como un ser humano?¿Quién era el que no estaba actuando como un ser humano? Gabriel la mantenía atrapada sin firmar el divorcio mientras andaba de la mano con Emilia, su amante.Regina ya había perdido toda esperanza en él. Su tono se volvió gélido, decidida a no retroceder.—Estoy usando tus puntos débiles para conseguir lo que quiero, nada más.Gabriel se tensó. La vena en su frente palpitaba con furia. Él había creído que el regalarle a otro hombre aquellos detalles era solo una estrategia para llamar su atención. Pero al ver cuán decidida estaba ahora, comprendió que Regina hablaba en serio.—Regina, no me gusta repetirme. Lo voy a decir una vez más. Si nos divorciamos, será porque yo lo decida. No porque hayas creído alguna promesa de otro. Si supieran que eres mi mujer, ni regalándote aceptarían estar contigo.Las palabras de Gabriel la hicieron hervir de rabi
Regina asintió distraída y volvió a su mesa de trabajo. Apenas se disponía a comenzar, Sara se acercó con una taza de café.—Jean te está buscando. De paso, lleva esto.—…Está bien.—Justo a tiempo —dijo Jean con una sonrisa al ver a Regina entrar—. Ella es la señorita Emilia Mendoza, la protagonista de la nueva serie del director Luis. Estamos hablando del asunto de la doble.Emilia acababa de salir del hospital, vestía un sencillo vestido blanco y holgado, y llevaba una gorra blanca con la letra E incrustada en diamantes. Al estirar la mano para tomar el café, levantó la vista y se topó con Regina. Su movimiento se detuvo de golpe.—Jean, si Sherry no quiere ser mi doble de manera anónima, entonces, por favor, selecciona a una bordadora destacada del gremio. No me interesa que alguien que sirve café sea quien me reemplace —dijo Emilia con desdén.La expresión de Jean cambió brevemente mientras miraba a Regina en busca de una reacción. Pero Regina se mantuvo tranquila.—La serie del d
Cristóbal había enviado a uno de sus hombres al estudio Jean bajo el pretexto de llevar ropa para reparar.Nada más entrar, vio a Regina con una bandeja de café en las manos, recibiendo una reprimenda. Su expresión no era nada buena.—¿Sirviendo café? —la pluma dio una vuelta más y rodó hasta la mesa.Gabriel entrecerró los ojos, su expresión oscura.—¿Dejó la vida de señora de Navarro para ir a rebajarse así? Le di tanta libertad que ahora ni siquiera entiende lo que es vivir la vida real.Cristóbal guardó silencio, sabía que su jefe había lastimado el corazón de su esposa.Al principio, cuando Gabriel se iba de viaje, Regina llamaba para preguntar cómo estaba el clima, cómo eran las condiciones del hotel, si todo estaba listo para las negociaciones…Gabriel, fastidiado, ordenó a Cristóbal que atendiera sus llamadas, usando cualquier excusa para decir que estaba ocupado, insinuándole que dejara de llamar y no lo molestara. Después de eso, Regina ni siquiera mandó un mensaje.Cristóbal