La mansión Davis se erguía imponente frente a Valery y le robó el aliento como las otras tantas veces que había estado allí, solo que, por primera vez en la historia, no iba en calidad de invitada o huésped de Nicolas, si no como dueña y señora, pero con el hombre equivocado.
Ahora que sabía la verdad de su nuevo marido, todavía tenía la sangre helada en las venas, sin saber cómo había terminado en esta situación, y sobre todo, cómo lograría salir de ese lío y encontrar el paradero de su novio verdadero.
—Hogar, dulce hogar… —susurró Andrew al llegar a la entrada principal, tras llegar del hotel.
Aunque por fuera era tan arisco y tosco como de costumbre, por dentro todas sus barreras estaban siendo sacudidas. En esta casa había tenido la niñez más traumatizante de todas, con un padre que lo único que hacía era recalcarle lo perfecto que era su hermano y la desgracia que era él para la familia.
Hacía años que no la visitaba, al haberse exiliado por voluntad propia, pero una sonrisa sincera se escapó de sus labios al ver que el jardín de rosas blancas que su madre había sembrado seguía intacto en el frente. Aquí se sentiría más cerca de ella.
—Señor y señora Davis, bienvenidos a casa —el ama de llaves que lo vio nacer los recibió en la puerta, con solemnidad.
—¡Señora Roberts! —gritó Andrew con sorpresa al ver a la vieja Alicia Roberts todavía con vida y con brío.
Ella lo vio con extrañeza ya que, antes de la boda, él mismo había solicitado que preparara el ambiente para su recién adquirida esposa.
—¡Señor Nicolas! Yo también me alegro de verlo, señora Davis, por favor, entremos.
Valery vio la escena, pero no dijo nada. Después de todo no tenía a quien contarle la verdad. ¿Quién creería que Andrew sería capaz de semejante desgracia? Además, eran exactamente idénticos, por lo que sería imposible de demostrar su identidad.
Al llegar a la casa, Andrew peinó con la mirada el lugar. Sabía por su ama de llaves, que su madre había decorado el lugar y que el toque de la difunta Sarah Davis estaba en toda la mansión, por lo que esperaba encontrarse con el acogedor salón justo como su madre lo había dejado.
Sin embargo, la ira se apoderó de él al ver que, en lugar del retrato de su madre, sobre la chimenea ahora estaba decorado con fotos de Nick y Valery, lo que le revolvió todo el estómago.
¡Cómo era posible que su hermano hubiera sido tan vil! Se había adueñado del lugar, cambiando todo a su gusto y a la modernidad, borrando lo único que quedaba de su madre.
—¿Quién ha sido el responsable de esto? ¡Exijo saber dónde está el retrato de mi madre! —parecía un poseso, para sorpresa de todos.
—¿Es que no te acuerdas? Te recuerdo que has sido tú quien solicitó el cambio. Deberías ir al doctor, no tiene sentido que un hombre tan joven no recuerde este tipo de cosas. ¿O es que te sucede algo, mi amor?
Valery le recordó con fingida amabilidad sobre su confusión, aunque en el fondo quería que se notara la diferencia entre este nuevo Nick y el anterior. No veía la hora de que se dieran cuenta de que él era el impostor.
Su tono era con una dulzura que ni ella se creía, por lo que era evidente el desafío en su mirada y las ganas de exponerlo.
—Usted dijo que era necesario darle un nuevo toque a la casa, en vista de que ahora sería su hogar y el de la señora Valery, el decorador terminó el trabajo el día de ayer.
La señora Roberts lo miró sin entender, ni siquiera ella, que tenía toda la vida trabajando con los Davis, era capaz de notar la diferencia, pese a lo raro del momento.
—En ese caso, ha debido ser un error de mi parte, por lo que me gustaría que restauraran el cuadro de mi madre a su lugar, por favor. Su belleza no debería estar en cualquier rincón.
El ama de llaves asintió y antes de poder hablar, él tomó a Valery de la mano y la llevó escaleras arriba.
—Si me disculpa, tengo cosas que discutir con mi esposa.
Ella pensó que sería la premura de los recién casados, por lo que se apartó con una sonrisa pícara, pensando que los novios iban a consumar su unión en su nuevo nido de amor.
—¡Que sea la última vez que me hablas así delante de la gente! —rugió él, tan pronto estuvieron a solas.
Tenía ganas de abofetearla por su comentario, pero se frenó.
—¿Así cómo? —ella fingió inocencia y eso le enojó más.
—¡No te hagas la lista conmigo, Valery! Te puedo hacer la vida muy miserable si decides optar por ese camino. ¡Te dije que te referirás a mí como señor! Así que eso harás y más te vale que tengas cuidado con esa lengua, yo no soy Nicolas.
—¿Crees que no lo sé? —estalló ella. —¡Eres un monstruo desalmado y cruel! No sé qué le hiciste a Nick, pero desearía que estuvieras tú en su lugar y no él. ¡Te odio, te odio, te odio! —le gritó sin importarle las consecuencias.
Hay estaba otra vez. El mismo mensaje que había recibido desde que era niño; la preferencia de su hermano por encima de él en todo lo que hacía, y eso era lo que carcomía el alma sin poder evitarlo.
Toda la vida había recibido el mismo trato, todos preferían al perfecto Nicolas antes que a él, el niño malo, el niño del problema. La rabia y el rencor aparecieron en partes iguales, y decidió desquitarse con ella las frustraciones que tenía guardadas.
Pese a lo tenso del momento, él decidió usar las cartas a su favor. Si ella le decía esas cosas para herirle, él le devolvería la moneda en contra de su hermano, acostándose con la mujer que supuestamente lo amaba.
Pensó en cómo se sentiría el perfecto Nick al saber que su mujercita estaba siendo usada por él, y eso le avivó las ganas.
—Me odias, ¿no? Me odias, pero me deseas. ¿Cómo es eso posible, señora Davis? —rio burlón. —Puede que creas amar a ese estúpido de mi hermano, pero estoy seguro de que no te ha hecho mujer como lo he hecho yo.
Sabía que Nick podría ser muchas cosas, pero en experiencia en la cama, Andrew iba muy por delante. Reconocía las señales cuando las veía, y era evidente que a pesar del desprecio que ella sentía por él, la atracción también era parte del momento.
—Te equivocas, yo no quiero estar contigo…
—¿Estás segura? Porque tus pechos me dicen otra cosa.
Él se acercó más a ella con una sonrisa lobuna al ver sus pezones erectos y sabía que la tenía comiendo de su mano.
¿Cómo era posible? Se preguntaba Valery, inundada por el aroma de su perfume. Era un hombre despiadado y cruel, sin embargo, había algo en él que alborotaba zonas que tenía años dormidas. Era tan decidido, tan dominante, que derrumbaba sus reservas a pesar del cariño que tenía por Nick.
—Aléjate de mí, Andrew. No te amo.
Él ignoró sus peticiones y se adueñó de su boca con un beso explosivo.
Sin miramientos la empujó en la cama, dispuesta a hacerla suya con todo el ímpetu de su cuerpo y lo logró. La ropa voló por la habitación y con la misma fuerza de la discusión, ella se entregó a él por completo sin poderlo evitar, quedando satisfecha y sin aliento.
Todavía jadeante, y en todo el esplendor de su desnudez, Andrew se levantó en dirección al mini bar y la vio con desprecio. Se puso los pantalones y ella se colocó su camisa para no estar desnuda.
—Podrás no amarme, pero definitivamente disfrutas conmigo como nunca lo harás con él. —Sus palabras quedaron en el aire como una sentencia y él sonrió, alegre de su ataque. —Vístete, irás a ver tu nueva habitación en el cuarto de servicio.
Por si fuera poco, quería humillarla para que sintiera el dolor que había sentido él con sus palabras.
—¿De qué estás hablando? Yo soy la señora de esta casa ahora, no puedes hacerme esto.
—Puedo y haré como me dé la voluntad. La única señora de esta casa fue mi madre y te faltará nacer de nuevo para igualarla. Dormirás en el área de servicio y no hay más que hablar.
Una vez más, hizo ademán de tirar con fuerza, pero ella fue rápida y se alejó de él.
—¡No voy a permitirlo! No vas a subyugarme, bastardo.
—Así que quieres jugar rudo —se río él con maldad.
Tomándola sobre su hombro la cargó sin dificultad y la llevó escaleras abajo, dispuesta a arrojarla a uno de las habitaciones de servicio, pero al llegar a la sala, una voz firme los sorprendió, mientras ella se revolvía, rebelde.
Al escuchar a alguien aclararse la garganta, ambos levantaron la mirada, y el asombro fue enorme al ver que, en la sala, mirándolo de soslayo, estaba Albert Davis.
El señor Albert Davis vio la escena, completamente perplejo. Era más de mediodía y no podía creer las fachas con las que había encontrado a su hijo, a pesar de haber contraído nupcias el día anterior.El joven Nicolas era un ejemplo de la disciplina y el decoro, por lo que verlo así, tan descolocado y con su ahora esposa, a medio vestir, le causó una gran sorpresa.—Nicolas, hijo… ¿Me puedes explicar a qué viene todo esto? —hizo un ademán con la mano, mientras este bajaba a Valery de su hombro y la ocultaba detrás de él.Estaba desnuda bajo la camisa blanca y la rabia se leía en su rostro teñido de rojo por la vergüenza y el bochorno. Tenía unas ganas increíbles de gritarle a su suegro que este no era más que un impostor, pero se contuvo, esperando el momento ideal. Después de todo, debía pensar en Nick, donde quiera que estuviera.—Padre, no sabía que vendrías. Es muy poco cortés visitar a unos recién casados en su segundo día de matrimonio.La voz de Andrew era similar a la de su he
El almuerzo con el señor Davis transcurrió sin mucho entusiasmo. Los famosos detalles del caso Wilmore no eran más que cosas obvias que para Andrew eran redundantes, por lo que le sorprendió ver que su hermano dedicara un día de su luna de miel en cosas tan vanas.Andrew, a pesar de no haber terminado la carrera de derecho, era mucho más listo que el resto, por lo que veía que su hermano y su padre muchas veces se ahogaban en un vaso de agua, buscando soluciones que para él eran evidentes.No obstante, haber estado en la posición de aprobación durante un rato le sentó bien. Ya subidos en el avión, miraba por la ventana, distraído en sus pensamientos, cuando Valery llamó su atención.—¿Sabes acaso a dónde nos dirigimos? —su voz era firme, igual que su manera de ser y eso a él le gustaba, quizás más de lo que debería.—No es que me importe mucho, porque seguro mi hermanito habrá escogido un lugar de lo más soso para pasar unos días, pero algo me dice que tú le darás el toque interesante
La puerta se cerró suavemente a sus espaldas y Valery cerró los ojos con pesar. Sentía el corazón latirle desbocado en su pecho junto a unas terribles ganas de llorar. ¿Cómo era posible que hubiera sido tan tonta? Nunca creyó que estaría viviendo una pesadilla como esta, y para colmo, tras haberse entregado como lo hizo la noche anterior. Sus deseos carnales habían sido más fuertes que su mente, pero él le pagó con muy mala moneda. Corrió al baño cuando las lágrimas bañaron sus mejillas, y desde el espejo, vio su reflejo. Andrew era un hombre despiadado que había logrado engañarla y engañar a todos para salirse con la suya y ahora su objetivo era destruirla a ella también. —¿Qué harás, Valery? —se dijo a sí misma. —No puedes dejarte destruir por ese bastardo. Enojada y dolida en partes iguales, se metió a la ducha intentado borrar el olor de su piel que había quedado impregnado, se vistió con un sexy bikini negro que encontró en su maleta junto a un vestido playero celeste, y salió
Las olas del mar bañaban su cuerpo, pero ni siquiera el agua fría pudo aplacar la furia que sentía, así que se lanzó más adentro, a lo profundo del mar, donde sus pies ya no tocaban el fondo. Andrew era un descarado, la evidencia de un sujeto desalmado y cruel, quien no solo lograba adueñarse de sus sentidos, si no que también la había humillado primero con esa mujer y luego con su mejor amigo. Bajo el agua, cerró los ojos y contuvo la respiración, tratando de aplacar su mente, sin éxito. Solo cuando empezó a sentirse algo mareada, y las burbujas del resto del aire que quedaba en su cuerpo empezaron a salir, sintió que su mente se apagaba. —¿Qué demonios crees que estás haciendo? —un par de manos fuertes la habían arrastrado a la superficie, y ahora respiraba agitadamente, recuperando el aliento y tosiendo a la misma vez. Seguramente parecía un pez desbocado frente a él, que estaba más sereno que una noche de verano. Estaban nadando en mitad de la playa, algo lejos de la orilla.
Unas manos cálidas le acariciaron el cuello mientras él volvía del sueño profundo en que estaba sumergido y le costó unos segundos recuperar la conciencia y abrir los ojos por completo. Cuando lo hubo logrado, se dio cuenta que las caricias provenían de la enfermera Rosemary, y que más que acariciarle, estaba aseándole el cuello con una toalla húmeda, contrario a los perversos pensamientos que le provocó la inconsciencia. Al darse cuenta de que estaba despierto, ella sonrío con dulzura. —¡Buenos días, señor Nicolas! ¿Cómo se siente el día de hoy? A pesar de su trágico estado, ella seguía tratándole con naturalidad y eso a él le gustó. —Un poco de agua, por favor —logró articular con un graznido y ella, solícita, se acercó a la mesa para extenderle un vaso de agua fresca con un sorbete, que bebió a sorbos enormes. —Tranquilo, despacio, no hay prisa —susurró Rosemary. Nicolas aprovechó la cercanía para contemplarla, parecía un ángel del cielo que había caído en su momento más oscu
Tras el altercado en la playa, Valery y Andrew mantuvo las barreras en alto con Andrew dispuesta a no dejar que le afectara lo que él decía, ni mucho menos sus acciones. Sin embargo, debía admitir que estaba viviendo con él experiencias únicas, como el viaje en catamarán que él planeó o bucear en los arrecifes. Eran cosas que siempre había soñado hacer con Nick, pero que este se negaba todo el tiempo, culpando al trabajo de su falta de aventura. Por el contrario, Andrew era intrépido y pronto descubrió que tenían un mundo de cosas en común, salvo las ganas horribles de humillarla y hacerla sentir mal, que salían a relucir cada vez que podía. —¿Estás lista ya? —preguntó en la puerta del baño, con una mirada brillante y un bronceado encantador. Se habían pasado el día con las actividades, que Valery casi olvidaba la misteriosa nota que recibió en la mañana. Se moría de ganas de saber quién era, pero estaba casi cien por ciento segura de que se trataba de Jason. Por lo que, a pesar d
Andrew corrió tras Sophia, preocupado por su amiga. En realidad, ella era amiga de Nicolas más que de él y tuvieron un amorío cuando estaban en la flor de la juventud.Andrew sabía que su hermano estaba loco por ella, pero nunca pudieron hacerlo público porque su padre reprobaba esa relación. Decía que Sophia Jenkins no era mujer para sus hijos y quizás tenía razón, no era la más lista, pese a su belleza.Era la esposa florero que cualquier hombre desearía, pero Albert Davis nunca la vio con buenos ojos.El habérsela encontrado aquí fue todo un plus. Por supuesto que ni siquiera ella fue capaz de distinguirlo de su hermano, por lo que le siguió el juego tan pronto la vio.Lo único que su plan no salió como pensaba, porque si bien quería usarla para darle celos a Valery, no creyó que su esposa fuera tan osada como para atreverse a desafiarla en público.—¡Mi vestido! —sollozaba Sophia, viéndose en el espejo de su habitación.Parecía una chiquilla y eso a Andrew le irritaba sobre manera
En su mesa, Valery cenaba sola sin importarle un rábano las miradas curiosas que habían caído sobre ella desde la escena en la pista. Lo que le faltaba a su vida era el drama de ser la comidilla de uno de los complejos más lujosos de todo Manhattan, pero de ser así, al menos pudo darse el lujo de poner a esa barbie en su puesto, y estaba más que ansiosa de volver a tener la oportunidad de hacerlo. Con Nick estaba acostumbrada a vivir en la palestra pública, pero siempre con una imagen impecable en obras de caridad y eventos importantes. No en un escándalo en un bar. Ya se las vería con su flamante esposo, porque si él tenía cosas que reclamar, más tenía ella, por haberla dejado sola en plena cena para ir a socorrer a esa atrevida, quien quiera que fuera. Con un gesto, le hizo una seña al camarero para rellenar su copa y le dio una buena propina para que mantuviera la copa llena. —Buenas noches, señorita. ¿Puedo preguntar qué hace una mujer tan bella sola en un lugar como este? —un