Al ver su reacción, sentí una emoción indescriptible que me invadía. Esa sensación me impulsaba a decir más. En realidad, ya me sentía un poco mareada y acalorada, pero mi ánimo estaba sumamente exaltado y ya no me importaba nada más. Solo quería desesperadamente desahogarme, con urgencia.Mirando fijamente sus profundos ojos, esbocé una sonrisa y empecé a hablar con la mayor crueldad: —Sí, cuando me hicieron el análisis, apenas tenía cinco semanas, era muy, muy pequeño, ni siquiera tenía latidos. En aquellos días, tenía síntomas de abortar, por lo que siempre me dolía la panza, ¡pues era porque estaba embarazada!Marc me miraba con ojos enrojecidos, con la boca entreabierta.—¿Por qué... no me lo dijiste?—Me enteré de la noticia en el mismo día de nuestro tercer aniversario de bodas. ¡Estaba tan emocionada y con tantas ganas de compartir la buena noticia contigo! Regresé a casa y preparé con esmero una cena a la luz de las velas para celebrarlo. Además, escondí el resultado del anál
Todavía siento que no me había desahogado lo suficiente, así que sonreí y dije: —¿Sabes qué? Cuando sufrí un aborto, tú estabas acompañando a Ania; cuando salí de la sala de operaciones, me diste una bofetada y me preguntaste por qué no la detuve… ¡Porque yo también estaba embarazada! Tenía miedo de resultar herida... ¡no me atreví a hacerlo! ¿Ahora te sientes satisfecho con esta respuesta?—Delia...Esta fue la primera vez que vi una expresión tan desconcertada en su rostro. Me extendió la mano, queriendo agarrar la mía. Pero, ¡una mano lo detuvo inesperadamente! Era Enzo, que había vuelto repentinamente. Lo interrogó con su amabilidad mezclada con agudeza:—¿Vienes a ajustar cuentas por Ania? Esto es culpa mía, no tiene nada que ver con Delia.Marc recobró rápidamente su característico semblante frío y despectivo y le respondió:—No te apures, saldré la cuenta contigo en el futuro.Yo sabía muy bien de los métodos de Marc, así que intervine: —Enzo solo está ayudándome. No le eches
De camino al hospital, me recosté como muerta en el asiento del copiloto, pensando en la expresión dolorida y decaída de Marc antes de irme, y sentía como si alguien me exprimiera limón en el corazón, sintiendo la sensación ácida y amarga insoportable. Pero después de desahogarme toda la emoción reprimida en el pecho durante tanto tiempo, en verdad se había aliviado mucho la opresión sofocante en mi corazón.Sí, la cosa debía ser como así. Después de todo, el bebé que había perdido era de nosotros dos. ¿Por qué tenía que sufrir todo eso yo sola? Él también debería estar sufriendo, experimentando el dolor juntos.Enzo conducía con una mano. Estiró la otra para tocarme la frente y me dijo con gesto preocupado: —Tienes una fiebre bastante grave.—No es nada grave, solo me resfrié. Con unas inyecciones me pondré bien —le respondí sin mucho interés. Total, ya no hay bebé en mi vientre, si me dio gripe y fiebre, con unas pastillas y inyecciones se solucionaría el problema.Enzo, para no per
El médico que caminaba detrás del director del hospital se me acercó a preguntar por los síntomas, y sin siquiera hacer la prueba de sangre, directamente le recetó medicinas y le pidió a la enfermera que las fuera a traer. Cuando me estaban poniendo la intravenosa, no pude evitar tener miedo y retraer un poco el brazo. De repente, una mano grande y fría me cubrió los ojos, consolándome:—No tengas miedo, ya está dentro.Me tranquilicé un poco, pero justo en ese momento la aguja penetró mi vena. Cuando esa mano se retiró, miré con resignación a Enzo:—¿También sabes engañarme?—Una mentira piadosa —me respondió él con una ligera sonrisa.Después de que la enfermera me ayudó a acostarme en la cama, me puso una compresa fría en la frente. Luego, el director y los demás se retiraron. En cuanto me colocaron la compresa, sentí un gran alivio por el frío.Enzo se sentó a mi lado. Señaló hacia afuera y dudó en preguntarme con suavidad: —¿Te asusté hace rato?—¿Qué?Me sorprendí un poco y reac
Me estiré a tientas para encender la luz y eché un vistazo hacia la entrada. La puerta estaba cerrada. No era Olaia quien la había cerrado. Esta noche se había quedado en el hospital para cuidarme. No quería molestarme, y para dejarme descansar y recuperarme pronto, insistió en dormir en el sofá de la sala. Por miedo de que no pudiera escucharme, dejó la puerta entreabierta por si yo la necesitara.Ahora, era obvio que alguien había entrado y luego cerró la puerta.¿Sería él...?No lo sabía, pero ya no me importaba.***Al día siguiente, me desperté con mejor ánimo. La enfermera nos trajo un desayuno nutritivo, con comidas y frutas nutritivas. Ania exclamó impresionada:—Vaya, la comida es tan espléndida en este hospital.La enfermera le sonrió:—Es para que los pacientes se recuperen más rápido. Además, fue el director quien diseñó personalmente ese plan de nutrición especialmente para la señora Romero.Después de explicárnoslo, procedió a tomarme la temperatura y me dijo:—Todavía ti
Me sentí alerta y le pregunté: —No se preocupe por eso, el divorcio es asunto entre yo y Marc. El abuelo estuvo tan bueno conmigo, tengo que saber claramente la verdadera razón de su muerte.Después de mis palabras, Manuel finalmente decidió hablármelo. Sacó de su bolsillo una bolsita de plástico transparente que contenía una pastilla diminuta y me lo enseñó.Y esa pastilla, la conocía muy bien. Era precisamente el medicamento de emergencia que el abuelo siempre traía en su bolsillo.Manuel me dijo: —Los sirvientes lo encontraron debajo de la alfombra del escritorio cuando hicieron la limpieza en el estudio del viejo señor.Tomé la bolsita y la miré con cuidado, y de pronto sentí un escalofrío en la espalda. El aire de la ciudad era bastante húmedo, y si la pastilla se hubiera caído hace tiempo, debería tener algo de humedad. Pero esta pastilla, no tenía ni una sola marca de eso.Hablé de inmediato con voz tensa: —¿Cuándo fue la última vez que hicieron la limpieza en la mansión?—Ju
Manuel bufó con desdén y le dirigió una mirada fría:—¡El viejo señor solo ha fallecido unos pocos días! ¿Y ya se te olvidaron las palabras que dijo en su lecho de muerte? ¡Solo Delia es digna de ser la señora Romero! Alguien como tú, tan desagradecida, ¡ni siquiera merece llevar el apellido de Romero!Aprovechando la oportunidad, Manuel la reprendió una vez más. Luego me miró con respeto para despedirse:—Señora, me retiro primero. Es mejor que usted también entre en la habitación rápido. ¡Temo que aluna loca pueda lastimarla!Dicho esto, se fue con los sirvientes, con un aire imponente como cuando el abuelo aún estaba vivo.Ania quedó pasmada ante el arrebato de Manuel, soltando unas risas burlonas y fulminándome con la mirada:—¡Qué persona más rara…! ¿A qué viene ese arranque? Mira, tú, ¿acaso has sobornado todas las personas en la familia Romero? ¿Por qué todos te defienden?—¿No has considerado que quizás eres tú la que cae mal? —le respondí con sorna.Ella rechinó los dientes fu
Ni siquiera me imaginaba que Juan fuera capaz de ser tan sinvergüenza… Fruncí el ceño y le pregunté: —¿Él sabe la contraseña?—Yo... Es que tengo miedo de olvidar la contraseña... —me respondió con semblante culpable y arrepentimiento evidente—: La contraseña es la misma que la de la tarjeta de banco de la familia…Tanto yo como Olaia nos quedamos sin saber qué decir.Juan era todo un experto en estafar y robar dinero. Una vez que tuviera la tarjeta, seguro que lo primero que haría sería transferir el dinero a su propia cuenta. Y ya era demasiado tarde para ir al banco a reportar el robo.Sin embargo, más allá de eso, lo que más me preocupaba era otra cosa: —¿Él ha vuelto a apostar?Tía Violeta se limpió las lágrimas y dijo entre dientes: —Pues… La verdad es que él no ha podido dejar de apostar en todos estos años, por eso yo no me atrevía a decirle cuánto dinero me dabas cada mes. ¡Y ahora resulta que ese maldito canalla se atrevió a robar hasta el dinero que necesitaba para los ga