Capítulo 239
Ana bajó la mirada, viéndose a sí misma en un estado deplorable por el rabillo del ojo.

Ambos estaban cuerpo a cuerpo.

Bajo el ruedo de su falda de seda, las delgadas y largas piernas de Ana descansaban a cada lado de él, y los oscuros pantalones de Mario hacían que su piel luciera aún más blanca y delicada.

Ana, con sus largas pestañas temblorosas, dijo: —No estoy de ánimo para esto.

Su tono de voz llevaba un ruego: —¿Podría complacerte otro día, por favor?

Mario, con un aire de desgano, se recostó en el respaldo de la silla, mirándola fríamente. Su prominente nuez de Adán se deslizaba arriba y abajo con un encanto muy masculino... Ana se retraía ligeramente, mientras Mario extendía la mano para acariciar su rostro y preguntaba en voz baja: —¿Tienes miedo?

No esperó respuesta de Ana, sino que la atrajo hacia él, sosteniéndola por el cuello.

Ana, creyendo que él quería besarla, se inclinó hacia él y abrió voluntariamente sus labios, dispuesta a recibirlo.

Pero Mario, con un ligero apr
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