Manuel bufó con desdén y le dirigió una mirada fría:—¡El viejo señor solo ha fallecido unos pocos días! ¿Y ya se te olvidaron las palabras que dijo en su lecho de muerte? ¡Solo Delia es digna de ser la señora Romero! Alguien como tú, tan desagradecida, ¡ni siquiera merece llevar el apellido de Romero!Aprovechando la oportunidad, Manuel la reprendió una vez más. Luego me miró con respeto para despedirse:—Señora, me retiro primero. Es mejor que usted también entre en la habitación rápido. ¡Temo que aluna loca pueda lastimarla!Dicho esto, se fue con los sirvientes, con un aire imponente como cuando el abuelo aún estaba vivo.Ania quedó pasmada ante el arrebato de Manuel, soltando unas risas burlonas y fulminándome con la mirada:—¡Qué persona más rara…! ¿A qué viene ese arranque? Mira, tú, ¿acaso has sobornado todas las personas en la familia Romero? ¿Por qué todos te defienden?—¿No has considerado que quizás eres tú la que cae mal? —le respondí con sorna.Ella rechinó los dientes fu
Ni siquiera me imaginaba que Juan fuera capaz de ser tan sinvergüenza… Fruncí el ceño y le pregunté: —¿Él sabe la contraseña?—Yo... Es que tengo miedo de olvidar la contraseña... —me respondió con semblante culpable y arrepentimiento evidente—: La contraseña es la misma que la de la tarjeta de banco de la familia…Tanto yo como Olaia nos quedamos sin saber qué decir.Juan era todo un experto en estafar y robar dinero. Una vez que tuviera la tarjeta, seguro que lo primero que haría sería transferir el dinero a su propia cuenta. Y ya era demasiado tarde para ir al banco a reportar el robo.Sin embargo, más allá de eso, lo que más me preocupaba era otra cosa: —¿Él ha vuelto a apostar?Tía Violeta se limpió las lágrimas y dijo entre dientes: —Pues… La verdad es que él no ha podido dejar de apostar en todos estos años, por eso yo no me atrevía a decirle cuánto dinero me dabas cada mes. ¡Y ahora resulta que ese maldito canalla se atrevió a robar hasta el dinero que necesitaba para los ga
Me incorporó y estiré el brazo para encender el interruptor de la lámpara. La luz deslumbrante inundó la habitación de golpe.Fue entonces cuando lo vi, en un estado lamentable como nunca antes. Esa persona, que siempre había sido tan elegante y refinada, ya tenía la barbilla cubierta de una barba descuidada y unas profundas ojeras, como si no hubiera dormido en días. ¿Qué demonios estaría pasando en la empresa para tenerlo así de atareado y descuidado?Fruncí el ceño suavemente:—Podrías aprovechar el tiempo para descansar un poco.Con sus dedos huesudos, aflojó un poco el nudo de la corbata. Esbozó una sonrisa amarga y me dijo: —He entendido el dolor que sentiste al perder al bebé.Apreté los puños con sarcasmo y revelé una sonrisa burlona:—Marc, no necesito que me entiendas. Solo quiero que recuerdes que, fuiste tú quien mató a tu primer hijo. Eso será suficiente para mí.Un destello de dolor cruzó por sus ojos oscuros, y con voz ronca me preguntó: —¿Me odias tanto?—Sí, los odio
Olaia tenía un antojo insaciable por ir de compras, y me arrastraba de acá para allá sin parar por todo el centro comercial. Decía que por fin había renunciado a su trabajo, y quería consentirse un poco después de ser una mula de carga trabajando dura durante cuatro años.—¿Ves a esa persona? ¿No es Ania? —me señaló de repente cuando pasábamos frente a un local de artículos de lujo. Miré sin pensar:—¡Sí, es ella!Estaba sosteniendo un bolso que debía costar una fortuna, seguramente lo iba a comprar.Marc siempre había sido muy generoso con ella. No tenía ganas de verla, así que jalé a Olaia para irnos. Pero ella entrecerró los ojos, me agarró y nos escondimos detrás de una columna.—¿Qué pasa? —le pregunté confundida.—¡Es tu suegro! —exclamó sorprendida.—¿Mi suegro?—¡Sí, tu suegro está paseando con esa maldita! —dijo con cara de haber descubierto un gran chisme.—¿Pues qué tiene de raro? —le sonreí—: Ella ha sido su hija favorita desde pequeña.Marc no había podido conseguir ni un
Un bodeguero empujaba un estante mientras pasaba, interrumpiendo la charla. —Disculpen, con permisoJalé a Olaia hacia atrás para hacerle espacio. Luego le pregunté: —¿Qué has dicho?Olaia tenía una expresión entusiasmada:—¿Será la hija biológica de tu suegro?Fruncí el ceño: —No creo... Ella es incluso dos años mayor que Marc. ¿Él le había traicionado a la madre de Marc tan temprano…?—¿Qué tiene de raro? —Olaia desestimó, emocionada contando el chisme de los ricos—: En esas familias adineradas se arman todo tipo de lío. Se casan por aquí, mantienen amantes por allá, ¿no es algo común?—Pero... —seguía sin creerlo—: Si Ania fuera realmente su hija, y el abuelo la odiara tanto, ¿por qué Carlos no le dijo la verdad?Si Ania fuera su propia nieta de sangre, seguro la trataría diferente.Olaia lo meditó y también se confundió:—Tienes razón, si ella fuera su hija, ¿cómo es que permite que Marc y Ania estén juntos? ¡Sería incesto!Asentí sin decir más. De repente, Olaia exclamó: —Esp
Olaia volteó la cabeza rápidamente y me dirigió una insinuación indirecta. También me sentí un poco desconcertada, pero al ver la actitud despreocupada de Enzo, pensé que definitivamente no era el mismo significado que entendió Olaia.Y además, Enzo tenía a alguien a quien amaba, a quien había amado durante veinte años, ¿cómo podría interesarse en mí, una recién divorciada?Enzo me sirvió más jugo de maíz, mientras me decía:—No te apures en responderme, considéralo bien.—Está bien.Todavía había un gran tumulto en mi corazón. Después de todo, era una marca que había anhelado durante tantos años, y de repente se había vuelto tan accesible, como si fuera un sueño irreal.Después de comer, Olaia le pidió a Enzo que me llevara a casa con la excusa de tener que ir a otra fiesta. Ya arriba del coche, le dije con resignación a Enzo: —Lo siento por las molestias…—Qué molestia ni qué nada. Después todo, me has invitado a cenar —bromeó sonriendo.Me reí ligeramente. —Ni siquiera me dejaste
Me quedé sorprendida por un momento, echando un vistazo dentro de la bolsa. Eran las dos cruces de jade que el abuelo había elegido para el bebé.Una sutil pero intensa punzada de dolor atravesó mi corazón, y con voz fría le dije:—Es regalo del abuelo para el bebé. Él ya no está en mi vientre, así que tú debes guardarlas.Me miró fijamente y me rechazó directamente:—El abuelo te las dio a ti. Si las quieres devolver, ve y devolvérselas al abuelo tú misma.De repente, me di cuenta de que, cuando este hombre decidía actuar terco, no había manera de hacerle entrar en razón.Apreté un poco los labios y le dije: —Marc, puedo aceptar otras cosas, pero estos son demasiado valiosos.Soltó sin más: —Te los estoy dando, no a una extraña.No pude evitar apretar los puños, tratando de controlar mi inquietud interna, y le respondí lo más racionalmente posible: —Entre nosotros, solo falta ese certificado de divorcio, así que será mejor que mantengamos un poco de distancia.Marc entrecerró sus o
—Si no es ella, ¿acaso soy yo? —le encaré sin ceder ni un ápice, pronunciando cada palabra con firmeza.Sería mentira decir que no tenía ninguna expectativa en su respuesta. Podía engañar a cualquiera, menos a mi propio corazón. Aún no había podido olvidarlo.Aunque tenía muy claro que no habría forma de que siguiéramos adelante, no podía evitar albergar la esperanza de que, en algún momento de estos años, él hubiera sentido algo por mí, aunque fueran momentos fugaces.Ocho años, ¿cuántos de ocho años tenemos en la vida?Me miró con esos ojos negros que parecían un torbellino, capaces de absorberme por completo, y con esa voz que cautivaba me preguntó:—Si digo que sí, entonces no nos divorciaríamos, ¿verdad?Me quedé anonadada, tardé en reaccionar. Sin embargo, al final lo miré con determinación y negué con la cabeza:—Marc, si en algún momento realmente te gusté, eso solo demuestra que la relación entre nosotros que ha durado tantos años no es algo completamente unilaterales por mi p