Capítulo 6

''El tiempo lo cura todo'', dicen por ahí. Bueno en mi caso me lo tenía que curar sola por que con el paso del tiempo, decidí que nada ni nadie me va a hacer sufrir jamás. Dos amores prematuros y perdidos que me han enseñado que no todo es miel o color rosa y que lo mejor que podía hacer era construir un buen futuro. Seguir con mis estudios y alcanzar los objetivos que ya me había propuesto tiempo atrás era lo que ocupaba mi mente en ese momento. 

A Sebastián no le volví a ver, pero me enteré  por algún amigo en común, que se fue de la ciudad. Nadie sabía más. Y nadie entendía que fue lo que pasó realmente para que rompamos nuestra perfecta relación sin ninguna razón. Ese mismo verano recibí una carta de el; una carta que nunca abrí. Simplemente no tenía ganas de leerla y tampoco de saber nada de el...me había hecho mucho daño. Decidí ir a la universidad a seguir mi sueño y estudiar literatura. Estaba muy entusiasmada y hacía mis maletas con mucha ilusión. Mi hermana tenía ya 4 añitos y me daba mucha pena dejarla, pero tenía que seguir con mi vida. 

Mis padres tuvieron a mí hermana cuando yo cumplí 14 años. Fue todo un regalo que me dio la vida, ella era mí hermana, mí muñeca, mí hija, mi todo. Llegó para llenar nuestras vidas de felicidad y armonía y yo no podía estar más feliz. Desde entonces me concentré en tenerla contenta y en darle absolutamente todo. La niña de mis ojos me llenaba de amor.

Era un día bastante caluroso cuando volvía del paseo con una vecina y muy buena amiga. 

-Tienes visita---me dijo mi madre, nada más entrar por la puerta. 

-Nadie ha dicho que me va a visitar hoy, así que no espero a nadie. Será visita de esta casa , no mía---contesté con frialdad.   

-¡No seas mal educada! ¡Nosotros no te educamos así, Isabel! ---levantó mi madre la voz. 

Cabe especificar que la relación con mi madre no era del todo buena, pero tampoco era como antaño. Con  pasos lentos y suspirando ,fui hacía mi habitación. Desde dentro se escuchaban risas, la de mi hermana y de otra persona que no distinguía quien podía ser. Al abrir la puerta, quedé pasmada. Por varios segundos no pude respirar siquiera y mantenía la mirada fija en aquella persona que pensé que había olvidado.

-¿Qué haces tu aquí? ---pregunté sin quitarle la vista de encima. Estaba rabiando y por momentos tenía ganas de gritarle , pero no quería asustar a mi chiquitina. También quería saltarle encima y matarle al ser posible. 

-Tanto tiempo sin vernos y tu ¿me recibes así ? ---preguntó sarcástico frunciendo el ceño. Se levantó del sillón y dio 3 pasos hacía mí.  Sonrió con sarcasmo , pero en ningún momento dejó de mirarme. Sin darme cuenta, mi niña salió de la habitación dejándonos solos. El sarcasmo es uno de tantos nombres que posee este estorbo de chico...un intruso más bien.

-No creo que sea el mejor momento para  hablar de tonterías, Felipe. Estoy muy bien sin verte y sin echarte de menos; vamos a darle de su propia medicina: sarcasmo. Será mejor que te vayas---tendí la mano enseñándole la puerta---y no vuelvas. Le sostuve la mirada con toda la rabia que acumulé en todos los años pasados. El, sin embargo, seguía sonriendo ladeado.

-Pienso quedarme Isabel, tu madre me invitó por unos días. Me acarició el brazo erizando mi piel, mientras se acercaba más a mi y pude sentir su respiración en mi cara. A todo esto yo me mantenía tan indiferente como podía, no pensaba caer en tentación pues consideraba que ya le había pasado el tiempo de prueba.  Me sacaba de quicio su sonrisa tonta y el sarcasmo bobo que tenía; pero reconozco que al mismo tiempo la curiosidad se apoderó de mí. Me volvía loca no saber que era lo que quería realmente, porque sí venía a provocarme y luego desaparecer otra vez, yo ya era capaz de cualquier cosa. Pobre de el si quería jugar.

-Pues quédate, pero con mi madre, ya que ella te invitó...

Me aparté de el. No quería que se diera cuenta de mi punto débil y en ese momento era tenerle cerca y sentir su respiración.

-Pero por ahora sal de aquí. Tengo que ducharme y no quiero ver nada raro en ti a la hora de quitarme la ropa. Le di la espalda y empecé a desnudarme prenda por prenda mientras le veía de reojo. Su semblante cambió de la sonrisa boba que tenía antes a una cara de sorpresa que nunca podría descifrar. Reía internamente por lo impresionado que se veía. De golpe, se dio la vuelta y se fue sin chistar. Una vez en el baño no podía dejar de reír. Me divertía de verdad después de mucho tiempo.

''¿No quería jugar?...pues que empiece el juego ''. 

La cena con mi familia fue de lo más tranquila últimamente. Sobraba el intruso pero como no me habló casi, no me molesté en prestarle ni la más mínima atención. Mi madre preguntaba por su familia y mi padre hacía algún comentario de vez en cuando. Fue entonces cuando se me encendió una lucecita.

-Una cosa no entiendo amigo Felipe---le dirigí la palabra sin levantar la mirada de mi plato.

-Te escucho, querida Isabel---el silencio sepulcral se podía tocar literalmente. Levanté entonces la mirada del plato y le hablé con frialdad.

-No entiendo porque te quedas en nuestra casa si tienes familia en esta misma ciudad...

-¡Isabel!---gritó mi madre---¡Retira tus palabras ahora mismo! Vi a mi madre roja de furia pero eso no me hizo parar, más porque no tenía ganas de los juegos de nadie.

-No tengo porque hacerlo, sólo estoy opinando. ¿No es lo que me has enseñado siempre, decir lo que realmente pienso?---al instante la cara de Felipe reflejaba una satisfacción indescifrable y una sonrisa de ganador. Nunca entendí porque es tan hipócrita la gente. ¿Qué era esa sonrisa en su cara?, si yo lo único que quería era sacarle de nuestra casa. ¿Qué era divertido en eso?

-No me molesta ir a casa de mi tía, pero prefiero quedarme aquí. Al menos por esta noche. Gracias por la invitación, Lucrecia---dijo el cabrón mirando triunfador a mi madre. Me guiñó el ojo sonriendo ladeado mientras la mirada le brillaba de una forma increíble. Ni que fuera a ganar una guerra, pensé para mi misma.

-Siempre eres bienvenido muchacho---añadió mi padre con tranquilidad. Mi hija no ha tenido un día excelente que digamos. Mi padre, que era el hombre más tranquilo del universo, me cubrió la mano con la suya transmitiéndome su calma. Nunca entendí como había tanto amor entre mis padres. Mi madre parecía un volcán mientras que mi padre era la calma en persona.

-Esta niña debería pedir disculpas---habló mi madre como si fuera para ella misma. Felipe es un chico adorable y no deberías tratarle mal---se dirigió a mi viéndome con cara de mala leche.

Nos vimos por unos segundo pero cambié de dirección dando una vuelta con mi mirada a todos los presentes. La que no decía nada era mi niña, tan calladita que hasta daba la sensación de que toda aquella escena era una obra de teatro y ella la disfrutaba en verdad. Tanto que de vez en cuando sacaba una sonrisita tan dulce como ella.

-Te vas a quedar en la habitación de invitados, que gracias a Dios tenemos una. Ahora mi hija mayor te llevará una manta por si tienes frío. Y espero que disculpes a nuestra querida Isabel, a veces no controla su boca.

Mi madre se levantó para traer el postre y resopló con disgusto.

Escuché un suspiro de Felipe y unas palabras entre dientes, algo de la boca de alguien. Intenté descifrarlas sin éxito. Mi padre por su lado me mandó una señal para no liarla más y porque le quiero tanto, decidí dejar las cosas tal y como estaban. Con un poco de suerte el pesado de Felipe se iría mañana para nunca más volver. Tengo que reconocer que el postre fue una delicia, mi madre puede ser muy dura conmigo pero en la cocina es toda una experta. No es para menos, ya que viene de familia de cocineros, sí o sí tuvo que aprender.

-Tengo mucho sueño---escuchamos a mi niña. Sin pensarlo dos veces la levanté en mis brazos, yendo hacía nuestro dormitorio. Desde muy chiquitina duerme conmigo y a mi me encanta saber que está ahí, me encanta protegerla. Su habitación está al lado pero todavía compartimos la mía. Le puse el pijama y le leí un cuento. En cuanto vi que se durmió le di un beso y salí del cuarto encaminándome hacía el habitación de invitados. Ni rastro del pesado aquél , nuestro querido invitado, así que sin más abrí el armario del pasillo y saqué una manta, que dejé encima de la cama. Al final no era asunto mío donde se había metido el, si quiere dormir ahí está la cama. Sino que duerma en el suelo, no es mí problema.

-Con gusto duermo en el suelo---escuché detrás de mi. Me quedé helada.

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