No lo pensó mucho, no tenía tiempo para hacerlo, así que con paso decidido irrumpió en la comisaría con la mirada fija en su objetivo. No iba a permitir que el miedo lo paralizara, no cuando la seguridad de su familia estaba en juego. Su mente era un torbellino de ideas, pero una cosa era clara: debía proteger a Ashley y a Arnold de las amenazas de su madre.Al llegar al mostrador, se dirigió al oficial de guardia con voz firme. Le contó sobre las intimidaciones que había recibido de su propia madre, el terror que crecía en su interior cada vez que pensaba en el peligro que acechaba a su mujer e hijo.—¿Está seguro de lo que nos cuenta, señor?Para el oficial resultó un poco increíble su explicación. ¿De cuándo acá una madre amenazaba a sus hijos de semejante manera?—Completamente seguro—contestó Angelo, rotundo—. Me dijo que podía hacer desaparecer a Ashley si no me alejaba de ella—recordó las palabras de su madre, clavando la vista en el rostro impasible del oficial, quien anotaba
«Todo salió a la perfección», se decía la mujer, mientras cepillaba su cabello con parsimonia. La imagen que la recibió en el espejo, era una imagen que le agradaba, se veía radiante, rejuvenecida. De esa manera, continuó absorta en su peinado, pensando en su triunfo, ajena al caos que se avecinaba. De pronto, la puerta se abrió de golpe y una oficial de policía irrumpió en la escena, rompiendo la tranquila atmósfera.—¿Qué ocurre? ¿Qué hace usted en mi recámara?—atacó sin dudar, con una mezcla de sorpresa e indignación en su voz. Se levantó de su tocador con ímpetu, buscando respuestas ante la inesperada intrusión. —Las explicaciones las dará usted, señora Westler—respondió la oficial con firmeza, sin inmutarse por la actitud desafiante de la mujer. Su mirada penetrante transmitía una seguridad inquebrantable, la determinación de quien cumple con su deber.Un escalofrío recorrió la espalda de Débora, al detallar la seriedad de la situación. Aunque se negaba a aceptarlo, algo en su
Al llegar a la comisaría pasaron a la sala de interrogación. En ese lugar, la mujer se concentraba en fingir calma antes las preguntas del oficial. Sabía que debía concentrarse muy bien en lo que respondería, ya que cualquier fisura, cualquier detalle fuera de lugar, y su plan meticulosamente urdido, se desmoronaría.—¿Dónde se encontraba el día y la hora del asesinato?—inquirió el hombre con una mirada penetrante que parecía leer su alma.Débora respiró hondo y respondió con voz firme: —En la iglesia, presenciando la boda de mi hijo. El sacerdote puede corroborarlo.El oficial anotó la respuesta sin apartar la vista de ella. —¿Y en los días previos al incidente?La mujer hurgó en su memoria, buscando cada detalle que pudiera fortalecer su coartada. —Tareas cotidianas: compras, peluquería, acompañé a mi esposo al trabajo. Nada fuera de lo normal—dijo con estudiada naturalidad.A pesar de su aplomo, un torbellino de emociones la atormentaba por dentro. Ansiedad, miedo, y la certeza
Sabía que su madre no se quedaría tranquila tras la denuncia, así que aquello lo tenía en una constante tensión, haciéndolo sentir como un animal acorralado a punto de recibir el golpe final. Y aunque ahora se encontraba en un aparente estado de tranquilidad, la sombra de la amenaza lo perseguía como un fantasma. Cualquier ruido inesperado lo hacía erizarse, y el simple sonido del timbre de la puerta provocaba que su corazón latiera desbocado. «Necesito ver a un médico», se dijo al ser consciente de su paranoia. A pesar de su constante zozobra, se esforzaba por mantener una fachada de calma ante Ashley y su pequeño. No quería que la intranquilidad los invadiera ni quebrara la frágil paz que habían construido hasta el momento. Por eso, ocultaba sus temores tras una sonrisa forzada y una actitud serena. Sin embargo, cada vez que sus ojos recorrían la habitación, no podía evitar sentir que la venganza de su madre acechaba en cada esquina.«¿Qué estaría tramando?», era una pregunta insi
«Mamá, papá», pensaba Ashley con lágrimas en los ojos. Sus manos no dejaban de temblar, mientras trataba de marcar el número de Angelo. —Angelo…Su voz se quebró al pronunciar su nombre. El hombre, al otro lado de la línea, percibió de inmediato la angustia en su tono y se alarmó.—¿Ashley? ¿Qué pasa?—preguntó con su voz llena de preocupación.Con un nudo en la garganta, luchó por encontrar las palabras para expresar la terrible noticia. —Angelo—murmuró con voz entrecortada—, mis padres... han muerto—dijo y aquello se sintió como una puñalada que se clavó en su pecho. El corazón de Angelo se encogió al escucharla. —Oh, Dios, Ashley, lo siento tanto—respondió con sinceridad, sintiendo el dolor en cada palabra pronunciada por ella.—Me duele, me duele tanto—sollozó la mujer. Estaba en medio de la calle, pero no podía controlar el tumulto de sentimientos que estaba sintiendo. «Cielos, si tan solo se hubiese reconciliado con sus padres. Si tan solo los hubiese abrazado una última v
—No quiero ir. No tengo ánimos—murmuró Ashley esa mañana, al recordar las palabras del asistente de su padre. —Debes hacerlo—le dijo Angelo tratando de alentarla. —Lo sé—admitió, sabía que tenía que ir. Era inevitable—. Pero tengo miedo de lo que pueda encontrarme. —¿A qué te refieres?—No sé qué pueda decir ese testamento. Me aterra que… que sean palabras hirientes. —Ashley, te aseguro que no se trata de nada de eso. Eran tus padres y te amaban—trato de brindarle aliento. —Es que, la última vez, nos dijimos cosas tan feas. Yo… tengo miedo. —Tranquila. Angelo la abrazó y le dijo que la acompañaría. —Gracias. Con el corazón, aún cargado por el dolor de la reciente pérdida, se preparó a regañadientes para la lectura del testamento. Con paso vacilante, llegaron al lugar designado. Ashley sentía una mezcla de nerviosismo y ansiedad por lo que pudiera revelar ese documento. Hacía mucho tiempo que no hablaba con sus padres, y la última conversación había sido una tensa confrontaci
Angelo se encontraba solo en su habitación pensando en lo sucedido en ese día, al parecer Gustavo Jones era una buena persona o eso aparentaba, pero él sabía que no era así. Recordaba las palabras de su madre, lo que le había contado que le había hecho esa familia. Gustavo y su padre, habían violado a su madre cuando era una jovencita, cuando era niña."Mi madre trabajó toda su vida en la casa de esa familia. Yo era una niña de quince años cuando sucedió. El padre de Gustavo, el abuelo de Ashley, era un tipo malo y grotesco. Ese hombre... Él, junto con su hijo, abusaron de mí. ¡Era una niña, maldita sea! Pero él dijo que era la indicada para enseñarle a su hijo a ser un hombre. Y de esa forma me tomo de ejemplo, abuso de mí delante de su hijo y luego lo insisto a qué también lo hiciera. ¡Era un cerdo!"¿Pero cómo decirle eso a Ashley? ¿Cómo arruinar la imagen que tenía de su padre? No podía. Simplemente no podía.Ashley entró en la habitación y lo encontró sentado en el borde de la c
Mientras tanto, en Suiza, Enrique se enfrentaba a un desafío monumental: recuperar la movilidad de sus piernas. —Puedes hacerlo—lo alentaba Mónica día a día, su apoyo lo impulsa a dar lo mejor de sí mismo en cada sesión de terapia.Cada mañana, antes de que saliera el sol, se preparaba para enfrentar otro día de trabajo arduo. Mónica lo acompañaba fielmente, brindándole el amor y la paciencia que tanto necesitaba en esos momentos difíciles. Juntos, se dirigían al centro de rehabilitación, listos para enfrentar el desafío.La terapia de ese día comenzó con ejercicios de estiramiento y fortalecimiento muscular, diseñados para mejorar la fuerza y la flexibilidad en las piernas. Enrique se esforzaba al máximo, concentrándose en cada movimiento y empujándose más allá de sus límites con determinación.—Bien, ahora empezaremos con la estimulación eléctrica y luego la terapia de agua—indicó el terapeuta, luego de que se completarán los ejercicios de calentamiento. La estimulación eléctrica