La verdad era que antes de abrir la puerta no sabía que se iba a encontrar, pero aun así, espero cualquier cosa menos la imagen que tenía delante. Su corazón se oprimió de inmediato ante la imagen de aquel Enrique postrado en una cama de hospital. En sus ojos podía evidenciarse la sombra de la desesperación que lo envolvía, y las lágrimas corrían de su mejilla, reflejando no solo su dolor físico, sino también el emocional. "Parece que no puede mover las piernas", recordó las palabras de Mónica, al tiempo en que la divisaba en la habitación. La mujer se levantó de la silla con una mirada comprensiva y les dejó a solas.En ese momento, se acercó a la cama lentamente, luchando por mantener la compostura ante el torbellino de emociones que la inundaba. —¿Cómo te sientes?—le preguntó al hombre con voz suave, impregnada de una genuina preocupación.Enrique desvió la mirada por un instante antes de enfrentarla. Sus ojos vidriosos revelaban todo su dolor. «Pobre», pensó, fue un pensamiento
Luego de acompañar a Ashley a su casa, había decido pasar por su departamento, se suponía que lo había alquilado para algo, así que no podía dejarlo del todo abandonado. Una vez entró, se quitó la ropa y se dirigió al baño, habían sido días muy pesados, así que necesitaba un poco de descanso. Inmediatamente, el vapor envolvió el pequeño baño como una neblina, creando así una atmósfera de aislamiento mientras el agua caliente caía sobre su piel. «Justo lo que necesitaba», pensó complacido. En esos momentos, sentía como la tensión de los últimos días empezaba a desvanecerse, dejándole espacio al sosiego. «Ashley», pensó Angelo, recordando la noche compartida, la suavidad de su piel, sus gemidos. Fue inevitable no sentir como su miembro despertaba ante el recuerdo. Había soñado tanto con ese momento, que ahora que se había vuelto realidad, no podía creerlo. «Cielos, se habían reconciliado», pensó de nuevo y esta vez una sonrisa se ensanchó en su rostro. Aquello era lo mejor que le
—Esto es hermoso—dijo Ashley embelesada con la espectacular vista. Ante sus ojos se alzaba una majestuosidad de montañas coronadas de nieve, las cuales brillaban bajo la luz del sol que se filtraba entre las nubes. Y un aire fresco y puro llenaba sus pulmones, revitalizándolos con cada bocanada.—Te lo dije. Este lugar es precioso—contestó Angelo, aunque la verdad era que esa era la primera vez que estaba en ese sitio. Aun así, había investigado bastante sobre el lugar antes de traer a su familia. Los visitantes siguieron recorriendo el corazón de la ciudad de Interlaken, en la cual se encontraba una plaza adornada con flores de colores vibrantes. Las calles eran empedradas y bordeadas por pintorescos edificios de estilo suizo, con balcones adornados de geranios en flor, creando un ambiente mágico.Mientras paseaban por las calles, el suave sonido de un arroyo cercano acompañaba sus pasos. Haciendo que se maravillaran ante la vista de los lagos cristalinos que se extendían hacia el
Ángel la levantó en sus brazos, sintiendo el peso de su fragilidad mientras corría hacia el auto. Su piel pálida, su vestido manchado de rojo carmesí, su respiración entrecortada... Cada segundo que pasaba era una agonía. El corazón del hombre latía con fuerza, una mezcla de terror y esperanza resonando en cada latido. La depositó con cuidado en el asiento trasero, sus manos temblorosas aferrándose a la suya por un instante.—¡Resiste, mi amor! ¡Ya casi llegamos!—suplicó con voz quebrada mientras pisaba el acelerador a fondo. La ciudad se convirtió en un borrón mientras se dirigía al hospital más cercano, cada minuto una eternidad, cada curva una tortura.«Que sobreviva, que sobreviva», pensaba con desesperación. Ella apenas podía hablar, sus ojos estaban nublados por el dolor. —Creo que…—No hables, cariño. No te fuerces—le dijo. No quería que agotará sus fuerzas, necesitaba que llegara despierta al hospital. Con eso en mente, apretó el volante con tanta fuerza que sus nudillos se
«Su cuñada estaba muerta», se repetía, apenas tratando de procesarlo. Entró en la habitación con la mirada perdida, su rostro surcado por la preocupación de la noticia recién recibida. Ashley, al verlo entrar, lo observó detenidamente, captando la angustia que teñía sus ojos.—¿Qué pasa, Angelo? Te noto muy preocupado—inquirió con voz suave, colocando una mano en su hombro en un gesto de apoyo.Un suspiro profundo escapó de los labios del hombre antes de responder. —La novia de mi hermano fue asesinada—pronunció con voz grave, dejando caer la terrible noticia como una bomba en la habitación.Ashley se llevó una mano al pecho, conmocionada por la impactante revelación. —¿Asesinada? ¿Pero cómo?—preguntó con voz temblorosa, sintiendo un escalofrío, recorrer su cuerpo ante la magnitud de la tragedia.Angelo negó, él tampoco tenía respuestas para esas preguntas tan importantes. «¿Cómo? ¿Por qué?», eran cuestiones que su mente no dejaba de repetirle.—No lo sé con certeza—dijo entonces
No lo pensó mucho, no tenía tiempo para hacerlo, así que con paso decidido irrumpió en la comisaría con la mirada fija en su objetivo. No iba a permitir que el miedo lo paralizara, no cuando la seguridad de su familia estaba en juego. Su mente era un torbellino de ideas, pero una cosa era clara: debía proteger a Ashley y a Arnold de las amenazas de su madre.Al llegar al mostrador, se dirigió al oficial de guardia con voz firme. Le contó sobre las intimidaciones que había recibido de su propia madre, el terror que crecía en su interior cada vez que pensaba en el peligro que acechaba a su mujer e hijo.—¿Está seguro de lo que nos cuenta, señor?Para el oficial resultó un poco increíble su explicación. ¿De cuándo acá una madre amenazaba a sus hijos de semejante manera?—Completamente seguro—contestó Angelo, rotundo—. Me dijo que podía hacer desaparecer a Ashley si no me alejaba de ella—recordó las palabras de su madre, clavando la vista en el rostro impasible del oficial, quien anotaba
«Todo salió a la perfección», se decía la mujer, mientras cepillaba su cabello con parsimonia. La imagen que la recibió en el espejo, era una imagen que le agradaba, se veía radiante, rejuvenecida. De esa manera, continuó absorta en su peinado, pensando en su triunfo, ajena al caos que se avecinaba. De pronto, la puerta se abrió de golpe y una oficial de policía irrumpió en la escena, rompiendo la tranquila atmósfera.—¿Qué ocurre? ¿Qué hace usted en mi recámara?—atacó sin dudar, con una mezcla de sorpresa e indignación en su voz. Se levantó de su tocador con ímpetu, buscando respuestas ante la inesperada intrusión. —Las explicaciones las dará usted, señora Westler—respondió la oficial con firmeza, sin inmutarse por la actitud desafiante de la mujer. Su mirada penetrante transmitía una seguridad inquebrantable, la determinación de quien cumple con su deber.Un escalofrío recorrió la espalda de Débora, al detallar la seriedad de la situación. Aunque se negaba a aceptarlo, algo en su
Al llegar a la comisaría pasaron a la sala de interrogación. En ese lugar, la mujer se concentraba en fingir calma antes las preguntas del oficial. Sabía que debía concentrarse muy bien en lo que respondería, ya que cualquier fisura, cualquier detalle fuera de lugar, y su plan meticulosamente urdido, se desmoronaría.—¿Dónde se encontraba el día y la hora del asesinato?—inquirió el hombre con una mirada penetrante que parecía leer su alma.Débora respiró hondo y respondió con voz firme: —En la iglesia, presenciando la boda de mi hijo. El sacerdote puede corroborarlo.El oficial anotó la respuesta sin apartar la vista de ella. —¿Y en los días previos al incidente?La mujer hurgó en su memoria, buscando cada detalle que pudiera fortalecer su coartada. —Tareas cotidianas: compras, peluquería, acompañé a mi esposo al trabajo. Nada fuera de lo normal—dijo con estudiada naturalidad.A pesar de su aplomo, un torbellino de emociones la atormentaba por dentro. Ansiedad, miedo, y la certeza