CAPÍTULO 3. LABIOS CARMÍN

Resopló al llegar a la hermosa casa con arquitectura moderna y toques contemporáneos, estaba por tocar a la puerta, cuando una mujer salió, Briana abrió los ojos de par en par al ver a la mujer mojada, con el cabello y la ropa cubierta de tierra, estaba por cerrar, pero la joven se lo impidió con su mano.

—Vengo por el anunció. —Mostró el periodico que llevaba en su mano.

La mujer rodó los ojos.

—Suerte con esos… rufianes. —Presionó con fuerza sus dientes y se retiró.

Ingresó por los escalones de concreto del jardín acomodados de forma asimétrica, además que estaban rodeados de varias plantas de ornamento como la lavanda y algunos arbustos, todo hasta llegar a la puerta principal; estaba algo  confusa por aquella mujer que se encontró. Se detuvo al ser interceptada por el personal de seguridad, para que registraran su ingreso y le avisaran al señor Carlos Alejandro y la entrevistara.

Desde el momento en que entró a la casa, apreció que el punto focal estaba en el inmenso jardín, el cual contaba con una piscina, no pudo evitar dirigir su mirada hacia los espacios, pues había una gran iluminación, dando una sensación de calidez, algo que no siempre sintió en casa de la familia que la adoptó, supo que tenía que hacer todo por que ese trabajo fuera para ella.

—Tome asiento —Eleonor el ama de llaver le indicó, y se quedó pensativa al ver que la chica llevaba una gran maleta consigo. — ¿Vas a salir de viaje? —indagó curiosa.

—No, fui a recoger unas cosas con una amiga —Briana mintió y tomó asiento en uno de los mullidos sillones en tono mostaza.

— ¿Te gustan los niños? —Eleonor le entregó una taza con café.

—Me encantan. —Se esforzó por dar la mejor de sus sonrisas, no tenía la menor idea de eso, hacía años que no convivía con alguno.

—Menos mal —expresó la mujer—, el patrón está desesperado por encontrar quien cuide de… sus bendiciones. —Sonrió haciendo a un lado su rostro.

— ¿Cómo son los niños? —preguntó Briana con curiosidad.

—Son…, como todos los chiquillos, unos angelitos: juguetones, risueños, les gustan las golosinas, andar corriendo por el jardín, pero sobre todo pasar tiempo con su papá, ¿a qué criatura no?

No pudo evitar sentir nostalgia, el único hombre que conoció como padre se encontraba grave y no podía estar cerca de él.

— ¿Y la mamá de los niños? —susurró.

—Ese tema no se toca en esta casa, si desea que la consideren no pregunte por la señora, ¿comprendió? —Eleonor explicó con amabilidad.

—Lo comprendo —contestó de inmediato Briana y acercó sus labios hacia la humeante taza, bebió un pequeño sorbo, el cual estuvo a punto de escupir al percibir un exagerado sabor a sal, pero no lo hizo al ver que un atractivo hombre luciendo un traje que le quedaba justo a la medida, descendía de las escaleras, supuso por el porte con el que caminaba, era el padre de los niños. Sin encontrar otra solución tuvo que pasar el trago más desagradable de su vida; a pesar de querer escupirlo de inmediato, dejando el contenedor sobre la mesa de centro, entonces su barbilla tembló.

— ¿Todo bien? —Eleonor la tomó del antebrazo pues no decía nada.

—Sí, todo en orden —contestó sintiendo que le faltaba la voz, y sus mejillas arder. «Contrólate Briana».

Aquella mujer la observó extraña, quiso indagar más, pero Carlos Alejandro se acercaba con rapidez.

—Me retiro —mencionó el ama de llaves—, un placer.

—Disculpe la demora —Carlos Alejandro indicó acercándose a ella—, estaba atendiendo una llamada con un cliente —expresó relajado, aunque no era cierto lo de la llamada, pero no iba a dar explicaciones de sus acciones.

Al tenerlo tan cerca, Briana no pudo evitar centrar su atención en los carnosos labios de aquel hombre, pues estaban impregnados de un color rojo carmín, resaltaban más que los de ella, que era un gloss ivory mate. Arrugó el ceño, recordando la sorpresa que se llevaron sus padres adoptivos cuando uno de sus mejores amigos, los sorprendió al divorciarse y anunciar que era gay, a partir de ese momento, su vida cambió por completo, con frecuencia lo veía maquillado. Quizás ese era el caso del señor Arango y ella no era quien para juzgar su vida.

—No, no hay problema, señor —pronunció disipando aquel sabor salado, desvió su mirada, para no ser tan evidente.

—Vamos a mi despacho. —Señaló, entonces observó que la chica tomó su bolso. — ¿Quiere que le ayude con la taza de café?

— ¡No! —la joven exclamó mirando aquella taza—, Me irrita el estómago —mintió con voz temblorosa.

—¿Desea que le pida un té? —preguntó Carlos Alejandro.

—No es necesario —contestó temiendo que volviera a ocurrir lo mismo.

—Me permite su currículum —solicitó tomando asiento en su cómoda silla de cuero.

Abrió su bolso fingiendo buscarlo, se le daba bien eso de la improvisación.

—Lo debo haber extraviado en el camino. —Mordió su labio inferior. — ¿Se lo puedo enviar a su correo? —cuestionó sonriendo con ternura, e hizo morritos con los dedos dentro del bolsillo de su vestido, con su padre no fallaba aquella táctica de la sonrisa, esperaba que con aquel hombre fuera así, pues en el camino fue modificando su curriculum.

—Está bien —indicó y de inmediato le dio su correo—. Ya lo tengo —mencionó y comenzó a leerlo. —Tiene veintidós años. —Frotó su barbilla. —¿Estudias diseño gráfico? —preguntó con extrañeza. — ¿Por qué busca el puesto de niñera? 

«Porque prácticamente soy una vagabunda, que no tiene donde caerse muerta», volvió a sonreír y se aclaró la garganta.

—Me agradan los niños, pero le tengo que ser muy honesta señor Arango, un trabajo como este me permitirá cuando ellos estén en clases, poder seguir estudiando, además que el tener un techo que no tenga que pagar, me dejaría costear las mensualidades de la universidad. ¿Es malo querer superarse?

Carlos Alejandro se quedó pensativo y prefirió seguir leyendo el currículum.

—Veo que tiene experiencia cuidando niños. —Sonrió más relajado. — ¿Qué edad tenían Jack y Andy?

Presionó sus labios con fuerza para no soltar una carcajada, al hacer pasar como niños a los perrijos de la pareja gay que cuidaba cuando ellos salían de vacaciones o tenían compromisos.

—Cinco y seis —contestó lo más serena que pudo.

—Mis hijos son un poco más grandes, tienen ocho años. —Tomó un portarretrato y se los mostró.

Briana sonrió al verlos, eran hermosos, piel blanca,  cabello castaño rizado y el niño tenía los ojos claros  como su padre y la pequeña marrón.

—Se ven felices.

—Me esfuerzo porque lo sean —contestó dibujando una sonrisa, la cual Briana intentó no mirar, ya que resaltaba más aquel marcado rojo carmín de sus labios.

— ¿Me va a contratar? —indagó sintiendo que su corazón se agitaba con fuerza.

—La voy a poner a prueba, una semana y veremos si se acomoda con ellos, sí es así, el puesto es suyo. —En su interior deseó que así fuera, pues de todas las entrevistas que había tenido, fue la única que llegó ilesa, había esperanzas. ¡Oh sí!

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