Capítulo 105

La habitación estaba inundada de luz cuando Laura abrió los ojos. Algunas velas se habían consumido y otras lucían sin impulso, apagado su brillo por la luz del sol. Era una mañana luminosa, una de esas mañanas de domingo que ella tanto disfrutaba.

Sergio aún dormía a su lado. Lo besó. Él abrió los ojos y con la voz ronca por el sueño dijo:

—Te quiero.

—¿Qué dices? —lo miró con los ojos como platos.

—Lo que ya sabes, aunque no te lo haya dicho hasta ahora. Te quiero.

—Yo también a ti.

Era la primera vez que se declaraban su amor y Laura se apretó contra él, pensando en la forma tan extraña en que lo habían hecho. Pero todo en su relación era atípico, insólito. Desde que se habían conocido nada había discurrido por los cauces normales en que suelen desarrollarse las relaciones. Todo había sido como un torbellino en el que se había visto envuelta casi sin ser consciente de ello, una espiral que la había llevado hasta un punto sin retorno. Porque, ahora lo sabía, ya no había vuelta atrás
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