Eres mía.

Andrew la dejó en el piso, ignorando sus insultos y vanos intentos por zafarse de él, todavía sin soltarla.

—Cálmate, Val, no te dejaré hasta que no estés tranquila.

—Tú no tienes derecho a reclamarme nada y menos después de lo que acabo de presencias. Eres un sínico —dijo ella llena de desprecio, hoy más que nunca atizada por el alcohol.

—Depende de ti, pero no te soltaré hasta que te calmes, y créeme que no me importará estar así hasta que raye el alba.

Ante ese pensamiento y segura de que lo cumpliría, ella empezó a ceder. Además, él la vio con la mirada más amenazante que encontró por lo que no le quedó de otra más que dejar de zapatear, quedándose tranquila, a pesar de tener la respiración agitada.

Lentamente, Andrew fue soltando su agarre, hasta que la vio tranquila.

—¡Eres un animal! ¿Cómo se te ocurre golpear a mi amigo de esa forma? ¡Eres un canalla!

Esta vez, Valery se lanzó sobre él, golpeándole con todas sus fuerzas en el pecho. Para el mastodonte de su marido, esos golp
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