Ingresó satisfecho a su oficina, después de haber logrado finalizar un importante contrato, que lo llevaría a expandir su importante industria. No podía evitar sonreír ante la emoción, ni dejar de sentirse orgulloso del dominio que tuvo con aquellos empresarios, de los diferentes países con los que habló. Sin lugar a dudas podía con todo todo oh…, bueno casi con todo, solo tenía dos pequeñas preocupaciones, a quienes intentaba domar: Los mellizos: Danilo y Daniela
La rebosante sonrisa que llevaba se desdibujó al instante que recordó que tenía que regresar con urgencia a su residencia para entrevistar a la candidata que enviaría la agencia de empleo, para el puesto de niñera. Miró su costoso reloj y como si un resorte lo empujara, se puso de pie, y salió, ingresando sobre el imponente y acristalado puente que conectaba con el estacionamiento. Aquella reunión lo había demorado más de la cuenta, tenía que llegar antes de que fuera tarde. ¡Rayos!
Con rapidez se subió en el asiento de atrás de su poderoso y oscuro BMW, en donde ya lo esperaba Joaquín, su chofer.
—Tengo prisa, necesito llegar a la casa antes que la posible niñera de mis hijos, ¿crees poder hacerlo? —dio un par de golpes con su dedo índice en su reloj.
El hombre presionó sus labios en una línea y contuvo el aire, al saber que faltaban veinte minutos para las seis de la tarde y exactamente era la hora pico en la ciudad, dónde todo el mundo buscaba regresar a sus hogares.
—No le prometo nada. —Se aclaró la garganta—, haré lo posible —indicó haciendo rugir el poderoso motor aquel prodigioso vehículo que tanto le gustaba conducir y salió del complejo industrial en que se encontraban.
—Prometo un aumento de sueldo, si logras hacerlo —intentó incentivarlo, pues no vivían tan cerca del lugar, a cuarenta minutos, se encontraba su residencia en San Pedro Garza García, en Monterrey.
El chofer ladeó los labios sonriente y comenzó a serpentear entre los autos, intentando poder avanzar lo más posible, mientras que Carlos Alejandro hacía una llamada desde su móvil.
—Estoy retrasado, ¿llegó la niñera? —indagó a Eleonor, el ama de llaves.
—Aún no, señor —respondió ella.
—No vayas a dejar que se marche, es importante que la entreviste.
—Así lo haré, señor.
— ¿Y los mellizos?
—Están haciendo sus deberes en completa calma —indicó la mujer.
Presionó con fuerza su mentón, no era una buena señal, no en sus hijos, los conocía bien.
—No les quites la vista de encima —ordenó sintiendo sus músculos tensos.
—No lo haré señor.
Resopló observando a través del cristal de la ventana, cómo es que comenzaba a oscurecer, se recargó sobre el sillón de cuero, no tuvo más remedio que apreciar el juego de luces de los altos edificios alumbrando el panorama, sin poder dejar de sentir inquietud.
En cuanto las puertas de su residencia se comenzaron a abrir de forma automática, Joaquín acomodó el auto con rapidez, antes de que se bajara para abrir la puerta, esta ya estaba abierta y su jefe ya no estaba en el asiento trasero, arrugó el ceño, entonces lo observó caminar a grandes zancadas, sus labios se separaron al comprender porqué lo hacía.
— ¡Alto! —Carlos Alejandro gritó desde el jardín, mirando hacia uno de los balcones, al darse cuenta que no hicieron caso a su advertencia soltó su jersey y corrió hacia la entrada principal, donde se encontraba una mujer que estaba por entrar a la residencia.
Varias carcajadas se escucharon al momento que fue derramada una cubeta con agua desde la planta alta, directo sobre aquella mujer, quien cuando se estaba reponiendo de lo fría que estaba recibió después tierra de una maceta. Un fuerte quejido resonó de ella.
Carlos Alejandro miró hacia el balcón y los miró con seriedad, estaban tan metidos en aquella travesura que no escucharon la advertencia que su padre le dio, minutos atrás.
— ¡Oh, oh! —ambos exclamaron al mismo tiempo y desaparecieron de su radar.
— ¿Se encuentra bien? —preguntó Carlos Alejandro, completamente avergonzado por lo sucedido.
La oscurecida mirada de aquella niñera, lo fulminó al instante.
— ¿Qué clase de niños se están formando en esta casa? —cuestionó furiosa, mientras pasaba una de sus manos sobre su cara retirando la tierra que picaba en sus ojos.
—Es una situación complicada. —Se aclaró la voz—, entre mi trabajo y ellos me tengo que dividir, por eso es que me urge encontrar una persona preparada para que estén bajo su cuidado, hasta que regrese a casa —indicó dejando que pasara para que se aseara, pero ella se negó.
— ¿Qué fue lo que pasó? —ell ama de llaves se asomó y preguntó.
—Te dije que no les quitaras la vista de encima —susurró Carlos Alejandro.
—Estaban haciendo su tarea, solo fui a prepararles una limonada —se justificó.
Rodó los ojos y se acercó a la sala al ver que aquella mujer se aproximaba.
— ¿Podemos hacer la entrevista? —sonrió mostrando su perfecta dentadura, llenó de esperanza—, podemos negociar su salario, también.
—Ni loca —respondió presionando los dientes con fuerza—, jamás me quedaría en un lugar en el que desde el primer día me reciben de esta manera, ¿qué será en un mes? —indagó—. Le advierto que si no pone en cintura a ese par o los envía a un internado militar. —Señaló hacia el descanso de las escaleras donde se asomaban los niños—, se convertirán en un par de delincuentes hechos y derechos. —Arrugó el ceño con desprecio.
Ambos niños desaparecieron al instante, al ver la forma en la que los miraba.
—Será mejor que se marche —Carlos Alejadro dijo con seriedad y abrió la puerta para que se fuera o de lo contrario entrarían en una gran discusión, él conocía perfectamente a sus hijos, cuando se trataba de buscar una cuidadora, hacían todo por sabotearlo, pero no comprendía porqué.
Estaba tan molesto que prefirió ir a su oficina y servirse un trago, le preocupaba no tener una guía femenina que estuviera cuidando de ellos. Sabía que necesitaban del cariño de una madre, la única figura que podía ofrecerles era la de una niñera; sin embargo, ninguna de las muchas que había entrevistado, a todas se habían encargado de correr. ¿Qué sería de ellos si crecieran sólo bajo el cuidado de él?, se volverían fríos e inexpresivos, no era lo que deseaba para ellos. Miró hacia la ventana con preocupación, necesitaba la ayuda de alguien y con urgencia, por lo que se dedicaría a buscarla hasta lograrlo.
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Días después.
Sosteniendo una gran maleta y una mochila, Briana salió de la casa de una de sus compañeras de la universidad que le dio alojamiento. No podía dormir pensando en que sería de ella, ahora que no contaba con el apoyo de la familia que le dio un techo desde que tenía ocho años de edad, muy a pesar de Martina y aunque quiso llevarse bien con Sarai, nunca lo logró, siempre la vio como una amenaza, como una rival, algo que no comprendía porque, estaba tan sola, que lo único que anhelaba era un hogar, lamentablemente nunca lo tuvo.
Ahora que Agustín, su papá estaba debatiéndose entre la vida y la muerte, no podía acercarse a él, no deseaba que por su culpa, lo fuera a perder, suficiente culpa ya sentía después de lo sucedido con Orlando, de no ser por él, las cosas serían distintas. al menos para él.
Tomó asiento en una banca en donde pudo admirar el emblemático cerro de la silla, sitio por el que era conocido la ciudad en donde había crecido. Aunque tenía algunos ahorros, sabía que si se hospedaba en un hotel, se los acabaría, necesitaba pensar con calma que es lo que iba a hacer. Sin duda alguna lo que necesitaba era trabajar, y un lugar pequeño que pudiera pagar. ¡Eso era! inhaló llena de esperanzas. Miró al hombre canoso que estaba a su lado, leyendo el periodico.
—Disculpe señor, me permitiría la sección de empleos. —Sonrió mostrando su blanca dentadura.
El sujeto devolvió aquella sonrisa y se la entregó.
—Te la puedes quedar —dijo poniéndose de pie—, estoy muy viejo como para que me contraten de modelo, sobrecargo o de niñera —se mofó—, que tengas suerte.
No pudo evitar carcajearse al escucharlo, sacó un bolígrafo y comenzó a circular aquellos empleos que le interesaban, hasta que uno de ellos llamó por completo su atención:
Se busca institutriz para dos encantadores mellizos, requisitos hablar inglés, y tener carrera universitaria a fin. Indispensable buen humor y tener mucha paciencia para su convivencia. Experiencia en el área. Se ofrece alojamiento los siete días de la semana, además que incluyen alimentos y se requiere disponibilidad para acompañarlos en viajes vacacionales.
Briana se talló los ojos, buscó sus anteojos al leer aquel anunció, ¿era cierto lo que veía?, cumplía con casi todos los requisitos: Era paciente, tenía buen sentido del humor, estaba a la mitad de su carrera, no veía porque no la considerarían, aunque lo único que no poseía era experiencia, ¿contaría el haber cuidado durante las vacaciones a Jack y Andy, los perros de los vecinos?, esperaba que sí, porque estaba decidida a no dejar que nadie le ganara aquel empleo, debían pagar bien, ya que era en uno de los lugares más próspero de la ciudad.
—Es para mí —lo decretó con fe y se dirigió hacia aquella residencia en la que sabía que la vida le podía cambiar.
Resopló al llegar a la hermosa casa con arquitectura moderna y toques contemporáneos, estaba por tocar a la puerta, cuando una mujer salió, Briana abrió los ojos de par en par al ver a la mujer mojada, con el cabello y la ropa cubierta de tierra, estaba por cerrar, pero la joven se lo impidió con su mano. —Vengo por el anunció. —Mostró el periodico que llevaba en su mano. La mujer rodó los ojos. —Suerte con esos… rufianes. —Presionó con fuerza sus dientes y se retiró. Ingresó por los escalones de concreto del jardín acomodados de forma asimétrica, además que estaban rodeados de varias plantas de ornamento como la lavanda y algunos arbustos, todo hasta llegar a la puerta principal; estaba algo confusa por aquella mujer que se encontró. Se detuvo al ser interceptada por el personal de seguridad, para que registraran su ingreso y le avisaran al señor Carlos Alejandro y la entrevistara. Desde el momento en que entró a la casa, apreció que el punto focal estaba en el inmenso jardín, e
Desde una de las habitaciones de la residencia Arango, Danilo y Daniela, los hijos de Carlos Alejandro se encontraban castigados, sin poder salir, sin sus tabletas y sin televisor, por lo que el pequeño realizaba un dibujo en su escritorio y ella estaba sentada en el suelo abrazando sus piernas. — ¿Y ahora qué haremos? —indagó Dany—, si no salimos de aquí, mi papá va a contratar a alguna mujer como nana. —Presionó en una fina línea sus labios, su mirada se tornó acuosa. Danilo volteó a mirarla, su corazón se estrujó al poder sentir su tristeza, por lo que soltó el lapiz de color que tenía entre sus dedos, y se puso de pie para acercarse a ella. —No te preocupes por eso, haremos todo para que se vaya pronto, siempre ha sido así. —La abrazó con fuerza y se sentó junto a ella. —Me preocupa no poder cumplir la promesa que le hicimos a mamá —confesó la niña con voz inestable—, ella no soportaría que otra mujer entrara a la casa y se robara el corazón de papá. —Acomodó su cabeza sobre el
Briana presionó su labio inferior, nunca se imaginó que no la quisieran, puesto que el pequeño se colocó a lado de su hermana y también se cruzó de brazos, era evidente que las cosas se complicarían, algo que no se imaginó, ahora la pregunta que la atormentaba era, ¿qué haría el señor Arango?, ¿le pediría que se marchara?, ¿sería de los padres que hacían lo que sus hijos querían? Carlos Alejandro arrugó el ceño y miró a los mellizos. —El nombre de su institutriz es Briana, no es negociable. Ambos sabían que estábamos en el proceso de contratación, por lo que no les estoy pidiendo su opinión, ¿quedó claro? —cuestiono con cierta suavidad, pero con una mezcla de firmeza, que sorprendió a la chica—. Les voy a pedir su colaboración, trabajando como un equipo, saben que llegaremos a buenos resultados, lo hago por su bien. —Se colocó en cuclillas y los abrazó. Mientras la chica observaba aquella escena que estaba a punto de conmoverla, los niños le sacaron la lengua y le hicieron gestos.
Recorrieron cada rincón de la casa, desde la cocina, sala, comedor, cuarto de juegos, baños, terrazas, salón de usos múltiples, jardínes, hasta volver a la planta alta, en donde le señaló al fondo del corredor, cual era la habitación de él por si algo se le ofrecía, para luego mostrarle las de las visitas. —Finalmente ésta es dónde dormirás. —Abrió la puerta y ambos ingresaron—, espero que sea de su agrado. Briana sonrió con emoción al saber que tenía un techo en donde estaría a salvo, no tendría que andar vagando, como se soñó la noche anterior, vestida con harapos, toda sucia buscando qué comer en los contenedores de basura. —Muchas gracias —respondió con ciertos matices en su voz, que la hicieron demostrar lo agradecida que estaba, quizás más de lo que esperaba Carlos Alejandro. —Es lo justo —respondió él notando ese extraño énfasis en sus palabras, que no comprendió del todo—, ahora la dejo para que se instale, en un momento hago que le suban su equipaje. Disfrute de la tarde,
Con torpeza se intentó detener de la encimera y se volvió a resbalar, estaba nerviosa, mucho más de lo que se pudo imaginar. Vaya que se estaba viendo torpe, más de lo que era, entonces aquel fuerte apretón en su cintura, la hizo ponerse nerviosa, aunque intentaba calmarse, con cada respiración, su aroma permeaba más y más. Se enderezó, sintiendo que su rostro estaba rojo como un tomate, al saber que estaba detrás de ella, y que lo vería a los ojos. —Me ha metido un gran susto. —Se llevó las manos al pecho, su respiración se agitó al apreciar el escultural monumento que tenía frente a él. Era inevitable no mirarlo, hasta que… «Es gay», recordó. Presionó sus labios con fuerza y retrocedió, buscando recobrar la calma. —Lo lamento, no era mi intención. —Carlos Alejandro se aclaró la garganta—, huele muy bien, eso me hizo venir —explicó buscando qué era lo que olía tan bien. Briana le sonrió, aunque no era muy buena en la cocina, preparaba unas mantecadas con chispas de chocolate, rece
Silencio. —Les acabo de hacer una pregunta, ¡quiero respuestas! —Estiró su mano ayudando a ponerse de pie a la niñera. — ¿Se encuentra bien? —indagó presintiendo lo que seguía, que le soltara una letanía sobre la educación de sus hijos, tomara sus cosas y saliera huyendo de ahí—. No me dejan más remedio que considerar enviarlos a un internado —expresó viéndolos con dureza, estaba molesto y no era para menos, ya no tenía más opciones de encontrar quien los cuidara. En qué aprietos lo metían. —Necesito ir al tocador —Briana manifestó sin poder dejar de toser. Danilo abrazó a su hermana, habían sido sorprendidos con las manos en la masa, estaban perdidos, nunca habían visto tan molesto a su padre. — ¡No! —Daniela exclamó asustada—, no nos lleves internados. —Su mirada se cristalizó. ¡Por favor! —suplicó. —Yo no puedo estar al pendiente de ustedes, no comprenden eso, necesitan de alguien que esté a su lado, y si la señorita Briana se va de la casa, no creo que nadie más se atreva a ve
No pudo evitar hacer ruido al colocar el canasto con las galletas, presionó los dientes con fuerza, pues desde el reflejo de la ventana se dio cuenta que uno de ellos se movió.Carlos Alejandro abrió los ojos de golpe, al sentir que su mano estaba sobre la de su amigo, arrugó el ceño, de inmediato la retiró y se puso de pie, pasó los dedos por sus ojos, no podía creer que se había quedado dormido, no otra vez. Tomó su móvil y con la cámara frontal, se aseguró de no tener los labios pintados.— ¿Todo bien? —Briana preguntó con extrañeza.—Sí, todo en orden —respondió él con tranquilidad.—Les dejé unas galletas, enseguida traigo algo para beber.—Dile a Eleonor que nos lleve café a mi oficina, uno muy cargado —solicitó—, tenemos trabajo pendiente, debemos darnos prisa, porque Cris viaja a España mañana por la tarde.—Enseguida señor. —Sonrió y observó que Cristian también se ponía de pie, después de frotar sus ojos, fijó su mirada en ella.—Cristian de la Vega, un placer —pronunció a
No pudo dejarla en el sillón, menos sabiendo que el personal a tempranas horas estaría ahí, para realizar sus labores, por lo que se inclinó para tomarla entre sus brazos, arrugó el ceño al percibir la forma en la que se aferraba a su cuello y acomodaba su rostro en su firme pectoral. Mientras ascendía por las gradas; se detuvo un instante, inclinó su rostro y apreció sus delicadas facciones, gracias a la tenue luz que se filtraba por el tragaluz. Se veía tan dulce.¡Dios!¿Que cosas estaba pensando?, se reprochó, pues seguía luchando por controlar su firme erección, era una tortura tenerla tan cerca, y no poder sentirla suya. Sacudió su rostro, «¿sentirla suya?», se repitió en su mente, pero ¿En qué momento aquella chica había dado pie a algo más?, ¿qué demonios le estaba pasando? Se dio cuenta que todo había sido ocasionado desde que, Cristian había estado en casa y de eso ya había pasado más de mes y medio.Justo ahí despertó cierto interés que desconocía sobre ella, la sola idea d