Capítulo 68
Un viento inusual, violento, soplaba a su alrededor, como si quisiera arrastrarla hasta el cielo. Gabriela miró a su alrededor: el autobús había desaparecido. Estaba sola, de pie en una planicie oscura y sombría.

Descalza, sentía cómo las raíces secas y duras de la hierba le rasgaban la piel, haciéndole sentir una punzada dolorosa que, a la vez, le producía comezón.

El zumbido y los ruidos confusos volvían a sus oídos, cada vez más intensos.

—Estoy aquí, no te dejaré. Ve, busca la razón por la que no puedes hablar y tráela de vuelta —resonó la voz de Cristóbal en el viento, mezclada con la suave melodía de la música que escuchaba cada día.

“Estoy a salvo,” se dijo a sí misma, juntando las manos sobre su pecho, repitiéndose la frase una y otra vez en un intento de calmarse. «Soy adulta, puedo protegerme. Nadie podrá hacerme daño.»

Poco a poco, el ensordecedor zumbido del viento empezó a disiparse, hasta convertirse en un susurro distante. Lo que antes era un ruido incomprensible, ahora
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