Después de todo, Gabriela presenció de primera mano cómo Álvaro fue aplastando a Mattheo.Y Cintia le había contado que, dentro de la familia Saavedra, Mattheo parecía «el más normal».Nunca se le supo de escándalos de hijos ilegítimos ni nada por el estilo. Al contrario, tras tener a su hija, su esposa no volvió a embarazarse y él la protegía. Tal vez, en el fondo, sí había algún sentimiento sincero. O así parecía.En ese instante, al escuchar las palabras de Gabriela, un par de lágrimas brotaron de los ojos de Mattheo.—¿Ya lloras? —comentó ella, impertérrita—. Me informaron que, desde que tu mujer se fue al extranjero, no ha dejado de rodearse de chicos guapos y jóvenes, mantenidos con el dinero que tú mismo le diste. Dicen incluso que hace poco encontró «el amor de su vida» y planea casarse de nuevo. ¡Admirable, la verdad!Comparada con el comentario ligero que había soltado Álvaro —aquello de que su tía «se fue y se volvió a casar»—, las palabras de Gabriela golpeaban directo al c
—¡Kian! —gritó Soren, listo para pelear.Gabriela lo sujetó del brazo:—Llámalo. Dile que regrese de inmediato.Kian refunfuñó, pero no había vuelta atrás en un asunto tan grave. Con mala cara, buscó el número de Álvaro y marcó.El teléfono sonó varios segundos hasta que al fin atendieron:—¿Señor…?—Kian, Álvaro está enfermo. Acabamos de ingresarlo al hospital con fiebre muy alta. Está delirando. Si no es algo que se caiga el mundo, déjenlo para después —respondió la voz de Carmen al otro lado de la línea.—¿Enfermo? —repitió Kian, con un sobresalto.—Así es. Si es algo de la compañía, hablen con Laura. Si es de la casa… —Hubo un silencio breve—. De momento, déjenlo estar.—Entendido…Antes de que Kian pudiera decir más, la llamada finalizó.—¡El señor Álvaro está enfermo! —anunció Kian, dirigiéndose a Gabriela.Ella no manifestó la menor alteración:—¿De verdad no te importa? —estalló Kian—. ¡Si supieras por todo lo que pasó! Aquella noche él estaba exhausto, pero aun así volvió a la
Unos minutos más tarde, Kian se quedó dentro del cuarto, contemplando el cuerpo de Mattheo con las cejas fruncidas.Sobresalía a simple vista el rencor de Gabriela; aparte de la herida en la garganta, también le había clavado el cuchillo varias veces en el pecho. Dado que Mattheo estaba ya en los huesos, aquellas puñaladas habrían destrozado por completo su caja torácica.—Maldita sea —murmuró Kian, sacando el teléfono para hacer otra llamada.—¿Kian? ¿Qué pasa ahora? —contestó Laura al otro lado de la línea.—Gabriela mató a Mattheo —dijo él con voz grave—. Intenté informar al jefe, pero me contestó doña Carmen: al parecer, Álvaro está enfermo.—¿Gabriela mató a Mattheo? —La sorpresa de Laura fue evidente—. ¿Estás seguro de que no está cubriendo a alguien más?Ese escenario sonaba más plausible. Kian chasqueó la lengua con impaciencia y relató con detalle lo sucedido.—Así ocurrió. Justo cuando entró a la habitación, nos pidió que esperáramos afuera, y… terminó pasando lo que pasó. Fu
Kian detuvo la reproducción en el instante preciso.—¿«Qué verdad» es la que descubrió? ¿Por qué sugiere que el primero en caer sería el jefe? —murmuró para sí, con el ceño fruncido.De inmediato, reanudó la grabación. Mientras más avanzaba la escena, más se le tensaba el entrecejo. Logró ver el momento completo en que Gabriela asesinaba a Mattheo. Y entonces recordó la actitud inesperada de ella al decidir visitar a Álvaro, quien estaba enfermo. «Aquí hay algo muy turbio», se dijo, con una sensación de urgencia que no podía ignorar.Su instinto le gritó que no podía permitir que Gabriela se encontrara con Álvaro. No con todo lo que acababa de descubrir.Rápido de reflejos, copió el video, luego insertó una memoria USB en la consola de seguridad y, en cuestión de segundos, eliminó todo rastro de las grabaciones de la central. Acto seguido, Kian salió de la sala hablando por teléfono:—¿Todos están junto al jefe?—Sí, está en su habitación; nosotros montamos guardia en la puerta.—Escuc
—Soren, cuando lleguemos al hospital, no necesito que me acompañes. Tengo algo más importante que encargarte —dijo Gabriela, evadiendo la pregunta que él le había hecho—. Necesito que contactes en secreto a Rosalina y le informes sobre la muerte de Mattheo. Luego… habrá que recoger unas cosas del centro de reposo donde me estaba quedando. Entre ellas, un celular y una tarjeta SD. Contiene pruebas innegables de las fechorías de Mattheo —escándalos y delitos que un conocido hacker logró extraer de su computadora y su teléfono—. Quiero que también se las entregues a Rosalina.Originalmente, Gabriela pensó darle esa información a Álvaro. Pero al descubrir que muchas de las atrocidades cometidas por Mattheo salpicaban directamente al Grupo Saavedra —poniendo en peligro su cotización y prestigio—, él prefirió no hacerlo público. Gabriela terminó guardando la tarjeta. El día que abandonó la casa conyugal, la encontró entre unas cosas y la guardó junto a su teléfono dentro de una funda. Al sal
—Hazlo después de Año Nuevo, o traerá mala suerte —añadió Gabriela.—Está bien, lo haré —convino él, y Gabriela, tras asentir con la cabeza, se despidió levantando una mano para luego dirigirse hacia el interior del hospital.En cuanto llegó al edificio VIP, alguien la llamó por detrás:—Señora.Gabriela se volteó con expresión fría. Era Laura, quien lucía distinta a como acostumbraba: si bien llevaba su característico abrigo de traje negro, la ropa que llevaba debajo se veía más refinada, y el perfume era otro, más elegante. Seguro había salido de una cita y tuvo que venir de inmediato.—Señora —dijo Laura al llegar junto a ella—. Me enteré de lo ocurrido en el Hospital Serrano Verde.—¿Vienes a reprocharme algo? —inquirió Gabriela, entrecerrando los ojos.Laura no se anduvo con rodeos y soltó de golpe:—¿Por qué lo hiciste?—Le explicaré todo a Álvaro —fue lo único que dijo Gabriela, sin intención de seguir hablando con Laura. Al instante, avanzó hacia el interior del edificio.Laura
—¿Qué cómo que «qué»? —replicó Carmen, poniéndose de pie de golpe—. Se enteró de que lo engañaste durante tres años, y el disgusto lo llevó directo al hospital. ¿Acaso no temes que busque venganza o te haga pagar por todo?—¿«Lo engañé»? —repitió Gabriela, y soltó una risa ahogada, sin humor.En el fondo, antes de ver el video de la charla entre Álvaro y Mattheo, ella seguía dispuesta a creer en el amor de Álvaro. Por muy cruel que él fuese o por mucho que soliera priorizar su propio beneficio, en su interior, Gabriela había guardado algo de fe. Pero la verdad le azotó con una bofetada monumental:«Álvaro lo sabía todo». Sabía de la isla, de Emiliano, de su compromiso… y lo había mantenido en secreto, representando una farsa de tres años para ocultarlo.—¿Y esa actitud? —exclamó Carmen, llena de ansiedad y rabia—. ¡Tu abuelo y yo estamos exhaustos, sin parar de interceder por ti! ¡Y Álvaro hasta cree que solo te defendemos a ti y no lo queremos a él!Gabriela pestañeó con leve temblor
Ante el silencio, Álvaro, mordiéndose la lengua con frustración, avanzó con decisión y la empujó contra la pared, sosteniéndola de los brazos. Sus ojos enrojecidos por lágrimas contenidas la escrutaban.—¡Contesta! —le exigió con un nudo de furia en la garganta.La mirada de Gabriela se posó en él, pero su mente se llenó de recuerdos de Emiliano, de esos instantes en la isla, libres de toda amenaza. El temblor en su voz resultó incontrolable cuando por fin habló:—¿Por qué? —murmuró, con lágrimas corriendo por sus mejillas—. Emiliano nunca tuvo intención de competir contigo. Su único anhelo era llevar una vida tranquila a mi lado en la isla…Estas palabras fueron como un golpe sordo para Álvaro.«¿Es que, tras descubrirlo todo, esto era lo primero que ella tenía para decir?» Ni súplicas ni excusas, sino defender ese pasado con Emiliano.—¡Qué descaro…! —susurró, con voz entrecortada, apretando sus dedos en torno al cuello de Gabriela—. ¿Me usaste como un sustituto, no es así?Aun no te