Capítulo 682
Con un grito desgarrador,

Jimena, con su hija en brazos, corrió hacia abajo, llamando a su esposo entre lágrimas.

—¡Leo! ¡Leo!

—¡Leo, no puede ser tú! No puede ser tú.

Todos la miraban, observando a esta mujer de rostro hermoso que parecía a punto de perder la razón, a punto de romperse en mil pedazos. Una de sus zapatillas se salió mientras corría y el bebé en sus brazos lloraba sin parar.

En el patio central del primer piso,

un cuerpo yacía entre los arbustos, con los brazos y piernas sobre el cemento, cubierto de sangre. Había perdido los ojos y en sus cuencas vacías no había rastro de vida, solo miraba al cielo que empezaba a iluminarse.

Amanecía, pero Leandro dormiría para siempre.

—Leo.

La voz de Jimena resonó entre la multitud.

Empujó a los curiosos y llegó hasta su esposo.

Lo miró fijamente. Reconoció de inmediato a su marido porque siempre llevaba una camisa blanca y una chaqueta de hombros anchos y un poco gastada. Decía que los hombres no necesitaban ser tan elegantes, que
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