Destino

Andrew se baja de su motocicleta, quitándose el casco con su acostumbrada gracia. Su cabello ondulado y oscuro está algo húmedo de la lluvia, por lo que él lo peina con los dedos, en busca de su móvil.

Hay un número desconocido y se cuestiona sin contestar o no. Acaba de llegar a casa y lo único que quiere es descansar, pero al no saber de quién se trata, le puede la curiosidad y responde.

—¿Bueno?

—¿Con el señor Andrew? —una voz femenina pregunta.

—Depende, guapa. Si es para venderme algo, la respuesta es no.

—Señor Andrew, mi nombre es Stephane Mills, le llamo de parte de su hermano Nicolas.

El hastío y desdén se colaron de inmediato al escuchar su nombre. Su hermano, su perfecto y adorado hermano era la encarnación de un ángel del cielo, contrario a él, que estaba más cerca de ser un ángel, pero caído.

Era el favorito de su padre, heredero del imperio familiar y responsable de todas las desgracias de Andrew, a pesar de lo que todos querían hacerle creer. Solo escuchar su nombre y se le revolvía el estómago.

—¿Qué quiere, señorita? O más bien, ¿qué quiere mi hermano?

Lo último que había escuchado era que Nick contraería nupcias con una chica de buena familia, gracias a la invitación que había recibido hacía semanas. La boda era este sábado y aún no encontraba la manera de arruinarles la fiesta y dejarlo en vergüenza.

—Si es con relación a su boda, puede decirle que no voy a ir, pero que le enviaré un regalo —añadió con sarcasmo.

—Señor, Nicolas ha sufrido un accidente automovilístico —con esa frase, Andrew se quedó de piedra.

Su hermano, su gemelo idéntico que había nacido solo unas horas después de él, estaba al borde de la muerte y para colmo lo llamaba a él.

—Yo… No sé qué decir. ¿Por qué me han llamado a mí y no a mi padre?

—No tenemos ningún registro del paciente, todas sus pertenencias personales parecen ser robadas al igual que su auto. Lo hemos encontrado muy grave a la orilla de la carretera. Estuvo en coma durante muchos días.

—Ya, pero mi padre seguro habrá enviado a alguien por él, si es por pagar la factura, créame que él tiene más dinero que yo —se defendió Andrew con insensibilidad.

—¡Escúcheme de una buena vez! —dijo la voz con firmeza del otro lado de la línea. —Su hermano ha perdido la memoria y su nombre y su número de teléfono es lo único que recuerda.

A mitad de su desordenado salón, Andrew jugaba con las llaves de su casa, sin creer su situación. El pupilo del señor Albert Davis, el hijo perfecto que cumplía al pie de la letra su mandato y la reencarnación de la bondad, ahora estaba en apuros y lo llamaban a él.

Bien podría dejarlo varado y a su suerte. Ganas no le faltaban, después de todo, ese desgraciado le había robado a su madre, y con ello, todas las oportunidades de la vida. Sin embargo, una idea descabellada se planteó en su cabeza.

¿Y si cambiaban papeles?

Si era cierto que Nick no recordaba nada, quizás este era el golpe de suerte que estaba esperando para poder desquitarse de su hermano las terribles ganas de tener todo lo que por ley debía ser suyo.

Sabía por las noticias que su padre le daría la casa de su difunta madre para que viviera con su nueva esposa, cosa que no podía tolerar. Bastante daño había hecho, matándola en el parto, como para también gozar de la única propiedad que tenía valor para Andrew. ¿Qué pudo haberle pasado a su hermanito menor y por qué rayos lo llamaban a él?

—¿Está ahí, señor? —la joven lo llamó, atrayéndolo a la realidad.

—¡Sí, estoy aquí! Perdone, es que la noticia me ha tomado por sorpresa.

—El señor Nicolas lo único que ha dicho es que le llamemos a usted. ¿Vendrá a ayudarle?

Sin dudarlo, Andrew asintió, a pesar de que nadie lo veía.

—Por supuesto que sí, de inmediato saldré para allá.

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Un pellizco de aflicción sacudió el frío corazón de piedra de Andrew cuando lo vio postrado en la cama, pero se recuperó con facilidad.

Para él, las emociones eran para los débiles, y definitivamente, su desgraciado gemelo no era quien lo iba a mover a misericordia.

Con cientos de moretones, collar ortopédico e incontables heridas, Nicolas no era ni de cerca el hombre que él había visto en las noticias en el anuncio de su boda o de su famosa firma.

Su rostro era ahora como un tomate aplastado, por lo que entendía que a los del hospital le resultara imposible no reconocerlo.

—Nick… —llamó con voz baja, mientras se acercaba.

Estaba dormido, o al menos eso parecía, ya que difícilmente podía abrir los ojos.

—Andy, ¿eres tú? —preguntó con un graznido y su voz daba escalofríos.

Evidentemente había sobrevivido de milagro, pero energías no le quedaban muchas.

—Soy yo, Nick, estoy aquí. Has tenido un accidente y he venido para ayudarte —mintió Andrew sin remordimiento.

—Lo sé, hermano, lo sé. Yo… No sé cómo ha sucedido todo esto, solo sé que desperté y de pronto ya no sabía nada de mía. Solo tu nombre me llegó a mi mente. ¿Vas a ayudarme, Andy? Tengo miedo…

Sin previo aviso, tomó la mano de su hermano mayor con fuerza, y esa extraña conexión que los unía, no tardó en decir presente.

Andrew se aclaró la garganta, intentando obviar el destello de emociones que le provocó la situación, pero como si de polvo se tratara, se sacudió con rapidez, para no perder el enfoque.

—Claro que sí, hermanito. Sabes que yo te protegeré. Por ahora, tú descansa, lo importante es que tienes que sanar y recuperarte, ya voy a cuidar de ti.

Con un asentimiento de cabeza, Nick le creyó y soltó su mano, para volver a dormirse, débil por su estado y por los medicamentos.

Mientras tanto, la mente de Andrew marchaba a mil por hora. Había tanto que hacer en tan poco tiempo, pero su instinto le dijo que no dudara. Con una sonrisa malvada y dejando de lado las voces de alarma, salió a la recepción, en busca de la enfermera.

—A partir de ahora, yo me encargaré de todo lo relacionado a mi hermano. Cualquier cosa que necesite, no dude en llamarme a mi número a cualquier hora del día —le entregó una tarjeta y esta asintió sin emoción.

—De acuerdo, señor. Cuente con ello.

—Solo una cosa, Inés… —susurró haciendo uso de sus artimañas de galán, que le habían abierto las puertas en demasiados lugares.

La jovencita pestañó, obnubilada y dijo que sí con euforia.

—Nadie puede saber que está aquí, ¿de acuerdo?

Con un billete de cien dólares, la chica dijo que sí y Andrew se marchó, feliz como hacía tiempo no lo hacía.

El centro de rehabilitación estaba a las afueras de un pequeño pueblo de Connecticut, por lo que dudaba que alguien supiera la verdadera identidad de su hermano.

¡Finalmente podría hacerle pagar las tantas heridas que le había ocasionado! Esta era su oportunidad y no iba a desperdiciarla. Ese fin de semana se casaría, y empezaría el plan por el que había esperado toda su vida.

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