Señora Davis.

—Buenos días, guapa, ¿cómo amaneciste hoy? —le saludó Nick con una sonrisa lobuna cuando entró a la habitación de su mujer como dueño y señor.

En la mesa de la suite había ya servido el desayuno que él había ordenado, por lo que se dirigió hacia él con un hambre voraz. Como una fiera, Valery se lanzó sobre su para encararle, sin entender porqué el hombre de sus sueños se comportaba de semejante manera.

—¿Tú como crees, Nicolas? ¡He pasado la noche entera sin pegar un ojo, creyendo que lo que viví anoche fue una pesadilla y no una realidad! Pero no, tan pronto he despertado me he dado cuenta de que no estaba delirando.

—¿Por qué no te calmas, Valery? Es demasiado temprano para esta escena. Siéntate y desayuna conmigo, necesitas alimentarte bien —le ordenó Nick, si despegar los ojos del periódico.

De un manotazo sobre la mesa, Valery llamó su atención, cuando toda la cubertería saltó sobre el impacto.

—¡Deja de tratarme de esa manera y respóndeme! —gritó ella fuera de sí.

El Nick que ella conocía era un hombre tierno, afable, uno que nunca haría algo para ofenderla, sin embargo, su marido parecía haber sido la antítesis de todo esto. Todavía se avergonzaba del desaire de anoche tras consumar su matrimonio, como para aparentar ahora que todo estaba bien.

Los ojos canela de Valery se encontraron con los ojos verdes de Nick, y echo una furia, él se levantó de la mesa, para encararla.

—Tú no eres nadie para hablarme de esa manera, te recuerdo que ahora eres mi esposa y me debes respeto.

Su voz era baja, grave y tranquila, pero en ella se sentía la furia contenida, que nunca antes había escuchado Valery, y eso la atemorizó, pero no lo dejó ver. Por el contrario, se acercó más a él hasta quedar a un palmo de su cara, a pesar de estar cubierta con nada más que una bata de seda.

—Y tú no eres mi dueño para usarme como una cualquiera y luego recluirme en una habitación. ¿Qué rayos te sucede? ¡Tú no eres así!

Contra todo pronóstico, él soltó una carcajada y se acercó aún más. Compartían el mismo aliento y, aunque a ella el temor y las dudas la arropaban, la cercanía le causaba gran excitación.

—Ese es el problema, pequeña. Que estás demasiado acostumbrada a como las cosas eran, pero ahora la historia ha cambiado. Eres mi mujer y voy a usarte como ganas me dé, tu cuerpo es mío y lo disfrutaré y desecharé las veces que quiera.

Ella lo vio con horror, sin entender nada de lo que salía de su boca, pero antes de frenarse, una bofetada se estampó en la mejilla de él de manera muy sonora, lo que les sorprendió a los dos.

—¡Desgraciada! Te enseñaré lo que son modales…

Atrayéndola por la cintura, y consciente de su desnudez, Nick se adueñó de su boca con fuerza, pero ella se resistió.

—¡Suéltame, bastardo! Eres un grosero, cruel, tú no eres mi dueño… —entre jaleos, ella se revolvía en sus brazos para escapar de su agarre, pero él era más fuerte y era una pérdida de tiempo.

Con una carcajada y sin soltarla, él volvió a besarla.

—¡Aunque te cueste admitirlo, lo soy! Eres mía y te lo demostraré.

Su boca invadió la de ella sin pedir permiso, y aunque el trato de la noche anterior y sus palabras le resultarán hirientes, lo cierto es que Valery sentía esa extraña química con él que no había sentido antes.

En la lucha, el nudo de la bata se deshizo, abriéndose por completo. Su piel desnuda era suave y su cuerpo curvilíneo y terso se llevaron toda la atención de Nicolas.

De un tirón, la atrajo hacia él para dejarle sentir la descomunal erección que a duras penas se contenía entre sus pantalones.

—¡Eres un salvaje! ¿Por qué me tratas así? —jadeó ella, cediendo al deseo y a sus besos, que tanto había añorado durante la noche.

—Porque puedo, porque eres mía.

Sin más, la tomó en sus brazos y la empotró contra la pared, donde, de una sola estocada, la hizo suya. Valery se colgó de sus brazos, y se rindió por completo, sabiendo que tenía razón: él era el dueño de su cuerpo y ahora lograba despertar en ellas cosas que nunca había sentido.

—¡Nick! —gritó al sentir el deseo estallar por todo su cuerpo y como si de un hechizo se tratara, él sucumbió también.

Valery creía que toda la escena de la noche anterior era resultado del estrés de la boda, o de todo el alcohol que ambos habían ingerido, sin embargo, al ver que tras el sexo fogoso no hubo ni una mínima pizca de tacto o cariño, una voz de alarma se encendió en su cabeza.

—Vístete, hoy nos vamos a casa —ordenó él al apartarse de ella, subiéndose la cremallera.

—Cariño… Dime qué te sucede, ¿por qué estás actuando así conmigo? ¿Es que he hecho algo que te ha hecho molestar? De ser así, me disculpo, no quiero que nuestra vida de casados inicie de esta manera…

Ella estaba verdaderamente preocupada, sin embargo, él la silenció con un gesto de su mano.

—Puedes ahorrarte la letanía, que no quiero escucharte. Vístete y ven a desayunar, hablaremos cuando tengas ropa puesta.

Pasmada, y todavía en shock por todo lo vivido, ella obedeció. Se aseó en el baño como pudo y regresó al comedor.

A diferencia de las otras tantas veces que habían despertado juntos, esta ocasión no hubo una sonrisa agradable de su parte, ni un beso, ni mucho una caricia. Solo cuando ella se sentó frente a él, apartó la vista de las noticias.

—Ya estoy aquí, dime qué carajos te sucede porque estoy hartándome del juegito.

Esta vez era Valery quien estaba molesta y nunca le perdonaría su maltrato en su primer día de esposos.

—Lo cierto es que tengo mucho en lo que trabajar contigo —dijo con desaprobación. —Lo primero es que vas a controlarte, porque a mí no me vas a hablar así. No si no quieres que te castigue.

Ella se quedó pálida sin entender.

—¿Castigarme?

—Como lo has oído, si te comportas como yo ordene, puedo hacerte de tu vida más llevadera, de lo contrario, haré que todo esto sea un infierno más duro de lo que puedas imaginar.

—Cariño, ¿de qué rayos estás hablando? —ella quiso saber, cada vez más perdida, sin creer que su dulce amor se atreviera a hacerle daño, al menos no físico.

—No soy tu cariño, te dirigirás a mí como “señor”, y será mejor que refrenes tu lengua. A partir de ahora las cosas se harán a mi modo, en este matrimonio mando yo y solo mi palabra es válida.

Ella lo vio sin entender, y pensó que se trataba de una especie de chiste, pero al ver que no había rastro de alegría en su rostro, volvió a preguntar.

—¿De qué estás hablando? ¿Es que ahora al ser tu esposa, crees que soy tu pertenencia? ¿Que soy un objeto más? —no daba crédito a sus palabras.

—Lo eres, y tendrás que someterte a mí. Para ello te tengo un listado sobre las nuevas reglas que vas a tener que seguir: no vas a trabajar más en ese mugriento despacho de mala muerte, si no que vendrás conmigo a trabajar como mi asistente.

Le entregó un listado de normas que iban desde su alimentación hasta su tiempo libre. En resumen, le estaba quitando toda libertad para someterla a la suya. 

—¿Pero qué rayos…? —quiso preguntar, y él volvió a frenarla.

—Estarás disponible para mí siempre que yo lo deseé, y en tu tiempo libre estarás en casa, atenta a mi cuidado y a mis deseos. A partir de ahora, exijo total sumisión.

Ella abrió los ojos, sin entender nada de lo que escuchaba. El hombre bueno y atento ahora quería que toda su vida se quedara de lado para deleite de él. Sin contenerse, se puso de pie, asqueada.

—No sé qué mosca te ha picado, pero definitivamente no me casé para tolerar esto, así que puedes ahorrarte el discurso y llamarme cuando estés en tus cabales. No voy a renunciar a mi vida y a mi persona por ti.

Furiosa, se dirigió hacia la puerta, ansiosa por alejarse de él cuanto antes.

—¡Por supuesto que no te irás! —su voz la frenó en seco, justo cuando su mano estaba sobre el pomo de la puerta. —No si quieres ver a tu adorado amorcito Nick otra vez. 

Despacio, ella se giró para encararlo sin entender sus palabras y entonces, una sonrisa malvada se expandió por toda la cara de su esposo y por primera vez en todo el tiempo con él a su lado, se dio cuenta de la verdad, que cayó sobre ella como un vaso de agua helada: se había casado con el hermano Davis equivocado.       

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