Ámame otra vez, mi chica camelia
Ámame otra vez, mi chica camelia
Por: Adela
Capítulo 1
—…¡Ciro, bésame…!

—¡Repítelo si te atreves!

Regina Camelia sintió cómo su cuerpo era forzado hacia atrás cuando alguien la agarró del cabello. Sus ojos se abrieron de golpe al reconocer las facciones frías del hombre que tenía frente a ella.

—¿Gabriel? ¿Qué haces tú aquí…?

Gabriel Navarro la empujó con fuerza contra la pared de vidrio empañada, sujetándole el mentón para obligarla a mirarlo a los ojos.

—En mi cuarto, ¿a quién esperabas ver, eh? —dijo con una sonrisa helada.

Regina luchaba desesperadamente por liberarse.

—¡Suéltame, por favor, suéltame!

—Si tuviste el valor de provocarme, ahora aguanta las consecuencias —gruñó Gabriel, mientras la sujetaba por la cintura y con una rudeza despiadada, invadió su cuerpo, que temblaba ante cada embestida.

—¡Ahhh…!

-

¡Bum!

Regina golpeó su cabeza contra la ventanilla del autobús y se despertó de golpe, jadeando. Todo había sido un sueño.

El caos reinaba a su alrededor. Había habido un accidente de tráfico. El autobús en el que viajaba había perdido el control al esquivar otro vehículo y terminó volcado en una zanja. Entre gritos, insultos y llanto, la escena era un desastre.

Pero a pesar de todo lo que sucedía a su alrededor, lo que realmente agitaba el corazón de Regina no era este accidente, sino el recuerdo de aquella noche tres años atrás. Esa noche en la que Gabriel la había llevado al límite, terminando en el hospital. Y poco después, ella se había convertido en su esposa, lo que le había ayudado a superar una serie de crisis.

Sin embargo…

-

—¡Oye, si no quieres morir, sal de aquí ya! —gritó alguien, interrumpiendo sus pensamientos.

Regina abandonó el pastel aplastado que sostenía en sus manos y comenzó a trepar hacia la salida del techo del autobús.

Mientras las sirenas de las ambulancias se acercaban, alcanzó a ver cómo una se detenía junto a un Audi estacionado a pocos metros. Varios paramédicos bajaron rápidamente para ayudar a las personas heridas dentro del vehículo. Un hombre alto apartó a los paramédicos con firmeza y se inclinó para cargar con cuidado a una mujer herida. La llevó en brazos hasta la ambulancia.

A Regina solo le bastó un segundo para reconocer a ese hombre. Era Gabriel, su esposo desde hacía tres años. Y la mujer a la que sostenía con tanta delicadeza era Emilia Mendoza, la misma mujer que él extrañaba y amaba, la que se había ido al extranjero a continuar sus estudios.

A pesar del dolor que sentía en el brazo, Regina sacó su teléfono móvil y marcó el número de Gabriel. Él contestó con voz fría y molesta.

—Habla rápido.

—¿Vas a volver a casa hoy? —preguntó Regina, esforzándose por mantener la voz firme, sin temblar.

—Tengo cosas que hacer.

Parecía que cada palabra de más sería una afrenta hacia la mujer que llevaba en brazos. Sin agregar nada más, Gabriel colgó.

La amante, protegida con esmero; la esposa, despreciada y olvidada. Regina apretó los labios con tanta fuerza que empezaron a palidecer, mientras observaba cómo la ambulancia se alejaba.

Gabriel nunca recordaba su cumpleaños, pero sabía con precisión el calendario de exámenes de Emilia.

Hoy había planeado invitar a Gabriel a celebrar su cumpleaños juntos, pero ya no tenía sentido.

La ambulancia pasó junto al autobús, y desde el techo donde estaba sentada, Regina vio a Emilia acurrucada en los brazos de Gabriel.

Esa escena acabó con cualquier esperanza que pudiera haber tenido sobre Gabriel.

El accidente mantuvo la carretera colapsada por más de dos horas. Una mujer embarazada en el autobús entró en labor de parto por el susto, desatando aún más caos entre los pasajeros.

Regina solo había sufrido heridas leves, algunos golpes, pero nada grave. Después de que le curaran las heridas, regresó a casa cuando ya era de noche.

Se preparó un simple pastel y, sentada en la inmensidad vacía de su casa, celebró su cumpleaños sola.

***

Centro de Urgencias del Hospital Municipal.

Una enfermera empujó la camilla de Emilia hacia afuera, y Gabriel se apresuró a acercarse.

—¿Cómo está? —preguntó con evidente preocupación.

Emilia, con la frente cubierta por una venda, tenía el rostro completamente pálido. Temblaba como si aún no hubiera podido superar el susto, pero al ver a Gabriel, sus ojos se llenaron de lágrimas.

—Tiene una leve conmoción cerebral —informó el médico—. Además, debido a una lesión previa en la columna, le recomiendo reposo absoluto por un tiempo.

Gabriel observó el rostro pálido de Emilia, y su mirada se oscureció con preocupación.

—Doctor… —Emilia murmuró suavemente—. Yo volví al país para participar en una película de un director muy reconocido. No quiero perder esta oportunidad.

El médico, con tono serio, se quitó la mascarilla y le advirtió:

—En tu estado actual, no puedes trabajar bajo presión. Si insistes en hacerlo, necesitarás a alguien que te cuide muy de cerca.

—Gracias, doctor, lo tendré en cuenta —respondió Emilia, tratando de sonreír a pesar de las lágrimas que llenaban sus ojos. Luego miró a Gabriel—. Gracias por venir a buscarme hoy y acompañarme al hospital. Mi agente llegará mañana temprano, así que puedes irte a descansar.

Pero justo después de escuchar la recomendación del médico de que debía estar siempre acompañada, y sabiendo que su agente no estaba presente, Gabriel no dudó ni un segundo en quedarse. Llamó a su asistente para que le llevara los documentos urgentes al hospital. Después, se giró hacia Emilia:

—Me quedaré esta noche. Descansa tranquila.

Los ojos de Emilia se iluminaron al instante, aunque pronto se vio invadida por una leve inquietud.

—Si te quedas conmigo aquí, Regina se va a molestar, ¿no? Tal vez deberías…

—No te preocupes por eso —Gabriel la interrumpió fríamente.

Ordenó a las enfermeras que llevaran a Emilia a la habitación y encendió un cigarro.

-

Gabriel no regresó a casa hasta el día siguiente. Su rostro mostraba señales de cansancio, y el mal humor lo acompañaba mientras se cambiaba de zapatos al entrar.

Cuando pasó por la sala, su paso se desaceleró. A esa hora, Regina solía haber terminado su sesión de yoga y estar preparando el desayuno. Luego, planchaba la ropa que él usaría ese día… pero hoy la casa estaba inquietantemente silenciosa.

Abrió la puerta del dormitorio principal, y su expresión, ya seria, se volvió aún más fría.

No había nadie. En el centro de la cama, perfectamente alineado, descansaba un documento cuyo título era claro: «Acuerdo de divorcio».

Gabriel ni siquiera se molestó en tomarlo en serio. Sabía que cuando Regina se enfadaba, se iba a un hotel por un par de días, pero siempre volvía al poco tiempo.

Su intuición le decía que la noticia del regreso de Emilia, sumado al accidente del que los medios probablemente ya hablaban, había sido lo que había hecho que Regina reaccionara de esa forma. Todo esto era, sin duda, una manera de hacerle saber su enojo.

Su mirada recorrió el clóset. Las prendas estaban organizadas, perfectamente alineadas según el color, pero esta vez notó algo diferente: Regina no había dejado preparada la ropa que él usaría hoy.

Con un gesto brusco, cerró de golpe la puerta del clóset y recogió los papeles de la cama. Cuando leyó el contenido, una sombra de furia cruzó por su rostro.

—¡Vaya, tienes agallas! —murmuró entre dientes.

***

Regina salió temprano a buscar un lugar donde vivir.

Si ya había pedido el divorcio, tenía que mudarse de la casa de Gabriel lo antes posible.

Tuvo suerte, encontró un departamento en venta urgente. No era muy grande, pero el precio era justo y ya venía amueblado. Tras dejar el depósito, regresó a casa para empacar sus cosas.

La casa de Gabriel estaba en una zona residencial exclusiva. Los taxis no podían entrar, así que cuando llegó a la entrada principal, bajó del auto y empezó a caminar.

—¿A estas horas vienes llegando? El señor Navarro no te paga para que andes perdiendo el tiempo —la increpó el guardia de seguridad, lanzándole una mirada despectiva.

A Gabriel no le gustaba tener demasiada gente en la casa, así que solo tenía a una empleada que iba por horas a limpiar. A Regina le gustaba encargarse personalmente de todo lo que Gabriel necesitaba, desde la comida hasta la ropa, y cuando no era necesario limpiar, le daba el día libre a la empleada.

Además, muy pocas personas sabían que Gabriel y Regina estaban casados; la boda fue algo discreto, solo los padres y unos cuantos amigos lo sabían. Para el mundo, Gabriel seguía siendo el hombre devoto que estaba loco por Emilia.

Por esas y otras razones, nadie sospechaba que Regina era la verdadera dueña de la Villa Número Siete. Para los demás, ella no era más que una empleada de la familia.

—Dicen que la mujer que él de verdad ama ya volvió al país, ¿no? —comentó la administradora del condominio mientras pasaba lista de los guardias—. Ayer tuvo un accidente y Gabriel estuvo con ella todo el tiempo. Tres años y no aprovechaste ni una oportunidad, qué lástima.

—Bueno, pero no es tanta lástima. Después de todo, dicen que anda con un novio millonario —se burló el guardia—. ¿Ya están pensando en casarse o qué?

Regina desaceleró el paso.

El famoso «novio millonario» al que se referían era toda una historia…

Una noche, después de una discusión intensa con Gabriel, se había torcido el tobillo. Él la había cargado hasta la casa y se fue de inmediato, sin siquiera mirarla. Pero todo el incidente había sido presenciado por la administradora del condominio durante su ronda nocturna. A la mañana siguiente, cuando se volvieron a cruzar, la administradora, malintencionada, insinuó que Regina había tratado de seducir a Gabriel sin éxito.

Para salir del paso, Regina le había explicado que el hombre que había visto no era Gabriel, sino su supuesto «novio», que casualmente vestía ropa igual a la de Gabriel. Y a partir de ese momento, el chisme corrió como pólvora entre los empleados del condominio. Todos pensaban que ser empleada en una casa de ricos le había dado la oportunidad de salir con un heredero adinerado, generando tanto envidia como burlas.

—Terminamos, no servía —respondió Regina, sin darle importancia, mientras escaneaba su rostro en la entrada.

—No hay hombre que no se desvíe un poquito. Si ya tienes la suerte de agarrar a un millonario, mejor hazte de la vista gorda —le aconsejó la administradora, aunque en su tono había una clara burla, dando a entender que Regina, al ser solo una «empleada», no estaba en posición de exigir mucho.

Se escuchó un clic cuando la puerta de acceso se abrió.

Regina avanzó, pero antes de entrar del todo, se giró hacia la administradora con una sonrisa sarcástica.

—Cuando digo que no servía, me refiero a que no funciona, literal. Es un fanfarrón en todo, menos en la cama. ¿De qué me sirve algo así?

¡Ah!

Justo cuando terminó de hablar, casi chocó con un auto que estaba saliendo.

Era un lujoso Maybach plateado, con una ostentosa placa personalizada. A través del parabrisas impecablemente limpio, vio al hombre que iba sentado en el asiento trasero.

Era Gabriel. Su rostro, tan atractivo como siempre, se mantenía frío y severo. Sus ojos oscuros la miraban con una intensidad helada.
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