Cuando los guardias iban a sujetar a Frigg, ella se soltó y corrió hacia Fernando, suplicante:—¡Fer, no es lo que parece! Déjame explicarte, yo… yo no sabía nada de esto…Blanca, que estaba cerca, saltó de inmediato:—¡Frigg! ¿No te da vergüenza? Tu madre confesó que lo habían planeado juntas, ¿ahora te lavas las manos y la culpas a ella? ¡Vaya manera de ser una «buena hija»!Mientras Blanca y Frigg se encaraban, los ojos de Fernando se posaron en Daisy. Ella, en lugar de desviar la mirada, lo enfrentó sin titubear:—Señor Suárez, supongo que la señorita Mero, quien llegó con usted, no tendrá nada que ver, ¿verdad? —su tono era irónico—. Digo, no creo que esté dispuesto a echar por la borda todo por salvarla, ¿cierto?Con estas palabras, Daisy lo puso en jaque: si Fernando defendía a Frigg, no solo se perjudicaría él mismo, sino que también arrastraría a la Unión Suárez y complicaría sus relaciones con la familia Ortega. ¿Sería capaz de arriesgarlo todo por Frigg?Todos miraron a Fern
Los ojos de Daisy se abrieron de par en par, y, casi al mismo tiempo, soltó el brazo de Fernando para correr hacia Javier. Lo hizo lo más rápido que pudo, pero aun así llegó un segundo tarde: Javier cayó al estanque.Si Javier fuera una persona con movilidad normal, Daisy no se habría preocupado demasiado; sin embargo, él llevaba años sin poder usar las piernas y, por supuesto, no sabía nadar. Sin titubear, Daisy se lanzó tras él.La diferencia de estatura entre ambos hizo que rescatarlo fuera una ardua tarea. Jadeando y empapada, finalmente logró sacarlo del agua. Sin tomarse un respiro, se arrodilló junto a él:—¡Javier! ¡Javier! —lo llamó repetidas veces, pero él no reaccionaba. Daisy empezó a practicarle reanimación cardiopulmonar. Tras varios intentos, Javier expulsó un poco de agua, aunque seguía inconsciente.Ella apretó los labios. Sujetándole la nariz con una mano y levantándole la barbilla con la otra, se inclinó para hacerle el boca a boca. En el instante en que sus labios e
Blanca, al escuchar los comentarios, se acercó un poco más a Fernando y, dándole una palmada en el hombro, soltó:—Antes creía que tenías posibilidades de reconciliarte con mi cuñada, pero viendo esto… Menos mal que no estás interesado en ella, porque de estarlo, ¡te estaría dando un patatús en este mismo momento!Thiago, que observaba de reojo la expresión impasible de Fernando —aunque sabía bien que por dentro no lo estaba para nada— pensó:«Si pudiera sangrar por dentro, seguro que ya habría llenado un balde…»Todos seguían centrados en la escena de Daisy y Javier. Nadie había reparado en Frigg ni en Jasmine, hasta que, al voltear, descubrieron que madre e hija habían herido con un ladrillo a los sirvientes que las custodiaban y habían escapado sin que nadie se diera cuenta.Aquella afrenta no iba a quedar así. Aunque Erik estaba al tanto del lazo que unía a Fernando con Frigg, se plantó frente a él y le soltó con determinación:—Señor Suárez, acepté a Daisy como mi nieta adoptiva n
La bofetada de Fernando la interrumpió de golpe, haciéndole tragar todas las palabras que pensaba pronunciar.Frigg se llevó la mano a la mejilla, aturdida por la bofetada. Tardó varios segundos en reaccionar:—Fer, ¿no habías dicho que confiabas…?No terminó la frase, porque Fernando le aferró el cuello con tanta fuerza que, de pronto, sintió cómo el aire se le escapaba del pecho, como un globo desinflándose. El terror de la asfixia la envolvió por completo.Aturdida también por el golpe que Fernando le había dado a su hija, Jasmine tardó unos instantes en darse cuenta de lo que pasaba. Cuando por fin reaccionó, corrió hacia él.—Señor Suárez, comprendo que esté furioso… ¡pero de verdad Frigg no tuvo nada que ver con lo de hoy! —exclamó, casi en pánico—. Fui yo quien lo planificó todo. Frigg no sabía nada. No dejes que esto destruya lo que hay entre ustedes.En respuesta, la mirada de Fernando se volvió aún más gélida, y su puño se aferró con más fuerza en torno al cuello de Frigg. El
Daisy entornó los ojos, sospechando que alguien lo había provocado a propósito. Sin embargo, cambió de tema:—Me voy a preparar. Sigo pensando que lo mejor es que yo misma te opere; así estaré más tranquila.—No hay necesidad. —Javier negó con la cabeza—. Es un procedimiento simple. Además, puede que la familia Ortega envíe a alguien a ver cómo estoy. Si descubren que tú misma me operaste, podrían pensar cosas que no son.Él tenía razón, así que Daisy acabó desistiendo de la idea. De cualquier modo, era una intervención sencilla, e intentó convencerse de que todo saldría bien. Aun así, no podía evitar sentirse nerviosa: si le ocurría algún accidente, sus piernas —que todavía no se habían recuperado por completo— podrían verse aún más afectadas.De pronto, se abrió la puerta del quirófano y salió una enfermera:—¿Quién es el familiar del paciente? Por favor, necesitamos su firma en este documento de riesgo vital.—¿Riesgo vital? —Daisy frunció el ceño—. ¿Cómo es posible en una cirugía d
"No tendré problema en llevarte a la tumba junto con él…"Las palabras de Daisy quedaron resonando en los oídos de Fernando, como un eco demoledor. Sintió la sangre subirle a la cabeza.—¿Tan mal concepto tienes de mí? —preguntó, con la voz tensa—. ¿Crees que llegaría a atentar contra la vida de un hombre en silla de ruedas?—¡Sí! —contestó Daisy sin dudarlo—. Nunca has sido alguien decente. Haberme fijado en ti en su momento fue mi peor ceguera.Esa última frase, "haberme fijado en ti", se quedó dando vueltas en la mente de Fernando cuando Daisy se alejó.«¿Acaso Daisy realmente estuvo enamorada de mí en aquel entonces? ¿Pero por qué se esforzó tanto por casarse conmigo si ni siquiera nos conocíamos bien?»Con la cabeza hecha un lío, Fernando regresó a la vieja mansión de los Suárez. Terminó yendo al jardín, donde encontró a la abuela María ocupada con sus flores bajo la luz rojiza del atardecer. Sus recuerdos se agolparon: durante tres años, Daisy solía pasarse horas allí con la abue
Justo en ese momento, su teléfono vibró con la llamada de Ginesa. Revisó con la mirada que no hubiera nadie cerca y, entonces, contestó en voz baja:—Tía…La voz de Ginesa al otro lado sonaba realmente preocupada:—Niña, ¿cómo es que pasó algo tan grave y otra vez no me lo dijiste? Si la señora Ortega no me hubiera llamado, ¿pensabas mantenerlo todo en secreto?—He estado… muy ocupada —respondió Daisy, presionando con fuerza sus sienes adoloridas.—Ay… —suspiró Ginesa—. ¿Cómo está Javier?—Sigue inconsciente.—¿Y cómo llegó a ese extremo? Es absurdo que Fernando, por mucho rencor que te tenga, se ensañe de ese modo con alguien en silla de ruedas.—¿Tía, a qué te refieres?—La señora Ortega me dijo que, en el momento del incidente, una sirvienta vio cómo el asistente de Fernando, de pronto, soltó las empuñaduras de la silla. Eso provocó que Javier cayera.«Entonces… ¿de verdad fue él?» pensó Daisy, sintiendo un escalofrío.***En la casa de los OrtegaTan pronto como Daisy entró, fue di
Su voz, entrecortada por el llanto, sonaba casi desesperada.—Ya perdí a mis otros tres hermanos, y tú me prometiste que ocuparías su lugar y me cuidarías. ¿Cómo puedes irte ahora? ¿Cómo vas a romper tu promesa?La angustia nublaba sus pensamientos, y soltó un montón de frases inconexas mientras las lágrimas salpicaban sus mejillas:—Pronto comenzará el proyecto de la empresa, ese que pertenece a los De Jesús… ¿En serio vas a dejármelo todo a mí sola? ¿Quieres que muera de cansancio? ¿No eras tú el que siempre decía que odiabas verme exhausta?Mientras le hablaba, sacó sus agujas de plata e intentó salvarlo con la técnica que tantas veces había usado para revertir situaciones críticas. Daisy había logrado rescatar a muchos de la muerte, así que se aferraba a la esperanza de que, esta vez, Javier también sobreviviría. Pero, a pesar de sus esfuerzos, él dejó escapar su último aliento, sin que su cuerpo reaccionara a las maniobras de Daisy.—¡Hermano…! —sollozó ella, con el corazón oprimi