Capítulo 4
—¿Un billón? —Fernando no vaciló ni un segundo—. Hecho.

Tres años atrás, un intento de asesinato lo había dejado al borde de la muerte, pero había sido una chica, Frigg, la que había arriesgado su vida para salvarlo. A pesar de las graves heridas, ella le dio la oportunidad de vivir.

Aquella noche compartieron más que peligro: una noche de pasión que ardió con fuerza. Sin embargo, al amanecer, Frigg había desaparecido. En la oscuridad, no había podido verla claramente, pero jamás había podido olvidar su aroma a hierbas medicinales.

Después de investigar, descubrió que pertenecía a la familia Mero. Frigg había enfrentado problemas de salud toda su vida, y se había mantenido a base de medicinas naturales. Según su relato, el día del ataque, ella había sido secuestrada y, al escapar, había coincidido con él.

Con su cuerpo malherido, a sus apenas dieciocho años, le había dado todo lo que podía para salvarlo.

Fernando le había prometido un matrimonio. Sin embargo, su abuela, María, estaba en contra, por lo que Fernando pensaba que nunca se casaría y que sería fiel a Frigg.

Entonces apareció Daisy.

Astuta y manipuladora, Daisy había orquestado cada movimiento para entrar en su vida. Se había presentado como la heroína y había ganado la simpatía de María, quien presionó a Fernando hasta que él terminó convirtiéndola en su esposa.

De esa manera, Daisy se había convertido en la enemiga de Frigg, buscando la manera de destruirla. Cada vez más audaz, sus ataques se intensificaron: primero había sido el secuestro, luego el veneno…

Pero Fernando no estaba dispuesto a rendirse. Estaba dispuesto a ofrecer un billón, o incluso más, si Jade podía salvar a Frigg. Sentía que le debía demasiado.

-

En cuanto Enzo recibió la respuesta, se la comunicó directamente a Daisy:

—Jefa, aceptaron la oferta.

«¿De verdad aceptó…?», se preguntó Daisy, incrédula.

Aunque intentaba disimularlo, Daisy no pudo evitar sentirse un poco herida. Después de tantos años de amor, la pregunta era inevitable: ¿él hubiera hecho lo mismo si ella hubiera sido envenenada?

No, él nunca habría hecho eso por ella.

De hecho, Fernando probablemente deseaba que ella muriera cuanto antes; de esa manera no habría más obstáculos que interfirieran en su plan de estar con Frigg, sin que nadie los separara.

Pensando en esto, Daisy apretó los puños, intentando reprimir el dolor que le oprimía el pecho.

—Hecho. Un billón. Si él quiere, que pague.

Sin embargo, había algo que no dejaba de rondarle la cabeza: ¿quién había envenenado a Frigg? ¿Con qué propósito?

Y en cuanto lo del secuestro…, nada se había esclarecido. Algo no encajaba, por lo que no había duda de que tenía que haber una conexión.

Aquella noche, decidió que tendría que ir al hospital. Necesitaba ver qué veneno había afectado a Frigg. Solo entonces podría seguir las pistas que la llevaran a la verdad.

***

La noche era un manto silencioso que envolvía todo.

Daisy, vestida con el uniforme de enfermera que Enzo le había preparado, se deslizó con sigilo hacia la habitación de Frigg.

La joven estaba acostada, con el rostro pálido, y su respiración era débil, como si cada aliento costara más que el anterior.

«Seguro que Fernando está destrozado al verla así», pensó Daisy, mientras una sonrisa amarga asomaba a sus labios.

Frigg… aquella chica había salvado a Fernando, y por eso ocupaba un lugar especial en su corazón.

Pero Daisy no pudo evitar reflexionar: en cierto modo, ella también había llegado al corazón de Fernando esa misma noche, cuando él la había salvado.

Una risa irónica escapó de sus labios mientras pensaba en lo fácil que había sido creer que Fernando estaba solo.

Al principio, había pensado que él no tenía a nadie. Todo en su actitud sugería que solo vivía para su trabajo. Incluso las habladurías decían que estaba tan enfocado en su carrera que hasta su abuela, la astuta y desconfiada María, creía que podía ser gay.

Poco después, había descubierto la verdad. A Fernando sí le gustaba una mujer, quien no era otra que Frigg. Sin embargo, María jamás la había mencionado, puesto que no la consideraba digna de su nieto.

Tres años atrás, cuando Daisy había sido utilizada por la abuela, también sabido jugar sus cartas. María tenía una habilidad excepcional para manipular a quienes la rodeaban.

«¿La experiencia de los años? Claro que sí, María…», pensó Daisy con sarcasmo.

Ahora no estaba dispuesta a perder más tiempo. Extendió la mano para tomar el pulso de Frigg, observándola detenidamente.

Al sentir la pulsación, una arruga de preocupación cruzó su frente.

—Esto… —murmuró para sí misma—. Un diagnóstico extraño. Demasiado extraño.

Aquello no era normal. Daisy frunció el ceño, sorprendida, al darse cuenta de que lo que eso distaba mucho de lo que esperaba.

Sin perder un segundo más, del bolsillo sacó una jeringa, y, rápidamente, apuntó a la vena de Frigg. Justo cuando la aguja estuvo a punto de entrar en su brazo, una fuerte mano la detuvo.

Frigg, en un último esfuerzo, le había agarrado la muñeca.

—¿Quién te envió? —jadeó, mirándola con ojos llenos de desconfianza.

Daisy no se inmutó.

—Eso no importa.

Con un movimiento brusco, liberó su muñeca y continuó con su tarea.

Sin embargo, antes de que la aguja pudiera perforar la piel de Frigg, la joven se impulsó y la empujó con fuerza. En un acto desesperado, Frigg logró levantarse de la cama y corrió hacia el botón de emergencia.

Sin embargo, antes de que pudiera presionarlo, Daisy la acorraló contra la pared, sujetándole el brazo violentamente.

El rostro de Daisy, estaba casi cubierto por la máscara, pero sus ojos, fríos y llenos de ira, brillaban con una intensidad mortal.

Frigg, aterrada, forcejeaba sin descanso.

—Soy la mujer que más ama Fernando. Si me haces algo, no te lo perdonará…

Daisy la miró con indiferencia, y, en un solo movimiento, le estampó una bofetada en la cara.

—Cállate, si no quieres morir.

La mandíbula de Frigg ardía por el impacto y su rostro, enrojecido por la fuerza de la bofetada, palideció cuando la mano de Daisy se apretó sobre su barbilla, inmovilizándola. La presión era tan fuerte que sentía como si su hueso estuviera a punto de romperse.

Pero, al escuchar las palabras de Daisy, se dio cuenta de que no estaba allí para matarla.

Una leve sensación de alivio recorrió su cuerpo, aunque la ansiedad no la abandonaba.

Daisy finalmente soltó su barbilla, dejándola caer hacia atrás, antes de terminar lo que había comenzado.

La aguja perforó la piel de Frigg sin piedad, y, al retirar la jeringa, Daisy simplemente se dio la vuelta y caminó hacia la puerta.

Ni siquiera se detuvo al notar que la herida de la joven seguía sangrando.

Con una furia renovada, Frigg extendió el brazo y presionó el botón de emergencia.

—¡Alguien quiere matarme! —su voz temblaba, cargada de pánico.

Sin embargo, antes de que pudiera gritar más, las manos de Daisy se cerraron con fuerza alrededor de su cuello.

La rapidez de la mujer la dejó sin aliento.

—No pensaba matarte —dijo Daisy, en voz baja y amenazante—. Pero, si de verdad quieres morir, yo te ayudo.

La presión de las manos en su cuello era asfixiante, y Frigg comprendió que Daisy no estaba jugando. Su mirada fría reflejaba más que enojo: era una ira contenida, acumulada por años de resentimiento.

Daisy la odiaba. Y ahora iba a ser su fin.

Frigg había sido una constante amenaza en su vida. Durante tres largos años, cada una de las acciones de Frigg parecía calculada para dañarla, para humillarla.

Pero Daisy ya no iba a permitirlo. No podía seguir esperando y permitir que Frigg continuara interfiriendo en su vida. Además, ella le debía la vida.

Cuando los secuestradores la atraparon, fue Daisy quien intervino. Si no hubiera sido por su protección, esa «pobre desgraciada», ni siquiera habría sobrevivido hasta la llegada de Fernando. Ya hubiese estado muerta.

Al ver que el rostro de Frigg se ponía cada vez más rojo, con las venas de su frente hinchándose por la dificultad para respirar, el odio en los ojos de Daisy se intensificó. Solo tenía que ejercer un poco más de presión, y la vida de aquella mujer llegaría a su fin…

De repente, el sonido de unos pasos rompió el silencio.

Aunque todavía distantes, Daisy, con su oído siempre atento, los reconoció al instante.

¡Fernando!

Un leve sentimiento de tristeza la inundó, al darse cuenta de lo bien que lo conocía.

Los pasos se acercaban rápidamente, y los ojos de Daisy, que normalmente brillaban con suavidad, se oscurecieron de inmediato. Con un rápido movimiento, soltó a Frigg y le dio un golpe en la nuca, dejándola inconsciente.

Después de todo, su antídoto valía un billón.

Con una ligera tensión en la mirada, Daisy abrió la puerta del balcón y luego se deslizó hacia el baño.

Un momento después, la puerta se abrió.

Cuando Fernando entró, su mirada oscura se fijó en la puerta del balcón, que estaba abierta.

Frunció el ceño, y, volviéndose hacia Thiago, que ello seguía, ordenó:

—Cierra la puerta…

Sin embargo, no llegó a terminar la frase, cuando un grito desgarrador resonó en la habitación.

—¡Ahhh!

Frigg, quien pensaba que estaba a punto de morir, abrió los ojos de golpe, mirando al techo con la vista perdida, respirando agitada y aterrada.

—¿Te desperté? Estos días he estado tan ocupado que no he podido venir a verte. ¿Cómo te encuentras? —preguntó Fernando, acercándose a la cama. Sin embargo, al ver su rostro demacrado, preguntó—: ¿Tuviste una pesadilla?

Frigg, al reconocer a Fernando, se lanzó hacia él, alzando las manos para mostrarle las marcas de la estrangulación en su cuello y los pinchazos en sus brazos.

—¡Fer! Justo ahora…, una mujer disfrazada de enfermera me sacó sangre y luego ¡trató de matarme!
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