«Natasha sonrió al sentir el cosquilleo de una ligera caricia sobre su columna vertebral que le impidió seguir durmiendo. Se giró y estiró la mano para devolver aquella suave caricia.
—Buenos días, hermosa —el susurro de Michael a su oído le hizo suspirar al sentir el escalofrío que recorrió todo su cuerpo, provocando que su piel se erizara hasta la punta de sus pies.
—Buenos días, guapo —respondió dejando un beso sobre la punta de la nariz de su novio.
Michael sintió que la respiración se le cortaba al ver el fuego en la mirada de Natasha.
Sin embargo, la muchacha se perdió momentáneamente en sus pensamientos. Eran pocas las veces que podían disfrutar de un momento privado como ese. Siendo ella quien era; pero confiaba en Michael, tanto que no le había importado mantener en secreto su relación por varios meses, casi casi desde que se conocieron.
—¿De nuevo perdida en tus pensamientos? —preguntó el hombre acariciando su pecho desnudo con la yema de sus dedos.
—Lo siento, no puedo evitarlo. Te amo Michael y espero impaciente por el día que no tengamos que escondernos y mucho menos esconder nuestro amor —respondió con total sinceridad.
—Te prometo que pronto no habrá necesidad de esto, solo dame unos días cariño. Es todo lo que necesito —prometió el hombre antes de morder aquellos labios femeninos, hasta arrancar un gemido de los labios de su novia.
—Te juro que espero ese día más que nada en la vida, empezaré a contar los minutos, los segundos que faltan para eso —pronunció cerrando los ojos, entregándose al amor y la pasión que solo él podía despertar en ella.
Esa mañana hicieron el amor hasta quedar completamente satisfechos, pero eso no fue lo mejor de aquella mañana.
—¿Qué es esto? —preguntó Natasha elevando su mano izquierda para ver lo que Michael había dejado en él cuando pensó que solo se trataba de un corto beso.
—¿Quieres casarte conmigo Natasha, me concederías el honor de convertirme en tu esposo? —preguntó y Natasha no pudo más que asentir, porque no era capaz de decir una sola palabra.»
—Señorita, señorita —la voz de la azafata arrastró a Natasha a la cruel y dura realidad.
—Perdón me he quedado dormida —se excusó viendo a uno y a otro lado.
—Abróchese el cinturón de seguridad, tenemos turbulencia y el capitán ha ordenado mantenernos alertas —le dijo de manera amable la mujer.
Natasha asintió, no sabía cuántas horas habían transcurrido desde que abandonó la ciudad de Nueva York, había tantas cosas que no sabía, como el motivo que llevó a Michael a ser tan cruel con ella; «¿Qué más explicación necesitas Nat? Te dejó plantada el día de tu boda, sin un mensaje, sin una llamada, sin ninguna advertencia» pensó con dolor. «Te dejó para casarse con otra, porque su amor por ti era más falso que una moneda de catorce pesos» gruñó nuevamente.
Pero la verdad era una, Michael no había tenido una boda como Natasha imaginaba.
—He cumplido con mi parte del trato, he convertido a Ava Smith en mi esposa, ahora deberás cumplir con tu parte del acuerdo y te lo advierto abuelo, ya nada de lo que hagas ahora impedirá que tome el control de todo —dijo con dureza.
Andrew Collins sonrió, después de todo, había conseguido lo que se había propuesto.
—Te lo aseguro, no tendrás ningún motivo de queja en cuanto a nuestro trato, Michael —respondió el hombre con simpleza, como si hablara de la bolsa de valores o de la adquisición de unas cuantas acciones.
La impotencia embargaba al joven millonario, quien se forzó a sonreír el resto de la estúpida fiesta. Cuando todo lo que deseaba era salir corriendo y encontrarse con Natasha.
Pero una cosa era lo que él quería y deseaba hacer y otra muy distinta lo que podía.
—¿Qué sucede, hay algo que te incomoda? —preguntó la mujer vestida de novia, se veía despampanante, terriblemente hermosa, pero no era la mujer que él amaba y mucho menos la mujer con quién deseaba casarse.
—Me incomoda todo, Ava. No sé lo que hiciste para asegurarte esta boda, pero te dejaré claro que a mí solo me tendrás en papeles —aseguró tomando una copa de la bandeja y se la bebió de un solo golpe. A esa copa le siguieron muchas muchas más.
Michael Collins necesitaba estar anestesiado por el alcohol, esa era la única manera en la que podría sobrevivir a la semana que tenía por delante.
Mientras tanto, varias horas después, Natasha Jones estaba en las afueras del aeropuerto de París-Charles de Gaulle, vestida de novia y con los ojos rojos e hinchados por el llanto.
Caminó hasta coger un taxi, no tenía idea del lugar al que iría, no conocía la ciudad, no conocía a nadie. Ella simplemente no era nadie, era como un grano de arena perdida en la inmensidad de un bravo mar y estaba muy tentada a dejarse arrastrar y sumergirse para siempre en él…
—¿Où dois-je vous emmener mademoiselle? —preguntó el hombre en francés.
—¿Vous parlez espagnol? —preguntó en un torpe y poco fluido francés, se lamentó profundamente no haber terminado su clase de lengua.
—Sí, ¿a dónde la llevo? —respondió y preguntó al mismo tiempo el taxista.
—¿Podría llevarme a la Torre Eiffel, por favor? —el hombre asintió. Si le había sorprendido verla vestida de novia y llorosa, el taxista no dijo ni media palabra, condujo hasta la Torre.
Natasha se abrazó a sí misma al sentir el frío abrazar su cuerpo, se obligó a caminar por fuerza de voluntad y subió hasta lo más alto de aquella torre tan emblemática.
—¿Qué haces Natasha? ¿Qué haces sola en la ciudad del amor? —preguntó sin contener sus lágrimas que caían como cascada nuevamente por sus mejillas.
»¿Por qué tuviste que creer en sus mentiras? ¿Por qué perdiste el norte y pensaste que un hombre como él podía amarte? ¡Mírate! —gritó con rabia—. Mira cómo se ha burlado de ti. Estás sola Natasha, ¡estás sola! —se dijo abrazándose a sí misma, mientras caminaba hasta el borde del precipicio.
»Solo sé valiente y termina con todo, aquí, justo aquí donde pensaste que pasarías los días más felices de tu vida —sollozó abriendo las manos para lanzarse al vacío.
—¡Señorita! —el grito del hombre fue lo último que escuchó.
Michael bajó del auto y caminó hasta la casa de Natasha, había venido directo desde el aeropuerto, no podía esperar sin saber nada de ella, había intentado contactarla desde Hawái, pero había sido imposible, su móvil sonaba apagado y la angustia creció en su corazón hasta el punto de casi volverlo loco. Sobre todo, porque Natasha no se había presentado a la oficina durante esos días, nadie sabía darle razones de ella, y él necesitaba verla, necesitaba explicarle…
—¿A quién busca? —escuchó la voz de una mujer mayor a su espalda, se giró para saludar y responder:
—Busco a la señorita Natasha Jones, pero no he podido ubicarla —dijo apegándose a la verdad.
—Y no la encontrará aquí, Natasha no se ha parado por aquí desde el día que salió a los juzgados, vestida de novia, desde entonces no la volvía a ver —le contó la mujer.
Michael sintió el corazón hundírsele y el peso del mundo caer sobre sus hombros, si Natasha no había regresado del juzgado aquel fatídico día ¿Dónde estaba? ¿A dónde había ido?
Michael volvió a su auto y mientras recorría las calles de Nueva York esperando verla, marcó a varios hospitales e incluso a las comisarías, pero ella simplemente no aparecía por ningún lado.
Golpeó con frustración el tablero del auto, la fuerza fue tanta que la guantera se abrió y ahí lo vio, su pasaje con rumbo a París.
Con desesperación marcó a la aerolínea para saber si el pasaje de Natasha había sido o no usado.
Espero impaciente al contactar con una persona que podía ayudarle en el caso y fueron los minutos más largos de su vida.
—¿Señor, sigue en la línea? —escuchó a la muchacha preguntar.
—Sí, sigo en la línea, tiene alguna información para mí —preguntó con desesperación.
—Sí, hemos confirmado que la señorita Natasha Jones tomó el vuelo 2105 con destino a París, pero la fecha de regreso ha vencido y ella no volvió al país.
«Ella no volvió al país»
«Ella no volvió al país»
«Ella no volvió al país»
Aquellas palabras le marcaron el alma a fuego y sangre. Aquellas eran las palabras que iban a perseguirlo para siempre…
Nat observó la ciudad de Nueva York desde las alturas. Cerró los ojos y apretó las manos en dos suaves pero firmes puños.Habían pasado cinco largos años desde la última vez que había pisado aquel aeropuerto. Nat no pudo evitar el escalofrío que recorrió su cuerpo.—¿Estás bien, cariño? —preguntó el hombre.La mujer le dirigió una mirada y asintió en silencio. Aunque sabía muy bien que no podía mentirle a Gerald; ese hombre la conocía tan bien como a la palma de su mano.Si no fuera por él, llevaría cinco años muerta. Luchó por apartar aquellos pensamientos, odiaba que la culpa le remordiera la conciencia. En ese momento ella no había podido pensar en nada que no fuera terminar con el dolor que laceraba su corazón.—Ven, el chofer nos espera para que puedas d
Natasha casi dejó de respirar al escuchar la pregunta que su hija le había hecho a Michael, jamás se imaginó esta escena ni en sus más terribles pesadillas y vaya que había tenido muchas y en cada una de ellas Collins era el cruel y frío protagonista.—Mamá… ¿Es él mi papi? —insistió Emma sin verla. Sus ojitos grises estaban fijos sobre Michael.—Creo que te has equivocado de papi, querida. Este hombre que ves aquí es mi esposo y solo tendrá hijos conmigo —respondió Ava con crueldad, al notar que los presentes empezaban a mirarlos con curiosidad.—Vamos Emma, tenemos que marcharnos —Natasha hizo un esfuerzo titánico para controlar su temperamento.—Pero mamá, no podemos irnos así, ¿No has visto lo parecido que somos? —insistió la niña.—Emma —ha
Emma no respondió, en su lugar se despidió con un beso de su madre y se dirigió a su habitación convencida de que su mamá esta vez le mentía. No sabía explicar lo que sentía, pero ella podía jurar que ese hombre, Michael Collins, era su padre.Natasha cerró los ojos, odiaba mentirle descaradamente a su hija, más no tenía otra opción, la conocía bastante bien, como para saber que de confesarle la verdad insistiría una y otra vez en acercarse a él y francamente Michael no se merecía tener una hija como Emma, la verdad sea dicha, él no merecía nada de Emma.Mientras tanto en otro lugar a pocos kilómetros de ahí, Ava Smith lanzó el bolso sobre el sofá, antes de desatar su ira.—¿¡Es tuya!?—¿Quién? —preguntó Michael aflojando su corbata.&mdas
A la mañana siguiente Natasha y Emma se reunieron con Gerald para desayunar en la terraza del hotel.—¿Mala noche? —preguntó Gerald, apenas las vio llegar.—Algo así, no ha sido nada fácil este primer encuentro —dijo en tono bajo para no llamar la atención de Emma, quien fingía ver la pecera con interés y lo hacía. Sus ojos estaban fijos sobre aquellos peces de colores, pero sus oídos estaban muy atentos a lo que decían los adultos.—No puedes negarle la verdad a Emma, es una niña muy inteligente, bastó ver a Collins para asimilar que es su padre, Natasha, considera oportuno decirle la verdad —le sugirió el hombre.—No es tan sencillo y mucho menos fácil, Gerald. Sabes todo lo que he sufrido por causa de ese hombre; no quiero exponer a Emma a lo mismo. Además, él está casado con otra mujer
El miedo invadió el cuerpo de Natasha. El miedo de que Michael fuera muy capaz de quitarle a Emma si comprobaba que era su hija; él tenía el dinero y el poder para lograrlo y aunque en ese momento ella era una mujer reconocida y con dinero; ante la familia Collins seguía estando en desventaja. Nada podía compararse con ellos; una batalla por la custodia de la niña en los tribunales podía darla como perdida.—Nat, ¿Qué sucede? —Gerald había pasado etapas muy difíciles al lado de la muchacha y podía saber con exactitud cuándo algo iba mal. Y tenía la sospecha de que esto no solo se trataba de algo malo, sino muuuuy malo.—¡Va a quitármela, Gerald!, va a apartarme de la vida de mi hija. ¡Michael va a llevársela! —exclamó poniéndose de pie y caminando de un lado a otro.—Calma Natasha, no puedes alter
«¡Papi! ¡Soy Emma…!»«¡Papi! ¡Soy Emma…!»«¡Papi!»«¡Soy Emma…!»«¡Soy Emma…!»El cerebro de Michael repetía las palabras una y otra vez como un mantra, mientras su secretaria esperaba una reacción de su parte.—¿Emma? —preguntó, no podía creer que la pequeña estuviera al teléfono.—Síi, papi soy Emma, ¿podrías venir al hotel, por favor? —medio preguntó medio pidió con un deje de súplica en la voz—¿Al hotel? ¿Qué sucede, estás bien? —preguntó sintiendo su corazón latir fuerte dentro de su pecho.—No, no estoy bien. He tenido una pesadilla y mi mamita no está por ningún lado. Tengo miedo papito, tengo
Michael tenía sentimientos encontrados, miraba y miraba a la pequeña dormida en la cama y su corazón se estrujaba dentro de su pecho. Era una sensación a la que no podía ponerle un nombre o siquiera explicar.Emma era tan parecida a él, que le bastaba verla para saber que era suya, sangre de su sangre y carne de su sangre y mientras él se sentaba en el sillón a los pies de la cama de la pequeña, en la otra habitación la situación era totalmente distinta.Natasha no podía creer que le había permitido a Michael entrar no solo a su cuarto de hotel, sino también a su vida. Porque al no negarse le dio a entender que era el padre de Emma; pero… ¿Cómo podría haberse negado al mirar los ojitos ilusionados de su hija? Sin duda la situación no era la mejor y ella una hora antes había deseado que ese momento se alargara hasta cien años
La humillación que había sufrido por culpa de esa mocosa no iba a quedarse sin castigo y si Michael pensaba que era fácil deshacerse de ella, estaba muy equivocado. Ella había sido paciente, pero no era tonta, aparcó en el estacionamiento del hotel y caminó hasta el lobby, allí los esperaría y le demostraría a esa mujer quien era Ava Smith y el poder que tenía en Nueva York.Haría que se arrepintieran por humillarla de esa manera, ella era una princesa, fue criada y educada entre sedas y algodones. Su familia era respetada y siendo la señora Collins jamás en cinco años alguien se había atrevido a llevarle la contraria.Mientras tanto, Natasha cogió la mano de Emma y pagó el desayuno que ni llegaron a tocar por la interrupción de la mujer de Michael.—Natasha, por favor, necesitamos hablar —le pidió Michael caminando det