Inicio / Romántica / ¡No seré tu sumisa! / Que comience el juego
Que comience el juego

La puntualidad es una virtud que me ha abierto puertas, más cuando voy a conocer al hombre que ha sido muy crush por años, un hombre que sin saberlo es el dueño de mis noches húmedas, y sí, lo reconozco, muchas veces me toco mientras veo una foto de él que tengo en la encimera. Porque aunque me cueste reconocerlo estoy obsesionada con Fernando Laureti desde que lo vi en un congreso donde estuvieron los tres juntos, y aunque su padre es hermoso, es un hombre casado, y aunque Andrea es idéntico a él, nunca me llamó la atención por el simple hecho que es un total amargado y arrogante, pero él, mi vista siempre fue dirigida hacia él, Fernando Laureti, no sé si fue la razón de que a menudo lleva una sonrisa baja bragas en su rostro, o también el simple hecho de que sus facciones más relajadas me enloquecen, a decir verdad, todo de él me enloquece, y no dejo de soñar con algún día meterme en su cama, en su vida, en su cuerpo y en todo lo de él, porque no solo quiero ser un juguete más.

Respiro profundo al recordarlo, y termino por levantarme de la cama para tomar una ducha, no sin antes besar la enorme fotografía que tengo de él en la pared; la robé de una revista y la mandé a ampliar; sí, estoy loca, tal vez, pero él es mi sueño hecho realidad, y cuando me avisaron que vendría a la empresa a trabajar conmigo, relativamente mi mundo tembló.

Me meto en la ducha, y pongo las rosas aromáticas que uso todos los días para ducharme, pero está vez me pongo un poco más de la cuenta. Lavo mi cabello con un champú de una muy buena marca y luego me aplico un poco de crema.

Salgo envuelta en una toalla, para vestirme. Hoy necesito estar radiante, así que aplico un poco de cremas con olor a rosa, al igual que un poco de perfume. Me pongo mi mejor atuendo, altos tacones y luego me miro en el espejo para secar mi cabello con la secadora. Me siento satisfecha con lo que veo, no soy una mujer fea, nunca lo he sentido, mis ojos son de un color gris brillante, mi piel es blanca, aunque es un poco pálida para mi gusto, estoy bien con ella, además, tengo muy buenas curvas, y sobre todo unos senos exquisitos, y por esa razón llevo la camisa que tengo puesta, es una camisa de botones que deja ver un poco de ellos, pero no tanto como parecer vulgar.

—Vamos Samantha, que tú puedes —me digo a mí misma mientras me doy el último vistazo en el espejo.

Salgo de mi habitación y voy directo a la cocina para prepararme un poco de cereal con leche. Mientras desayuno no puedo dejar de pensar como se verá Fernando Laureti de cerca, cuál será su olor, cómo serán sus gestos, su sonrisa y todo lo de él.

Mi corazón se contrae de solo imaginarme esto, porque es algo por lo cual he soñado desde siempre, y ahora que lo veo tan cerca me palpita el corazón y también me palpita otra cosa.

«Qué pecadora soy»

Sonrió mientras llevo una cucharada de leche a mi boca. Cierro los ojos imaginando que son sus labios y luego los abro con una sonrisa loca en ellos.

«Debes de controlarte, causar una buena impresión»

Limpio mi boca con una servilleta, y luego voy al baño a lavar mis dientes para salir del departamento.

Vivo en un barrio muy hermoso en Montmartre desde que salí de la universidad. Mis calificaciones en la mejor universidad de Francia me abrieron las puertas para trabajar en la mejor empresa de París, la empresa de Demetrio Laureti y del gran amor de mi vida. Gracias a mi esfuerzo y mi gran trabajo he logrado escalar, además por mi disciplina y mi carácter, porque reconozco que no soy una mujer sumisa y amable, todo lo contrario a eso soy una mujer imponente y rebelde, y por esa razón creo que jamás me adoptaron en el orfanato dónde crecí.

Rio para mis adentros al cerrar la puerta de mi piso, para luego bajar por el ascensor y llegar a la cochera. No me quejo de la vida que llevo, a pesar de que no conozco a mis padres, son una mujer feliz, con una carrera de por medio, con una inteligencia sobrenatural y con una belleza única; esas últimas palabras dicha por la madre superiora.

Me subo en el auto y miro el reloj, aún faltan unos cuantos minutos para la reunión que convoqué para dar paso a mi nuevo jefe. Reconozco que me pone sumamente nerviosa tener que trabajar con él, pero le quiero demostrar que soy una mujer inteligente, capaz y responsable, por algo su padre me ha dejado a cargo de la empresa los últimos años.

Enciendo el auto y mientras pongo la radio para oír la música que pasan en ese momento, conduzco hasta el enorme edificio que está en el centro de la ciudad. Es un edificio de cuarenta pisos, ¿Enorme no? Aunque creo que él que tienen en Estados Unidos llega a un poco más de cien. Me parece increíble la escala que han dado las empresas Laureti. Suspiro al imaginarlos, y no es que me impresione su dinero, aunque sí un poco, pero es algo más allá, es el hecho de su inteligencia, su dedicación y sobre todo su belleza, es qué ¡rayos!, todos son dios griego, con diferencia que Fernando posee ese rostro que invita a pecar a cualquiera.

Estaciono mi auto y le entrego las llaves al cuidador del lugar para entrar en el edificio. Apenas entró Cleo, mi secretaria me tiende una carpeta.

—Están todos listos en la sala de juntas, voy a subir los cafés en este preciso momento —me explica con rapidez y puedo notar el nerviosismo en su rostro. Y no es que yo no lo tenga, me estoy muriendo por dentro, pero no puedo darlo a demostrar.

—¿Él ha llegado? —pregunto entrando al ascensor.

—No —frunzo el ceño con molestia. Ya debería estar aquí, se supone que debe ser puntual, es un líder, una persona con liderazgo tiene que dar el ejemplo.

Sin tomarle importancia miro los papeles en mis manos, mientras siento el perfume de hombre llenar mis fosas nasales; se trata de Gerald Dubois, es un tipo desagradable, es el supervisor de empleados de la empresa, un hombre que me odia por el simple hecho de haberle según él quitado el puesto de gerente, cuando yo soy una recién llegada y un poco más de cosas que vive diciéndome cada vez que le da la gana.

—¿Estás nerviosa? Seguramente con la llegada del heredero Laureti tus días en esta empresa serán contados tic, toc, tic, toc —ruedo los ojos al escucharlo sin importancia.

Salgo del ascensor, apenas las puertas se abren y entro a la sala de juntas. Hoy soy la encargada de llevar a cabo la presentación de todo el trabajo que manejamos en la empresa, los avances, los negocios cerrados, y contratación de personal y todo lo relacionado.

Comienzo a explicarle a los encargados de distintos departamentos todo, cuando un olor exquisito inunda mis fosas nasales. Subo la mirada sintiendo como mi mundo tiembla al verlo, y es que por dios. Él entra como perro por su casa sin ni siquiera dar los buenos días, se sienta en la silla presidencial y mira unos documentos como si nada importara más en el mundo.

Mis mejillas se calientan, al mismo momento que mis bragas se humedecen al verlo ahí sentado.

Con las piernas como gelatina camino con seguridad hasta él, me paro enfrente de él, sintiendo las palpitaciones de mi corazón acelerarse y simulo que no lo conozco, (no quiero llenar más su ego).

—¿Usted es personal nuevo de la empresa? —pregunto tragando doble.

Los ojos azules de Fernando me miran con extrañeza y yo puedo jurar que en estos momentos no puedo respirar de ver la belleza del mar en ellos.

—Sí, ¿algún problema? —pregunta mostrando los dientes. Qué bella sonrisa.

«Concéntrate Samantha no puedes ser tan fácil»

—No voy a tolerar que llegue tarde a su primer día de trabajo, ¿me oye? —me acerco a él un poco para que pueda olerme, y también para que pueda ver mis senos, aunque confieso que me estoy muriendo en estos momentos.

—No tengo por qué darte explicaciones —se ríe a carcajadas y yo me estoy arrepintiendo de este juego, ¿Y si me despide? No, no creo. Trago grueso y tomo valor.

—¿Acaso usted cree que yo soy una payasa para que se ría en mi cara? —subo una ceja en su dirección.

—No, es solo que me parece tan chistoso que una mujer tan hermosa sea tan amargada —aprieto mis piernas por sus palabras, y respiro profundo para no desmayarme.

—Miré, señor, no le permito que me falte el respeto, está usted suspendido de sus labores, soy la gerente de esta empresa y no voy a permitir —digo con seguridad.

—¿Usted qué es? —pregunta de nuevo, y aunque no parece molesto, lo noto algo irritado.

—Mucho gusto, mi nombre es Fernando Laureti y soy el dueño de esta empresa —dice tendiendo su mano.

La miro nerviosa, queriendo decirle que sé perfectamente quién es él, y que desde este momento, comienza un juego, y la pregunta es: ¿Quién ganará?

Capítulos gratis disponibles en la App >

Capítulos relacionados

Último capítulo