Cuando Alicia vio bajar a Álvaro, lo observó con evidente nerviosismo. Esperó a que colgara el teléfono y, con cautela, le preguntó:—Señor, ¿qué le gustaría cenar a usted y a la señora Saavedra?Su voz se volvió un poco más tenue cuando añadió:—La señora Saavedra apenas comió al mediodía. Debe tener hambre…Álvaro, recordando la actitud de Gabriela de querer alejarlo y entregarlo a otra mujer, sintió una oleada de rabia que lo quemaba por dentro.—¡Que se muera de hambre, me da igual! —soltó en un tono gélido.Alicia palideció y se quedó completamente inquieta.Al ver su reacción, la frustración de Álvaro creció aún más.—Hazle algo que le guste, lo que sea. ¿Crees que si digo que la deje morir de hambre, de verdad lo haría? —bufó.—¡Sí, claro, lo entiendo! —asintió Alicia rápidamente, y se apresuró a ir a la cocina.Álvaro seguía sintiéndose consumido por una rabia latente, esa clase de enojo que no podía simplemente ignorar.Así que decidió ir a la cocina también, en busca de un va
—Es la primera vez que intercedes por alguien frente a mí —comentó Álvaro.El rostro de Laura cambió ligeramente, pero su corazón se tensó de golpe.La agudeza de Álvaro era aterradora...—Señor Saavedra, no es que esté abogando por los Zambrano; solo deseo evitar que se enemiste con la gente de Leeds —respondió Laura con calma.—Entonces veamos qué pueden hacer ellos —dijo Álvaro con una determinación inquebrantable.No era que no hubiera advertido a Cristóbal.¡Pero simplemente no aprendía la lección!Al ver su actitud, Laura asintió con la cabeza.—Entendido.—Organiza también una ruta privada a Los Ángeles —dijo Álvaro, cambiando abruptamente de tema.—¿Señor Saavedra, planea llevar a la señora fuera del país para evitar problemas? —preguntó Laura tras una breve pausa—. Tal vez sería mejor enviar a alguien de confianza para que la acompañe. Como le mencioné antes, es fundamental que usted permanezca aquí para manejar la situación…—Sé perfectamente lo que estoy haciendo —interrumpi
En su mente, volvió a la imagen de aquella tarde en la sala de descanso de la oficina.Gabriela, recién despertada, acurrucándose en sus brazos, intentando complacerlo, explicándole con dulzura, adormeciendo su furia.¿Y ahora?Ni siquiera se molestaba en fingir. Ni un gesto. Ni una palabra para apaciguar su ira.—Alicia, ya puedes retirarte —dijo Álvaro, su mirada fija en Gabriela, el enojo ardiendo en sus ojos, como si quisiera reducirlo todo a cenizas.Alicia titubeó por un instante.Temía la furia de Álvaro, pero la preocupación por Gabriela era mayor.Echó una última mirada hacia ella antes de marcharse con resignación.Gabriela, sin embargo, no reaccionó.Terminó de comer con la misma calma, llevó los platos a la cocina, los lavó y, como si nada, se dispuso a volver a su habitación.Fue entonces cuando Álvaro habló:—¿Qué pasa? ¿Ahora ni siquiera te molestas en fingir para contentarme?Gabriela se detuvo en seco.Sus ojos, que antes solían brillar con una eterna calidez, ahora er
Incluso Álvaro se dio cuenta en ese momento:Estaba completamente loco.Gabriela lo había humillado, lo había hecho pedazos. Su rabia era tan intensa que lo consumía, y su corazón estaba roto en mil pedazos. Sin embargo, ni por un instante pensó en dejarla ir.Si estaban destinados a odiarse mutuamente el resto de sus vidas, al menos lo harían juntos.Amor o odio, daba igual.¡Porque él quería a Gabriela! ¡Y solo a ella!Álvaro salió sin mirar atrás, cerrando la puerta con un estruendo que resonó en toda la casa.La voz mecánica del sistema de seguridad rompió el silencio:«Sistema activado: la casa está completamente asegurada.»No habría forma de contactar con el exterior.Ni de escapar.Gabriela no volvió al dormitorio principal.En su lugar, se dirigió a una habitación de huéspedes.Allí no quedaba rastro del aroma de Álvaro, y con eso, la opresión que sentía en el pecho disminuyó un poco.Se dejó caer sobre la cama, mirando fijamente el techo mientras apoyaba las manos sobre su ab
Pero entonces, en algún momento, una alarma silenciosa se activó en su interior.Era como si algo en él no pudiera permitirse seguir cayendo tan profundamente.Se obligó a sí mismo a salir de ese estado.A la mañana siguiente, recibió una foto de Gabriela reunida con uno de los hombres de confianza de su tío Mattheo, tomada antes del secuestro.Y fue entonces cuando Álvaro encontró la excusa perfecta para empezar a enfriar su relación con Gabriela, una relación que comenzaba a desbordar los límites que él mismo había establecido.Ni siquiera se molestó en escuchar a Gabriela.Sabía, como lo sabía Kian, que Gabriela no soportaba ni verle un rasguño sin preocuparse profundamente.Álvaro lo sabía mejor que nadie: Gabriela jamás habría conspirado con alguien que quería verlo muerto.Había visto con sus propios ojos cómo Gabriela estaba dispuesta a arriesgar todo por él, sin pensarlo dos veces.Y sin embargo, eligió ignorarlo todo.Se escudó en la sospecha como una excusa para reprimir cual
Cintia se encogió como un polluelo asustado.—Hazla reír, asegúrate de que coma bien sus tres comidas diarias —continuó Álvaro, ignorando la reacción de su hermana—. La casita que querías, te la voy a poner a tu nombre.Por un momento, Cintia pareció emocionada, pero el entusiasmo se desvaneció rápidamente.Justo cuando estaba a punto de entrar, asomó la cabeza por la ventana del auto y lanzó una última pregunta:—¿Es solo que la tienes encerrada o…? No le has puesto una mano encima, ¿verdad?Álvaro puso los ojos en blanco, completamente exasperado.Sin esperar respuesta, Cintia salió disparada en su silla de ruedas, alejándose lo más rápido posible.Álvaro se frotó las sienes, sintiendo la presión acumulada.Sus abuelos, su hermana… parecía que todos en su familia asumían automáticamente que él era capaz de hacerle daño a Gabriela.Gabriela, medio dormida, escuchó el sonido del sistema de seguridad.De inmediato se despertó, pensando que las alarmas habían sido desactivadas.Se puso l
Álvaro levantó la vista de la pila de documentos frente a él y miró fijamente a Leandro.—¿Desde cuándo te importa tanto Gabriela?Leandro percibió una pizca de celos y hostilidad en la mirada de Álvaro. De inmediato levantó las manos en señal de rendición.—Amigo, tranquilo. Desde siempre te lo he dicho: después de ver cómo arriesgó la vida para salvarte, no puedo evitar sentir una admiración genuina por ella.Leandro hizo una pausa antes de continuar:—Honestamente, no quiero verla terminar de forma trágica.Sabía de sobra cómo era Álvaro cuando se trataba de ajustar cuentas.También sabía lo que Noelia significaba para él.Leandro temía de verdad que Álvaro pudiera, en un acto de venganza, quitarle el útero a Gabriela para "equilibrar" las cosas con Noelia.—No haré algo así —respondió Álvaro, apartando la mirada de Leandro.Otro más que pensaba que él sería capaz de torturar y destruir a Gabriela después de tres años de matrimonio.—Entonces todo bien. También diría que ya cerramos
Tres años después de su matrimonio, Gabriela García se encontraba en la sala de obstetricia del hospital cuando, inesperadamente, vio a Álvaro Saavedra, su esposo, a quien no había visto en tres meses. Él no estaba solo. A su lado, iba su amante.La mujer, delicada y encantadora, tenía un rostro que podría haber sido el reflejo distorsionado de Gabriela, como si alguien hubiese mezclado sus rasgos en un 50 o 60 por ciento. Era Noelia García, la impostora que durante dieciséis años había vivido la vida de Gabriela.Medio año antes, Gabriela había comenzado a sospechar que Álvaro tenía a otra mujer, pero jamás habría imaginado que esa mujer sería Noelia. Aunque, en el fondo, tal vez no era tan sorprendente. Después de todo, en los círculos de la alta sociedad, todos sabían que el amor de Álvaro siempre había sido su amiga de la infancia: Noelia. Y ella, Gabriela, había sido el ángel caído que irrumpió para destruir aquella pareja perfecta.El corazón de Gabriela, que había soportado tant