Capítulo 2

Muchos criticarían a una mujer que se quedó dormida dentro de un elevador por estar ebria, pero Samantha tenía sus razones y, además, era la primera vez que podía conciliar el sueño de esa forma, sin preocupaciones, en paz. Lo más raro es que había sido en un momento donde podía morir si esa cosa caía de la nada.

Sin embargo, aquel pequeño niño fue como un ángel para ella, su sonrisa, su tranquilidad, sus ojos, todo en él le permitieron relajarse y de la nada se quedó dormida, aparte de que el alcohol surtió efecto en ella.

Aun así, fue capaz de sentir cuando comenzaron a abrir el ascensor. La joven se despertó y encontró al niño entre sus piernas profundamente dormido. Samantha parpadeó varias veces intentando comprender la situación cuando logró escuchar una voz.

—¿Está bien señorita?

—Ah, sí, estoy bien.

—¿Está solo usted ahí?

—No, hay un niño pequeño conmigo. — Samantha se removió y procedió a cargar al pequeñito entre sus brazos. Este se quejó un poco, pero no despertó. Samantha sonrió conmovida. No era una chica que le gustaran mucho los niños, pero este en verdad le parecía tierno y muy cálido.

—Bien, podría hacer para atrás, vamos a abrir esto. — Samantha se levantó y se colocó hasta la parte más lejana de la puerta. En minutos las puertas habían sido abiertas por un grupo de bomberos. El ascensor se había quedado atorado a la mitad del piso. Al acercarse les dio al pequeño para que lo cargaran y luego la ayudaron a subir. Había un grupo de gente ahí observando la situación y ella se sintió un poco incómoda.

—¿Es su hijo? — Preguntó el bombero devolviéndole al pequeño quien parecía haber despertado.

—Ah no, él estaba ahí dentro, pero parecía asustado. Parece ser paciente de acá, seguramente se escapó de su habitación.

—Bueno, si gusta podemos llevarlo con un médico y…— El niño se aferró al cuello de Samantha y ella se quedó perpleja por su acción.

—Eh… deberías ir con el médico pequeño.

—No quiero. — Respondió con su vocecita mientras negaba fuertemente.

—¡Joven amo! — La voz de una mujer hizo que todos voltearan a ver a la dueña de ella. Era una señorita de unos treinta años, vestía un enterizo negro junto a un saco, tacones, el cabello rubio en una coleta alta y gafas de marco negro. Era una mujer muy guapa.

Se abrió paso entre la gente hasta llegar al niño.

—¿Joven amo? — Habló con calma. El niño la miró y luego se dio la vuelta escondiendo su cara en el cuello de Samantha. Ella parpadeó varias veces compartiendo miradas de confusión con la recién llegada.

—¿Lo conoce?

—Es el hijo de mi jefe. — Respondió con semblante preocupado.

—Ouh….— Miró al niño y lo meneó un poco. —Cariño, parece que te han estado buscando.

—No quiero ir. — Se aferró más a Samantha. —No la conozco.

—Por favor joven amo, no haga esto. — Parecía suplicar la muchacha. Ahora que lo pensaba, tal vez esa mujer no conocía al niño. Vamos, un niño no va con las personas que no confía. Ahora le daba mala espina.

—Si gusta la acompaño donde su padre está.

—Esa sería una buena idea. — Intervino el bombero. La mujer tragó nerviosa.

—La cuestión es que su padre tuvo que irse por una emergencia del trabajo.

—Que conveniente. — Murmuró la peli marrón mientras acomodaba al niño en sus brazos. —Yo le daría al niño con gusto, pero él parece no querer ir con usted. Si gusta, puedo acompañarla a la habitación del niño y esperar a que venga su padre. — La mujer miró al bombero y luego a la chica y luego de pensarlo un poco asintió.

—Bien, por aquí. — El bombero, con un gesto permitió que la mujer los guiara. Samantha agradeció su gesto y comenzó a caminar tras ella. Le alegraba que el bombero la acompañara, la verdad se sorprendía de lo valiente que estaba siendo en estos momentos. Y todo por un niño desconocido.

Unos minutos más tarde, lograron llegar a la habitación del pequeño. Parecía una de esas habitaciones VIP, seguro el padre tenía mucho dinero, era una lástima que con eso no se llenara el vacío emocional, porque era claro que no le prestaba atención al niño. Ni siquiera había notado que el pequeño no estaba en su habitación, era increíble.

La rubia le indicó a Samantha donde debía acostar al pequeño y lo hizo de inmediato. Cuando ella se levantó el niño la tomó de la mano.

—¿Qué sucede?

—No te vayas mami. — Todos en la habitación quedaron perplejos por las palabras del chico.

—¿Qué dijo joven amo? — El niño se aferró al brazo de la muchacha.

—¡Ella es mi mamá! No se la lleven. — A Samantha se le rompió el corazón. Era claro que el pequeño no tenía una madre, le hacía falta. Y seguro, quería a su padre aquí con él.

—Debería llamar a su padre señorita. — Sugirió a la rubia.

—Pero…

—Me quedaré con él hasta que su padre venga. Llámelo por favor. — La mujer asintió y sacó su celular para luego salir de la habitación. Samantha tuvo que acomodarse en la cama junto al pequeño.

—¡Qué locura! ¿No? — Sam había olvidado que el bombero seguí ahí. El chico sonreía con ternura y eso le pareció simpático a la chica.

—Bueno, nunca creí que un niño desconocido me considerara su madre. — Se recostó ya que le dolía su espalda. —Por cierto, gracias por salvarnos.

—No es nada señorita, es mi trabajo. — Ahora que lo veía mejor, el muchacho era un chico apuesto, alto, de cabello castaño y ojos azules. No era muy común encontrar a un hombre como él. —Bueno, mi trabajo aquí ha terminado, espero pueda arreglar su asunto.

—Gracias. — Asintió ella. Y con una simple despedida, se fue de ahí dejándola sola con el pequeño.

—Lucas, ¿por qué dices que soy tu madre?

—Eres mi madre. — Se aferró bien a su brazo. Samantha suspiró. Quién creería que le sucedería algo como esto luego de haber roto con su novio. Solo esperaba que él no se enterara de lo sucedido con el niño. Solo eso le faltaba, que creyeran que ella había abandonado a un niño.

Ahora comenzaba a sentir dolor de cabeza.

Decidió acariciar el cabello del niño con calma y poco a poco el agarre en su brazo se fue aflojando. Se estaba quedando dormido. Se sintió mal por él y por ella, hasta ahora parecían ser huérfanos de padres, el simbólicamente y ella físicamente.

—Su padre ya viene. — Informó la rubia. Sam asintió.

—Se está quedando dormido.

—Es un alivio. — Soltó la rubia y procedió a sentarse en una de las sillas dentro de la habitación. —Lamento haberme comportado sospechosamente, pero en verdad estaba preocupada por él.

—Entiendo. — Miró al pequeño quien ya dormía plácidamente. Aún parecía un bebé. El tiempo pasó y la joven por fin pudo soltarse del agarre de Lucas. Caminó hasta donde estaba la rubia y tomó asiento frente a ella.

—Se quedó dormido.

—Me alegra. — Sonrió. — Por cierto, ¿cuál es su nombre señorita?

—Samantha Jones, un gusto.

—Yo soy Lidia Brown, un placer. — Le dio un vaso de agua con el jarrón sobre la mesita que estaba en medio de ellas. —En verdad lamento las molestias señorita, el joven Lucas suele ser un niño travieso. Amaneció con fiebre esta mañana y por eso su padre lo trajo aquí.

—¿Y por qué no se quedó?

—Hubo una emergencia en el trabajo.

—Y no supo que su hijo se escapó. — No quería criticar a nadie, pero esto era un descuido.

—Bueno, en verdad era una emergencia.

—Claro. — La joven se levantó. —Necesito tomar aire. — Lidia asintió y Sam salió de ahí dirigiéndose al fondo del pasillo. Conocía ese hospital mejor que nadie y bueno necesitaba un poco más de bebida, pero dulce. Fue a la máquina expendedora y tomó una gaseosa de limón. Con eso se sintió con vida. Al decidir volver a la habitación se encontró con un hombre y le regó la gaseosa.

—¡Maldición! — Se quejó.

—Lo siento, señorita. — El hombre era apuesto. Vestía un traje que parecía caro y sus ojos avellana la veían con cierto arrepentimiento. Samantha suspiro.

—¿Por qué no ve dónde camina? Idiota — Se alejó de él y caminó hasta el baño para poder lavarse un poco. Esto era un desastre. Y antes de que se diera cuenta las lágrimas comenzaron a caer de nuevo. Odiaba sentirse de esa manera, odiaba verse de esa manera, pero su corazón estaba roto. Todo era una pesadilla.

Luego de unos minutos de haber intentado calmarse, salió del baño para ir a la habitación de Lucas y despedirse, ya no podía estar ahí, se sentía mal.

Al tocar un par de veces la puerta, Lidia apareció.

—Oh, señorita Jones.

—Si, vengo a despedirme de Lucas, debo volver a mi casa.

—Claro, solo que ahora mismo su padre está aquí. Le diré. — Sam asintió y detrás de Lidia pudo ver al hombre de saco con el que había chocado. Abrió sus ojos de par en par y lo mejor que pudo hacer fue salir huyendo de ahí.

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