Lobo feroz

Había enviado a la francesa, a qué buscará los archivos impresos de sus años de trabajo, porque me pareció una gran falta de respeto su atrevimiento, aunque confieso que me molestó más el hecho de que no me conoce, ¿quién no me conoce? O sea, tampoco es que soy el presidente de los Estados Unidos, pero mi apellido es reconocido en muchos países, y ella como gerente de la empresa que voy a heredar, y como empleada de mi familia debería de conocer a sus jefes, ¿o no?

Entro a la oficina y miro todo a mi alrededor. Esta oficina ha estado cerrada, y solo se abre cuando venía Fernanda o mi padre a hacer inspección, pero después de que contrataron a Samantha, no lo han hecho seguido.

—Puedes mandar a cambiar estos muebles, por favor, algo más elegante, y puedes unos cuadros en esta pared, —comienzo a darle indicaciones a mi secretario, ya que el decorado de mi nueva oficina no es lo habitual en mí.

Todo es de un color marrón triste, y yo adoro el color negro, combinado con carmesí, siento que la lujuria y el deseo va de la mano con la maldad, por esa razón esos colores van perfecto.

Mi secretario comienza a anotar todas mis órdenes, y mientras yo bajo a saludar a todo el personal de la empresa, él se pone en lo suyo.

Miro la hora en mi reloj al darme cuenta de la hora, y sonrío para ir a buscar a mi querida gerente, ya que seguro tienen los archivos listos, aunque no pienso revisarlos, me gustaría volver a verla. Me parece una mujer atractiva, además de que su carácter dominante, me gusta un poco. Y con eso también la curiosidad que me da darme cuenta de que le soy indiferente.

—¿Ya tienes lo que te pedí? —pregunto entrando a la oficina.

Me quedo estático viendo a la mujer enfrente de mi agachada, totalmente con sus nalgas hacia mí, y no es que se le vea nada, sino, que enseguida mi mente cochina viajó a una escena con ella de esta manera, solo que sin ella tener nada de ropa.

¿La número 12?

Sonrío acomodando mi corbata por mis pensamientos demoníacos, y es que, ¿cómo no tenerlos? Esta mujer es bellísima, aunque no creo que sirva para ser la número 12, ya que es totalmente malhumorada, y para nada sumisa.

¡Rayos, que lastima!

—Aquí tiene Fernando —intenta tenderme la carpeta, pero no la tomo.

Camino por delante de ella, en el mismo momento que veo a la secretaria salir.

¡Estamos solo francesa!

Y no es que me guste acosar mujeres, es el hecho que me encanta verla enojada, es algo que me prende, y no sé el porqué.

Miro su oficina, sintiendo como mis ojos se encandilan por tanto rosa, ¿De verdad? Esto es horrible, los colores claros nunca han sido lo mío, y menos en un lugar de trabajo por dios, ¿acaso es una niña de quince años?

—Ya que dejó las carpetas que busqué por horas en mis manos, y que además, entra a mi oficina, sin tocar la puerta, le voy a dejar un par de cosas claras —me volteo metiendo mis manos en el bolsillo de mi pantalón.

Su rostro está rojo de la molestia, y no es para menos, seguramente a la pobre le costó mucho encontrar y juntar esos archivos.

—Me gustaría que me llamaras jefe, sugiero que suena mejor, ¿no crees? —pregunto subiendo una ceja.

Por alguna razón, la manzana de Adán que adorna mi cuello sube y baja al mirar sus ojos grises, algo en mí se prende, y sé lo que es.

Ella protesta, diciendo que mi padre y ella tienen confianza y un poco más de cosas que no escucho porque estoy imaginando lo delicioso que se vería su boca entre mis piernas. Sus labios rosas, y gruesos ahí devorando mi pene.

Me acerco a ella con rapidez, como si tuviera la mayor confianza y le digo suavemente, así de suave como quisiera devorarla:

—Aunque me parezco mucho a mi padre, señorita Samantha, créeme que no soy él, así que de ahora en adelante, me dirás, jefe.

Puedo sentir su olor, es una combinación deliciosa que no logro descifrar, imagino la mezcla en ellos, y por primera vez en mi vida, deseo besar los pliegues de una mujer.

Ella se aparta de mí, y camina a su cafetera. Puedo verla servir su café con total calma, aunque por alguna extraña razón siento que está nerviosa, ¿le gusto? ¿Sería capaz ella de ser mi sumisa? Uy, cómo me encantaría proponerlo, pero no es el momento aún.

—Jefe —dice con una mueca, pero no le presto atención, mientras ella pronuncia las palabras, yo estoy pensando en cómo se le vería la palabra, "amo" en sus labios.

Carraspeo tratando de controlar mis pensamientos impuros, porque se supone que mi padre me envió hasta aquí para alejarme de mis sumisas, sin saber que aquí encontré la candidata perfecta para ser la número 12, pero todo eso se borra de mi mente cuando la escucho decirme que salga de su oficina.

Sonrío por sus palabras, porque eso en vez de molestarme me agrada, me agrada por el simple hecho de que ella, sería una deliciosa sumisa rebelde.

Me giro con tranquilidad después de aspirar el olor del lugar, para meterme en mis labores y no estar perdiendo el tiempo viendo los enormes senos de mi gerente, pero antes de irme le digo lo infantil que es su oficina (me agrada molestarla).

—¿Está lista mi oficina? —le preguntó a mi secretario.

—Sí señor Fernando, quedó en perfectas condiciones —me explica.

Termino de entrar, y miro todo como me gusta, negro, carmesí, cuadros, olor a incienso, perfección y un lugar gratificante para trabajar.

Sin perder mucho tiempo, me siento en mi escritorio, a revisar digitalmente el trabajo de mi gerente.

—Señor, es muy tarde, ¿puedo irme? —pregunta mi secretario.

Miro la hora en mi reloj, y me doy cuenta de lo tarde que es; un cuarto para las siete.

—Sí, sí, claro, puedes irte siempre a tu hora habitual —le explico cerrando la laptop.

Él asiente y sale del lugar, y yo me quedo observando en lo increíble que es la vida: la gerente es una mujer criada en un orfanato, una mujer que fue criada con monjas, y no es que esto sea algo del otro mundo, sino que ella desprende sexualidad, sexo, deseo, y hasta puedo jurar que no es virgen, ¿Y si lo es? La mayoría de esas mujeres no tienen sexo, o son lesbianas, ¿Será que a ella le gustan las mujeres? Niego con la cabeza, y me dispongo a tomar mis cosas. Primera vez en mi vida que me quedo tan tarde en la oficina, y más para revisar los datos de una persona desconocida, pero es así, si quiero una sumisa, debo de saber todo de ella, que le gusta, que no, de dónde viene, su familia, y todo lo que la rodea.

No obstante, recojo mi móvil para salir, cuando un olor llena mis fosas nasales, y puedo jurar que es ella, ¿No se ha ido? Camino hasta la salida, y la puedo ver cerca de mi oficina. Una sonrisa burlesca se dibuja en mis labios, porque mi arrogancia sube. La veo pararse nerviosa en el ascensor, y yo no puedo evitar sentir las ganas de pegarla del mismo, abrir sus piernas y tocar su coño. Y bien que me hace falta un sexo.

Me pego a ella llenando mis fosas nasales de su olor y puedo sentir nerviosismo en su cuerpo.

«Creo que en mi otra vida fui un lobo feroz»

Y digo esto por la sencilla razón de que puedo deducir el deseo de una mujer, la lujuria en su cuerpo,

—¿Estás nerviosa? —le pregunto sintiendo como ella se tensa.

Puedo jurar que lo está, y eso activa mi parte depredadora, esa que sabe que ella quiere algo de mí, y que yo estoy dispuesto a dárselo, pero no la quiero una noche, quiero que sea mía, que sea mi sumisa, ¿Se negará? No lo sé, pero tengo que intentarlo, tengo que intentar que ella me entregue su cuerpo, y sus más cochinos deseos, unos deseos que yo estoy dispuesto a cumplir al pie de la letra.

Entramos al ascensor, y yo puedo imaginarme cómo sería pegarla de la fría pared, mi mente vaga en pensamientos impuros, que son cortados por un mensaje de texto: es un mensaje de Demetrio, me dice que debo usar los guardaespaldas, y que mandó dos de confianza para mí, que no salga sin ellos. Sonrío porque aunque puedo cuidarme solo, ya que tengo un arma para hacerlo, mi padre no dejará de proteger a sus hijos, y lo entiendo, creo que en el fondo, si alguien toca a mi familia, sería capaz de matarlo con mis propias manos.

Guardo mi móvil y subo la mirada para verla, el sudor está corriendo por su frente, y llega hasta sus senos dejándolos empapados. Mi miembro salta como loco en mi pantalón, y yo lo tapo con mis manos

«Cálmate hombre» le digo mentalmente.

Ella me mira con desconcierto, me pregunta el porqué estoy extraño, yo le señalo sus senos húmedos, y puedo ver su rostro tornase rojo de la vergüenza.

—Ten, límpiate —me apresuro a decirle mientras le entrego mi pañuelo.

La veo limpiarse con cuidado en el momento que se abre el ascensor. Salgo con rapidez para irme, porque quiero que no note mi erección, aunque mientras camino me doy cuenta de la hora que es. Ella está sola, algo puede ocurrirle, y no sé por qué eso me preocupa, pero lo hace.

Me devuelvo para decirle que puedo acompañarla, pero cuando la tomo solo puedo pedirle el pañuelo, ¿Nervioso? Desde cuándo Fernando Laureti está nervioso, joder.

Ella me lo tiende, pero puedo ver lo sucio que está, así que le digo que lo lave y me lo guarde. Es un pañuelo importante para mí porque me lo regaló Andrea el día de mi cumpleaños número veinte, y suelo apreciar las cosas, aunque reconozco que fue algo miserable de su parte.

Subo a mi auto, y mientras la veo conducir, yo comienzo a seguirla. No sé por qué estoy haciendo esto, no entiendo por qué me preocupa su bienestar, pero lo hace, y lo hace mucho, y es algo que jamás me había pasado antes, antes de ella.

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