Matthew y yo hace años que estamos juntos. Ahora mismo estoy embarazada de una niña a la que vamos a llamar Laura.Durante el día, Matthew se ocupa de todo; creo que forma parte de su ADN cuidar de la gente que ama y protegerla a toda costa, pero durante la noche se entrega a mí por completo. Es como si lo necesitase, como si mis cuidados y mis caricias le diesen las fuerzas para seguir adelante. Matthew sigue siendo un buen senador. A aprendido con los años y sé que va a seguir haciéndolo. Nuestras familias están contentas por mi embarazo. Desde que mi hermana dio a luz, no a habido más bebés y aunque no descuida a su hija, con la llegada de su sobrina no a me dejado retomar mi puesto de ama de casa. Ambas, junto con Ginger, me tienen consentida por petición de Matthew. Él no siempre puede estar a mi lado, pero hace el intento de terminar sus pendientes para estar en casa. Con sus dos princesas, como dice él. Desde que supo de mi embarazo, no a dejado de repetir que será un padre
La fría brisa del océano acaricia mis hombros desnudos y siento un escalofrío. Ojalá hubiera seguido el consejo de mi compañera de habitación y hubiera cogido un chal para esta noche. No llevo ni cuatro días en Los Ángeles y todavía no me he acostumbrado a que en verano la temperatura cambie según la posición del sol. En junio en Dallas hace calor; en julio, más calor, y en agosto es un infierno.En California es distinto, y más junto a la playa. Lección número uno en L.A.: lleva siempre un jersey si vas a salir por la noche.Claro que también podría entrar en la casa y volver a la fiesta.Mezclarme con los millonarios. Charlar con los famosos. Contemplar los cuadros como es de rigor. Al fin y al cabo se trata de una fiesta de inauguración de una exposición y mi jefe me ha hecho venir para que conozca, salude, charle y seduzca. No para que disfrute del panorama que parece cobrar vida ante mí: las nubes de un rojo intenso que estallan contra un cielo color naranja pálido y las olas azu
Me pongo en guardia, pero Evelyn no sabe que ha tocado una zona sensible. Después de todo, ese es el motivo de que me haya mudado a Los Ángeles. Una nueva vida. Una nueva historia. Una nueva Nikki.Despliego la sonrisa de la Nikki social y alzo mi copa.—Por los finales felices y también por esta estupenda fiesta. Me temo que te he retenido demasiado tiempo.—Tonterías —responde—. Soy yo quien te monopoliza, y ambas lo sabemos.Entramos, y el barullo de las conversaciones estimuladas por el alcohol sustituye el tranquilo rumor del océano.—Lo cierto es que soy una anfitriona pésima. Hago lo que me da la gana. Hablo con quien quiero y si mis invitados se sienten ninguneados, que se aguanten.La miro boquiabierta. Casi puedo oír los gritos de mi madre desde Dallas.—Además —prosigue—, se supone que esta fiesta no es en mi honor. He montado este sarao para presentar a Blaine y su obra en sociedad. Es él quien tiene que ocuparse de las relaciones públicas, no yo. Puede que me lo esté tira
Damien Stark es el Santo Grial.» Eso es lo que Carl me había dicho aquella noche, justo después de: «Caramba, Nikki, qué sexy estás».Creo que esperaba que me ruborizara, sonriera y le diera las gracias por sus amables palabras, pero como no lo hice, carraspeó y fue al grano.—Supongo que sabes quién es Stark, ¿no?—Ya has visto mi currículo —le recordé—. ¿Te has olvidado de la beca?Durante cuatro de los cinco años que pasé en la Universidad de Texas tuve la suerte de ser la beneficiaria de una de las becas de Stark International, y cada semestre ese dinero marcó la diferencia entre el todo y la nada. De todas maneras, con beca o sin ella, hay que ser de otro planeta para no conocer al individuo en cuestión. A sus treinta años, el solitario campeón de tenis ha reunido los millones ganados en premios y patrocinios y se ha reinventado a sí mismo. Su fama de tenista no ha tardado en quedar eclipsada por su nueva faceta de emprendedor. El vasto imperio de Stark genera millones todos los
Mi instante de mortificación nos envuelve durante lo que parece una eternidad. Luego Carl me coge del brazo y me aparta de Evelyn.—Oye, Nikki…Leo preocupación en su mirada.—N… No pasa nada —le digo.Me siento extrañamente aturdida y muy confusa. ¿Era esto realmente lo que esperaba con tantas ganas?—Lo digo en serio, Nikki —dice Carl tan pronto como ha puesto una prudente distancia entre nosotros y nuestra anfitriona—. ¿Qué coño ha sido eso?—No lo sé.—¡Y una mierda! —replica—. ¿Lo conocías de antes y lo habías cabreado? ¿Tuviste una entrevista de trabajo con él antes de firmar conmigo? ¿Qué demonios has hecho, Nicole?Me estremezco al oír mi nombre de pila.—Yo no tengo nada que ver —respondo, porque deseo que sea cierto—. Stark es un tipo famoso y excéntrico. Se ha comportado como un grosero, pero no se ha tratado de nada personal. Es imposible.Me doy cuenta de que he alzado la voz y trato de bajar el tono. Y respirar.Cierro el puño izquierdo con tanta fuerza que me clavo las
Pero todo eso pertenece al pasado, así que cierro los ojos mientras noto el cuerpo caliente y la cicatriz palpitante bajo mi mano.Cuando vuelvo a abrirlos solo me veo a mí misma: a Nikki Fairchild de nuevo al mando.Me envuelvo en mi renovada confianza como si fuera una manta y regreso a la fiesta. Ambos hombres me contemplan cuando me acerco. El rostro de Stark es inescrutable, pero Carl ni siquiera se molesta en disimular su alegría. Parece un niño de seis años la mañana de Navidad.—Despídete, Nikki. Nos vamos. Tenemos mucho, mucho que hacer.—¿Ahora? —No me molesto siquiera en ocultar mi confusión.—Resulta que el señor Stark estará fuera el martes, de modo que vamos a adelantar la reunión a mañana.—¿A un sábado?—¿Hay algún problema? —me pregunta Stark.—No, claro que no, pero…—El señor Stark quiere asistir —explica Carl—, asistir personalmente —añade, como si no me hubiera enterado la primera vez.—De acuerdo, pero antes me gustaría despedirme de Evelyn.Hago ademán de alejarm
Cruzo todo el salón y me detengo con el corazón latiendo a mil por hora. Cincuenta y cinco pasos. Los he contado todos y cada uno, y como no tengo otro sitio adonde ir, sencillamente me quedo de pie y miro otro de los cuadros de Blaine. Se trata también de un desnudo, en este caso el de una mujer tendida de costado en una cama totalmente blanca. Solo está enfocado el primer plano, el resto de la habitación —muebles y paredes— no es más que una sucesión de capas de gris y formas indefinidas.La mujer tiene la piel muy pálida, como si nunca hubiera visto el sol; pero su rostro es otra cosa: refleja tal éxtasis que parece resplandecer.En el lienzo hay únicamente un toque de color: una larga cinta roja. La mujer la tiene atada al cuello, y desciende entre sus grandes pechos y más abajo; se desliza entre sus piernas y después continúa.La imagen se disuelve contra el fondo justo en el borde de la tela. Sin embargo, en la cinta se aprecia cierta tensión, y salta a la vista lo que pretende
—Claro —contesto.Suelta un bufido.—Lo siento, miento fatal.—Quizá, pero no se puede decir que te hayas esforzado mucho.—Lo siento, es que…No acabo la frase y me coloco un mechón de pelo tras la oreja.Llevo el cabello recogido en un moño y se supone que debo llevar sueltos unos cuantos mechones, pero en estos momentos no hacen más que ponerme nerviosa.—La verdad es que resulta inescrutable —comenta Evelyn.—¿Quién?Señala a Damien con la cabeza, y yo miro en su dirección. Sigue hablando con Audrey Hepburn, pero tengo la certeza de que hace un instante me estaba observando. De todas maneras carezco de fundamentos en qué basar semejante afirmación y me contraría el hecho de no saber si solo estoy expresando mentalmente un deseo o si se trata de simple paranoia.—¿Inescrutable, dices?—Es un hombre difícil de interpretar —me dice Evelyn—. Lo conozco desde que era un chaval. Su padre me contrató para que lo representara cuando cierta marca de cereales quiso que su cara apareciera en