¡¿Mi Esposo es un Impostor?!
¡¿Mi Esposo es un Impostor?!
Por: Lily
Cambios

Los invitados comían y vivían alegremente en el gran salón, mientras que Valery conversaba con su madre, rebosante de alegría.

Finalmente, el día de su boda había llegado y nada le llenaba más el corazón que estar unida a Nicolas Davis, el hombre perfecto que toda mujer soñaba con tener. Desde su asiento en la gran mesa principal, lo contemplaba hablar con los invitados, embobada.

—¿Cariño? —su madre le hace aterrizar otra vez, y se sonroja al darse cuenta de que no estaba prestando atención.

—Lo siento, mamá. ¿Qué has dicho? —sonríe otra vez.

—Que es hora del baile con tu esposo, así que prepárate ya.

De inmediato, el maestro de ceremonias anuncia al señor y señora Davis para que pasen al centro del salón y Valery, con la mejor de sus sonrisas, corre a los brazos de su amor. Tan pronto los primeros acordes de la canción “I Will Always Love You” comienzan a sonar, una muesca de disgusto se dibuja en el rostro de Nicolás.

—¿Sucede algo malo, amor? —pregunta Valery, algo herida por el gesto.

En un momento como este, no quiere manchar el recuerdo con nada turbio, por lo que no entiende la reacción de su nuevo marido.

—¿Es que no había una canción más insípida? —comenta él, sin borrar la sonrisa, a pesar del comentario ofensivo.

—Pero… Es nuestra canción, siempre lo ha sido —murmura ella, con el ego herido. —Ese fue la que me dedicaste el día de nuestra pedida de mano. Seguro estás ebrio, mi amor… —añade con tono dulce, pero sin entenderlo.

A Valery le parece extraño tener que explicarle algo tan elemental como eso, pero quiere creer que han sido los tragos y el estrés de la boda le han causado semejante desaire.

—Y seguro debí haberlo estado esa noche para escoger una canción tan repetitiva.

Ella se queda de piedra ante semejante comentario, sin entenderlo. Es como si fuera otra persona totalmente diferente al hombre que conoció.

—Me pediste matrimonio en la mañana de un domingo, Nick. ¿Qué te sucede hoy? Parecieras no ser tú. ¿Todo está bien?

Todas las alarmas se encienden en la cabeza de Valery, pero no está segura si deba hacerles caso. Tiene una semana sin dormir bien, está despierta desde la madrugada y con poca cosa en el estómago, no quiere discutir. Quizás, al igual que ella, lo único que tiene Nick es estrés post-boda.

—¡Perdóname, mi amor! Te juro que es la alegría de este día que me tiene la cabeza en una nube.

Con esa frase, ella le sonríe y se inclina para besarlo mientras disfrutan la canción. Hay algo diferente en él. La manera en que la ha besado es distinta a las demás y hay una cierta química que no había sentido antes.

Quizás era el hecho de que ahora era su esposo, pero la verdad es que Nicolas Davis era su mejor amigo. Se habían conocido en la universidad y desarrollado una relación lejos de la fuerza sexual que ella habría soñado.

Era un buen hombre y le amaba, a pesar de que no había esa llama especial entre ellos. Además, era una persona íntegra, honrada que se preocupaba por ella. ¿Qué más podía pedir en un hombre?

Sin embargo, el día de hoy era como si las hormonas de su cuerpo estuvieran alborotadas de una forma extraordinaria. Desde el beso de la ceremonia no pensaba en otra cosa, sino en consumar su matrimonio, lo que no sucedía desde hacía mucho tiempo, ya que entre ellos el sexo, (como todo), era programado.

—¡Yo también estoy muy feliz de ser tu esposa! —expresó Valery con la mejor de sus sonrisas, para acallar las voces turbias de su cabeza.

—¡Es hora de despedir a los novios! —una voz entre la multitud anunció la llegada de la limosina que vendría por ellos al terminar la canción.

Entre silbidos, lluvia de arroz y tremenda algarabía, Valery y Nicolas salieron de la fiesta para llegar a la suite presidencial de luna mieleros que esperaba por ellos.

A la vez que Nick abría la puerta de la habitación, la tomó en sus brazos, sin esfuerzo. Después de todo, era un fornido joven de apenas veintiséis años, y con prisas, se adueñó de la boca de ella.

—Cariño, esta noche estás… —quiso decir Valery, pero él la silenció con un beso.

Sus manos llegaron con prisa a la parte trasera del vestido, y rasgaron la tela con fuerza.

—Calla, quiero hacerte mía de una vez por todas.

Ella no supo cómo tomar el comentario, lo cierto era que le deseaba. Le deseaba como quizás no había hecho nunca, y ella no era quien para arruinar el momento.

A duras penas notó que la habitación estaba repleta de flores y que, en la cama, una capa de pétalos aguardaba por ellos. Como siempre, Nick era un romántico empedernido, o quizás trataba de llenar la falta de pasión entre ellos con todos sus detalles.

Pero esta noche nada de eso era necesario.

—Nick… —ella murmuró por lo bajo cuando la lengua de él subyugó la suya.

Sin más, la desarmó en un santiamén, dejándole completamente desnuda. Dio un paso hacia atrás, con la respiración agitada. Parecía un lobo a punto de devorarla y eso le gustó.

Esa mirada carnal de su ahora adquirido esposo era muy diferente a las otras veces que habían hecho el amor.

—Calla, no tienes permiso para hablar. Lo único que quiero escuchar esta noche son tus gritos de placer —él volvió a ordenar.

Todavía vestido, se acercó a ella y con fuerza, la tomó por el mentón y volvió a hacerla suya solo con su boca.

Un gemido de placer se escapó de su garganta. Era rudo, dominante, posesivo. Todo lo que una vez ella pidió, pero nunca obtuvo.

Sin darse cuenta, terminó boca arriba sobre los cientos de pétalos, con ese adonis desnudo, quien la hizo suya de una estocada. Los gritos no tardaron en aparecer y por primera vez en toda su vida, Valery creyó que casarse con él no había sido tan mala idea después de todo.

La capa de sudor que bañó sus pieles no tardó en aparecer. Él le estaba subyugando, adueñándose de su cuerpo como nunca antes, y ella no tenía ni una reserva. Esta nueva versión de él le estaba llevando al cielo.

Cuando el placer estalló, se dio cuenta que sus gritos llenaban la habitación, pero ambos estaban jadeantes y llenos de gozo, cayeron desplomados sobre el colchón.

—Nicolas… Eso ha sido… —buscó las palabras sin éxito. —Es la mejor noche de bodas de todas. No sé dónde tenías guardado todo esto, pero ha sido fenomenal.

Ella lo vio con una sonrisa de placer, creyendo que era la primera de muchas experiencias alucinantes en la cama como siempre soñó. Sin embargo, el rostro de él se mudó de alegría a frialdad, y con brusquedad, se alejó de ella.

—Espero que te haya gustado, porque no volverá a pasar hasta que yo lo decida.

Valery lo miró confundida sin entender nada de lo que estaba sucediendo. Él se levantó de la cama y le arrojó la camisa de su esmoquin a los pies.

—Vístete, te irás a otra habitación.

—¿De qué estás hablando? —ella no lograba comprender.

—Lo que has oído. He estado contigo para consumar nuestro matrimonio, pero no dormirás conmigo, a partir de ahora, tendrás tu propia habitación y vendrás a mí solo cuando yo lo demande. Para dormir conmigo tienes que ganártelo.

—Nick, cariño… ¿Qué clase de broma es esta? —preguntó Valery con temor.

—Ninguna broma, mi amor —dijo con sarcasmo. —Solo puedo decirte que el Nick que conociste ya no existe, y será mejor que te vayas haciendo la idea de que la vida como la conocías, acaba hoy.

Confundida, y creyendo que era una especie de broma, Valery lo miró sin entender, terminando de ponerse la camisa para no estar desnuda frente a él.

Con fuerza, él tiró de su brazo y la arrastró por el pasillo del hotel hasta otra puerta, donde la empujó con fuerza hacia su interior.

—¡Suéltame, me haces daño! —gritó ella, al zafarse de él.

Desde la puerta y con la sonrisa más malvada de todas, él la miró de arriba abajo con una serie de emociones imposibles de describir.

—Y este es tan solo el inicio de lo que te espera, mi amor —de un portazo, se largó, dejándola sola y confundida.

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