Desafío

El señor Albert Davis vio la escena, completamente perplejo. Era más de mediodía y no podía creer las fachas con las que había encontrado a su hijo, a pesar de haber contraído nupcias el día anterior.

El joven Nicolas era un ejemplo de la disciplina y el decoro, por lo que verlo así, tan descolocado y con su ahora esposa, a medio vestir, le causó una gran sorpresa.

—Nicolas, hijo… ¿Me puedes explicar a qué viene todo esto? —hizo un ademán con la mano, mientras este bajaba a Valery de su hombro y la ocultaba detrás de él.

Estaba desnuda bajo la camisa blanca y la rabia se leía en su rostro teñido de rojo por la vergüenza y el bochorno. Tenía unas ganas increíbles de gritarle a su suegro que este no era más que un impostor, pero se contuvo, esperando el momento ideal. Después de todo, debía pensar en Nick, donde quiera que estuviera.

—Padre, no sabía que vendrías. Es muy poco cortés visitar a unos recién casados en su segundo día de matrimonio.

La voz de Andrew era similar a la de su hermano, por lo que su padre no se dio cuenta del cambio. Sin cohibirse de su desnudez, este vio a su progenitor con una serie de emociones.

Tenía más de un año sin verlo de cerca, y como siempre, la sensación de inferioridad se adueñó de él, al ver la mirada que le dirigía, pensando que era su adorado Nick.

—Tienes razón, hijo mío, de no haber sido tu idea el comer conmigo para discutir el caso Wilmore antes de irte de luna de miel.

Albert lo vio, esperando una reacción, y a Andrew no le quedó más que sonreír y admitir su error. Solo a un idiota como su hermano se le ocurriría hablar de trabajo al día siguiente de casarse, en lugar de disfrutar de su esposa.

—Perdona mi error, padre. Por favor, espéranos en el salón, en breve estaremos contigo. Tengo cosas que discutir con mi esposa.

Albert lo vio durante unos instantes, y sus ojos iban desde el rostro de su hijo, hasta los de Valery, quien había permanecido callada durante todo el momento.

—¿Está todo en orden? Los he oído discutir antes. ¿Es que acaso ha terminado tan pronto la luna de miel?

Albert quiso bromear, pero ninguno rio.

—Espera en la sala, en breve nos veremos —espetó Andrew, y se giró escaleras arriba, tirando de Valery.

Tan pronto se vieron de nuevo a solas, Andrew estampó la puerta con fuerza, hecho una furia. Odiaba quedar en vergüenza frente a su padre, y peor aún, quedar como idiota al no recordar los planes que tenía.

—¿Por qué no me dijiste que mi padre vendría? —le gritó a Valery.

—No tengo porqué hacerlo —ella vio molesta. —Yo no te debo nada, y menos de la manera en que me has tratado. Tu padre no es tonto y seguro se dará cuenta de que algo extraño está sucediendo. Es cuestión de tiempo para que te descubran.

Valery aprovechó el momento para hacerle ver que su farsa estaba en un hilo, pero este no se dejó amedrentar.

—Te recuerdo que tú serás mi asistente a partir de ahora, y tienes que ponerme al tanto de los planes que mi estúpido hermano tenía. Nadie se dará cuenta porque no dirás nada, no si quieres volver a ver a tu adorado Nick.

Otra vez las ganas de golpearle se adueñaron de ella, pero él fue más rápido y la apretó con fuerza por la mano, con una sonrisa.

—Eres un bastardo.

—Pero soy tu esposo. ¿Y esa ridiculez de luna de miel? —preguntó arisco. —No creí que el dedicado Nick dedicaría tiempo de su apretada vida de abogado para ir a vacacionar.

Valery calló, no quería admitir que la luna de miel era algo que prácticamente ella había rogado, porque en efecto, Nick no lo veía como algo necesario. Ahora, a parte de haber tenido que mendigarla, tenía que pasar las próximas dos semanas junto a ese desgraciado.

—No tenemos que ir, era algo que Nick y yo teníamos planeado hacer. Cancelaré los boletos de avión.

—¡Ni se te ocurra! —le advirtió él, con un dedo. —He trabajado muy duro estas semanas y me vendrá bien descansar un poco con mi nueva esposa.

—¡No soy tu esposa! No me he casado contigo, yo no te amo, no te pertenezco.

—¡Por supuesto que sí! Eres mía y te comportarás como tal hasta que yo decida lo contrario. Tú misma firmaste el documento, tesorito, así que harás las cosas que yo diga y cuando yo lo diga.

—¿Por qué haces esto, Andrew? No me hagas ir contigo —ella le pidió, ya sin reservas.

Lo cierto era que este matrimonio era un arreglo de respeto y practicidad que había hecho con su amigo para garantizar el bienestar de su familia y el suyo propio. Ahora, con la presencia de Andrew todo se estaba yendo por la borda y lo peor era que, a pesar de ser un ogro, él despertaba cosas en ella que la perturbaban.

Solo de verlo semidesnudo y una extraña calidez se adueñada de su abdomen, a pesar de ser un hombre detestable. Nada tenía que ver con su hermano, y quizás eso era lo más intrigante.

Sin embargo, no podía olvidar que era una mala persona, y que tenía a Nick secuestrado o sabría el cielo dónde, por lo que ella necesitaba encontrarlo antes de dejarlo en vergüenza. Nunca se perdonaría si algo le pasara por su culpa.

—No tengo que darte mis razones. Puedo y lo hago y eso es todo lo que necesitas saber. Así que prepara las maletas, porque tú y yo iremos a esa luna de miel y más te vale que no me hagas enojar.

Se le acercó y ese par de ojos verdes estudiaron su rostro. Tomó su rostro entre sus manos y ella se sintió aún más extraña que antes, al ser el primer gesto delicado de su parte.

—Déjame irme, dime dónde está Nick y lárgate a hacer tu vida —le rogó ella, sin un ápice de vergüenza.

Andrew cayó durante unos instantes, contemplándola. Por un momento quiso complacerla, demostrarle que tenía razón y que quizás lo mejor para todos era que él desapareciera, pero no podía rendirse. Tenía un objetivo y lo lograría.

—¿Tanto quieres a Nick? —preguntó, dolido. —Te demostraré que yo puedo ser mucho mejor que él, es más, te demostraré que soy mejor que mi hermano y que es un don nadie comparado conmigo.

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