Celia se quedó estupefacta cuando Laura le dijo que tenía que ir a su casa a recoger la maleta, además de un montón de cosas que había ido añadiendo a la lista.—No entiendo nada. ¿Te fuiste a tu casa con la maleta y ahora no tienes ropa? ¿Por qué?—Ahora no puedo hablar —dijo, casi en un susurro para que Sergio no la oyera.—Discutisteis y lo abandonaste, es la única explicación… Venga, cuéntamelo.—Luego te lo cuento —le dio la dirección de Sergio y Celia quedó en llamarla cuando llegara para que él bajase a ayudarla a subir todo lo que le había pedido que le llevase.—Te espero entonces a eso de las cinco. Un beso, hermana. Te quiero.—Un beso. Y no te creas que te vas a ir de rositas de este embrollo… Me lo vas a contar todo, quieras o no. Empiezo a pensar que te traes demasiados líos.—¿De qué hablas? Y no te retrases, que necesito el vestido esta noche.
Durante la comida, ambos se esforzaron por hablar de cosas triviales para no tocar el tema que ocupaba sus pensamientos. Cuando Sergio se ponía a hablar de derecho, no había quien lo parase y Laura lo animó, haciéndole preguntas, consultándole sobre algunos casos que habría podido llevar de seguir en el bufete y que le interesaban por su complejidad jurídica… En ese tema se sentía seguro y sus consejos y apreciaciones eran brillantes y acertados. También hablaron de cine, como siempre, y de literatura… De todo menos de lo único que los obsesionaba.Recogieron en silencio. Laura estaba muy pensativa, tenía esa arruguita en el entrecejo que Sergio había aprendido a identificar como un signo de concentración y procuraba mantenerse alejada de él. Sus esfuerzos por no tocarlo le parecían ofensivos, le dolía pensar que no se sentía segura en su presencia.Pero en esa ocasión Sergio se equivocaba. No lo rehuía, sólo estaba muy concentrada dándole vueltas a esa idea que no podía sacarse de la
Laura lo abrazó y comenzaron a besarse. La tentación de decirle que no salieran, que se quedaran allí toda la noche haciendo el amor era demasiado fuerte y la consideró con seriedad. Pero se le adelantó Sergio que, en el fondo, odiaba la idea de tener que asistir a esa fiesta.—Y si nos quedamos aquí y…—No.Por mucho que a los dos les agradara la idea de quedarse en casa, protegidos, sería perjudicial que lo hicieran. Debían dejar de mantener su relación al margen de los demás, y sobre todo a Sergio le convenía salir de su aislamiento social. Era admirable cómo, solo, sin ninguna ayuda, había logrado encarrilar su vida y mantener controlada su obsesión; poco a poco había avanzado hasta lograr llevar una vida normal. Pero aún tenía muchas carencias, aún debía vencer varios obstáculos, y uno de ellos era su miedo a las relaciones sociales.—Es que… —parecía desvalido. Laura olvidó sus recelos y sintió una gran ternura por él—. Llevo tanto tiempo sin asistir a reuniones sociales que tem
El cóctel se celebraba en un lujoso hotel situado en una tranquila calle de Madrid, en el barrio de Chamberí. Cuando Laura y Sergio entraron ya había bastante gente. La joven se sintió un poco cohibida, pues le pareció que las mujeres iban demasiado vestidas, mucho más que ella, cuyo traje era bastante sencillo. No llevaba joyas, sólo unas perlas en las orejas, que su hermana había tenido la previsión de meter en su maleta, en una cajita.—Estás preciosa —le dijo Sergio cuando entregaron los abrigos a la entrada—. Ese vestido te sienta genial.—Gracias —le agradeció el cumplido, aunque no las tenía todas consigo.De todas formas, su mayor preocupación no era su aspecto, sino Sergio, que parecía un poco perdido entre la multitud. Iban de la mano, contemplando en silencio lo que los rodeaba, cuando se les acercó un hombre mayor que saludó a Sergio con afecto. Era el juez objeto del homenaje. Sergio le presentó a Laura y a partir de ese momento ya no estuvieron solos ni un segundo, charl
—Creo que todo se ha desmadrado. No sé por qué. Pero lo más curioso es que no me importa… Fue una estupidez querer formar parte de todo este tinglado; mi vanidad me pudo. Yo sabía que podía sacar esas oposiciones con facilidad, y lo hice. Necesitaba demostrarme que era capaz. Bien, pues ya me lo he demostrado.Laura lo escuchaba sin responder. Estaban en el salón, tomando una copa antes de acostarse. Recordó el güisqui que se había tomado la primera vez que había estado allí y se estremeció, anticipando lo que los esperaba. Pero Sergio aún seguía dándole vueltas al dichoso cóctel.—Déjalo ya —dijo al fin Laura—. Yo creo que le das más importancia de la que tiene. Es cierto que corren rumores, pero no sólo sobre ti. Sabes bien que el cuchicheo está a la orden del día y que también se habla de otros jueces y abogados; olvida tus paranoias, cariño. Yo no he oído a nadie decirte una sola palabra ofensiva, todo lo contrario. Y el juez Robles te ha nombrado en su discurso.—No son paranoias
La habitación estaba inundada de luz cuando Laura abrió los ojos. Algunas velas se habían consumido y otras lucían sin impulso, apagado su brillo por la luz del sol. Era una mañana luminosa, una de esas mañanas de domingo que ella tanto disfrutaba.Sergio aún dormía a su lado. Lo besó. Él abrió los ojos y con la voz ronca por el sueño dijo:—Te quiero.—¿Qué dices? —lo miró con los ojos como platos.—Lo que ya sabes, aunque no te lo haya dicho hasta ahora. Te quiero.—Yo también a ti.Era la primera vez que se declaraban su amor y Laura se apretó contra él, pensando en la forma tan extraña en que lo habían hecho. Pero todo en su relación era atípico, insólito. Desde que se habían conocido nada había discurrido por los cauces normales en que suelen desarrollarse las relaciones. Todo había sido como un torbellino en el que se había visto envuelta casi sin ser consciente de ello, una espiral que la había llevado hasta un punto sin retorno. Porque, ahora lo sabía, ya no había vuelta atrás
Ambos estuvieron de acuerdo en que la ducha había resultado reconfortante, y muy larga. Cuando salieron Laura se puso a hacer un café y Sergio fue al ordenador a mirar su correo.—Tengo un montón de mensajes. Mira: uno del juez Robles.—¿Qué dice? —gritó Laura desde la cocina.—Me invita a comer —Sergio leyó en voz baja, luego se levantó y fue donde estaba ella—. Dice que vaya a su casa a eso de la una, quiere comer conmigo y charlar. ¿Ves como yo tenía razón? Tú crees que estoy paranoico, pero no es así, todos lo saben… Qué barbaridad, soy la comidilla de los juzgados. Este asunto ha llegado demasiado lejos, lo manejé mal desde el principio y ahora se me ha ido de las manos… —la miró. Ya habían hablado muchas veces de eso y Laura sabía que no iban a llegar a ningún lado si seguían en esa dirección.—Ya no puedes arreglarlo. Tuviste miedo, es comprensible. Pensaste que podrías convencerla de que abandonara, lo cual también es comprensible. De todos modos no creo que lo haya contado, a
—No sabes lo que estás diciendo. Cuando ese hombre te deje tirada, volverás a mí.—No volvería a ti aunque me fuera la vida en ello. Y ahora vete, lárgate, no vuelvas a aparecer por aquí, porque la próxima vez que te vea siguiéndome llamaré a la policía.Antonio le lanzó una mirada de odio tal que Laura sintió miedo. Por primera vez en el transcurso de esa entrevista temió que la atacara y estuvo a punto de retroceder unos pasos. Pero no lo hizo, permaneció erguida frente a él sosteniéndole la mirada.—Márchate —repitió.Antonio la miró unos segundos más y luego abrió la puerta. Cerró con un portazo que hizo temblar toda la casa.Cuando él se marchó, la abandonó toda su entereza y se desinfló como un globo. Las piernas le temblaban y el corazón latía desbocado en su pecho mientras se dirigía, tambaleante, a sentarse en el sofá. Apoyó la cabeza en el respaldo y empezó a respirar hondo, como siempre hacía para tranquilizarse. Poco a poco se fue calmando y al cabo de diez minutos ya era