3. Tempestad

Cuando llegó al semáforo en rojo y se miró las marcas que las esposas le han dejado en las muñecas solo pudo pasar saliva, pero pronto se encontró envuelta en su llanto. Se puede definir ese día como uno sin duda horrible, donde no solo se le fue negado el empleo de sus sueños, también terminó arrestada por hacer una buena obra, un acto que no solo la dejó como delincuente a los ojos del personal de esa casa, también causó miedo en las pobres niñas Upton de las que no se pudo despedir.

Estaba de alguna manera cansada y ya tenía hambre, el reloj marcaba después de las doce, claramente no tuvo un buen desayuno por lo nerviosa que se encontraba y le daba algo de vergüenza saber que, así como salió de casa con las manos vacías, va a regresar, claro que con una experiencia que comprende que si la cuenta, sobre todo a su padre, va a arruinar el día de todos.

Intentó controlarse para cuando llegó a su casa. Se limpió el rostro viéndose al espejo retrovisor de su coche, buscó en el bolso que había preparado un poco de polvo compacto para camuflar la inflamación de sus ojos o la rojez de sus mejillas, pero al final solo negó guardando todo antes de bajar ante su casa. Ese dúplex que entre tantos mantenimientos ha ido perdiendo la estructura inicial que tenía.

Vivía con su abuela, su padre y su hermano menor quien tenía una condición respiratoria para la que requería medicina, un nebulizador e inhaladores que constantemente se agotaban, pero sino los tenía a mano las cosas se podían tornar complicadas. Su madre murió de un paro cardíaco cuando ella apenas tenía dieciséis años, nunca se supo que pasó, pero su cuerpo sin vida se encontró junto a una comida que nunca se terminó de preparar.

El golpe fue duro, pero la fortaleza que presentó su padre para hacerse cargo de ambos fue inspiración para que ella también hiciera bien las cosas, comprendiendo que la educación era su mejor arma para salir de la pobreza y por supuesto con ella su familia, pero entre el deseo y la realidad estaba una situación complicada que suele beneficiar a los que tienen conexiones o incluso mejores ingresos que los de ellos.

Su padre trabajaba como guarda de seguridad en una importante empresa, tenía turnos de hasta dos días continuos y uno de descanso donde se encargaba de ayudar a su abuela a la que ya se le notaban los años de vida, aunque apenas estaba pasando de los sesenta, casi en los setenta. Las cosas no han sido fáciles para la familia Gray, mucho menos luego de la partida del abuelo que fue apenas dos años atrás.

Perdieron el negocio que él tenía, una pequeña tienda de respuestas automotrices, y poco se pudo salvar de sus bienes por las grandes deudas entre préstamos y negocios fallidos que el hombre había hecho. Susannah pensaba que la vida estaba siendo demasiado dura con su familia, pero su abuela solía decirle que no era más que una tempestad, que pronto saldrían todos airosos de la misma y que la recompensa a toda esa lucha sería con creces. Deseaba con el alma que ese momento llegará cuanto antes.

—Buenas—se anunció cuando pasó al interior de la casa.

El olor de la comida de su abuela la hizo suspirar de manera suave, sintiéndose más tranquila en la calidez de ese espacio, pero eso no duró mucho cuando miradas emocionadas, la de su abuela y hermano menor, se encontraron con ella.

—No pasó—susurró despacito, avanzando hacia ambos—no tengo la experiencia que ellos piden, pero se han quedado con mi currículo en caso de necesitarme en el siguiente año.

Le dio un beso en la castaña caballera a Lorenzo y luego se dejó estrechar entre los brazos de Florencia, su abuela quien le dio un par de besos en la mejilla.

—Eso es bueno—susurró la anciana, acunándole el rostro un poco pálido—la vida irá poniendo las piezas donde debe y cuando nos demos cuenta un mejor empleo tocará tus puertas.

—Ojalá llegue pronto, porque esto de no estar haciendo nada como que complica un poco los ánimos—indicó suave, buscando el comedor—¿y papá? Hoy era su día libre, ¿no ha venido?

—Lo hizo—Lorenzo respondió—pero salió porque necesitaba unas cosas para reparar tu baño y también dijo que iría al mercado, que el verdulero le dijo que tenía unas cosas que le puede regalar antes de que se dañen.

Susannah pasó saliva y solo asintió. Le daba pena la idea de pensar que estaban sobreviviendo con sobras de mercados o supermercados, con todo aquello que se ponía en rebaja por lo cerca que estaba de vencerse, pero poco espacio había para pedir más, por lo que solo se dirigió hacia su habitación en el segundo piso donde se cambió a ropa de casa.

Pese a los limitantes la familia se ha sabido acomodar en esa casa que estaba destinada para dos, pero como el abuelo la compró con la idea de que su único hijo, Raymond el padre de Susannah se mudará con ellos, lograron conseguir una casa propia luego del nacimiento de la chica, ahora convertida en un solo espacio para todos, cada uno tenía su habitación, su baño y en el segundo piso incluso había otro lugar que solían rentar a un módico precio.

Se dejó caer en su cama cuando se dio cuenta que si bien ya era después de mediodía el hambre como que se le ha ido. La mañana no solo fue horrible, algo en ella no dejaba de pensar en la mano fuerte que la tomó antes de subirse al automóvil, ni mucho menos en lo bien que ese hombre de intensos ojos azules olía.

En la escuela se hablaba poco de los padres de los chicos, todos niños herederos de grandes fortunas, porque después de todo la Academia Oxford era sin duda de las más lujosas del país y reconocida también. Los Upton eran una de la familia que, si se mencionaba, quizás porque el padre de las gemelas, que llamaban la atención a donde iban por su encantadora belleza, no era demasiado involucrado en las reuniones o cosas escolares, pero daba sumas abismales para el lugar, sin dudar o pensar siquiera en el uso de las mismas.

Muchas otras profesoras lo tildaban como un dios griego con corazón nórdico. Helado, distante, intimidante de formas que podrían hacer temblar a muchos, aunque según ellas lo único que les temblaba cuando pensaban en él eran las piernas porque se querían abrir para ofrecerse a descongelar un poco su gélido ser.

Nunca pensó que conocerlo sería de esa forma, lo invitó a las cuatro reuniones donde ella fue la encargada, pero no llegó, y claro que este encuentro lo que menos ha tenido es de amable o incluso sensual, porque fue todo demasiado caótico y violento.

—Pasen—indicó cuando tocaron la puerta.

—Hola, hola.

La voz de su padre la puso de pie de manera inmediata. Sin dudarlo se movió hacia donde él a quien abrazó a su cuerpo, pero pronto se quedó unos minutos más sintiendo el nacimiento de nuevas lágrimas.

—Ya hija, ya—pidió Raymond con suavidad—sino era ahí, sucederá en otro lado, eso ni lo dudes—continúo amable, acariciándole el cabello—se bien que te gustó el lugar y los niños, pero ya verás que llegará la oportunidad, mira…—la separó de su pecho para verla a los ojos—hemos salido de muchas, muchísimas—ella asintió—y esta no será la excepción ¿sí?

—Si papá, está bien, es solo que…—limpió su rostro con delicadeza—pensé que si pasaría—no le iba a contar a nadie lo sucedido con los Upton—pero si no se dio es porque no tenía que pasar—sonrió como pudo—¿Cómo estás? ¿Necesitas ayuda con las cosas?

Fue con su padre al primer piso e intentó mantener de su mente alejada la idea de lo que ha sucedido. No iba a darle el poder a ese hombre, por muy poderoso que el fuera, de arruinarle más un día que no era suyo, sino de ella, aun cuando no ha logrado su objetivo.

En la lujosa mansión el caballero daba una vuelta por su oficina buscando la manera correcta de ordenar sus ideas. No sabe bien que demonios hay en sus manos, pero siente que sigue oliendo el dulce perfume de la mujer esa por lo que de nuevo se movió hacia el escritorio sacando el alcohol de uno de los cajones para untarse un poco más.

Con él se encuentra su asistente y amigo, quizás de los pocos que tiene, quien toma nota de lo que ha pedido.

—No la quiero demasiado mayor como para que no pueda hacer las cosas, pero tampoco muy joven como para que no pueda corregir a las niñas. Entre unos treinta a cuarenta años aproximadamente—indicó, describía a su niñera perfecta—hablante de al menos cinco idiomas, que sepa de pedagogía básica, porque, aunque estén de vacaciones las chica se deben preparar para el sexto grado y disponibilidad de tiempo, soltera…

—¿Con esa edad?—se volteó hacia donde su asistente—digo es algo que será un poco complicado encontrar a alguien en esa edad que este soltera.

—Pero deben existir, por eso no debe ser cualquiera Charlie, no permitiré que cualquier mujer se relacione con mis hijas, aun cuando sea un acto de cordialidad como ese que hizo la profesora de ellas.

—¿La que las trajo a casa porque las vio solas y con frío?

—¡No esperaron tanto!

Negó arrugando el ceño cuando su asistente lo vio con la ceja arqueada. Claro que si esperaron, mucho más de lo que hubiera deseado y es que sí dio la orden demasiado tarde porque olvidó el nuevo horario de ese día, de igual manera no había razones para que esa extraña hiciera lo que hizo.

—No había una sola razón para que las moviera de ese lugar, en todo caso si quería ayudar pudo haber llamado al director o llevarlas al interior de la academia, pero no—fue firme—las subió a su antiguo vehículo y las trajo hasta aquí, o sea no solo se robó a mis hijas, también conoció mi casa, su ubicación y pasó como si nada al interior.

Tomó de nuevo el alcohol, ya no estaba seguro si era en las manos o nariz que tenía ese olor, pero necesitaba sacárselo de encima.

—Vamos a almorzar con las niñas, hablaré con ellas de la nueva niñera, mientras ve buscando perfiles que encajen con esto. No quiero a cualquiera con mis hijas, sino una mujer buena, noble que les enseñe académicamente, pero también de la…—pasó saliva—de la vida, que sea lo que sé bien en este momento no estoy siendo y quizás en el proceso me enseñe a mí.

—¿Ser un padre?

—Si, si Charlie, como ser un buen padre para ambas.

Quizás Darcy tuvo que haber salido antes de su oficina porque sin duda hubiera visto a las dos traviesas chiquillas que salieron corriendo cuando escucharon la voz grave de su padre. Las rubias se metieron a su amplia habitación y se vieron con malicia buscando entre las cosas escolares que ya no usarían un número, el de su maestra sustituta, la bonita y buena señorita Gray, quien sin duda podría ser una grandiosa niñera.

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